Aníbal Feymen / Imágenes: ONU News.
Tercer artículo de la serie con la que el autor pretende demostrar que el productor de la descomposición social y la degradación humana es el capitalismo en su fase imperialista, y en la que también intenta desvelar el papel que ha jugado el neoliberalismo en el esfuerzo para reorganizar el orden social y subordinarlo plenamente a la lógica de la acumulación capitalista.
Medio Oriente: un ejemplo de la acción criminal del imperialismo
Poseedora de una extraordinaria riqueza en hidrocarburos y situada en privilegiados mares, golfos y estrechos geográficos, la región de Medio Oriente se ha convertido en eje estratégico de la acción colonial de las distintas potencias imperialistas que disputan la hegemonía mundial en el orden económico, político y militar. En este sentido, el Medio Oriente se constituye como escenario de grandes confrontaciones al instituirse, de facto, en asentamiento de los intereses primordiales de grandes potencias como Estados Unidos, la Unión Europea, Rusia o China.
La expansión imperialista en Medio Oriente históricamente se desarrolló en medio de un contexto de intensas luchas de clases que fueron duramente reprimidas por regímenes autoritarios, despóticos y corruptos impuestos en los principales países proveedores de crudo y que, igualmente, han actuado como garantes del imperialismo en dicho territorio. Ya desde el final de la Primera Guerra Mundial se generó la repartición colonial de la región entre Inglaterra y Francia quienes aseguraron su control monopólico a través de la dominación militar.
Uno de los rasgos fundamentales del imperialismo es, efectivamente, el reparto del mundo por los países capitalistas altamente industrializados y desarrollados. La Segunda Guerra Mundial no fue otra cosa que la encarnación objetiva de las pugnas inter-imperialistas que vieron emerger como potencia dominante a los Estados Unidos quienes, de manera crucial, respaldaron decididamente la creación del Estado de Israel que en los hechos se ha convertido en el principal enclave militar del imperialismo anglosajón en Medio Oriente y que se ha afianzado a partir de la implementación de la política de Terrorismo de Estado, del despojo y del saqueo en contra del pueblo palestino.
Actualmente, Medio Oriente es escenario de un cúmulo de conflictos que representan la invasiónimperialistaque los países integrantes de la OTAN –con Estados Unidos a la cabeza– realizan en Oriente Medio con lo que buscan afanosamente obtener espacios privilegiados para asegurarse nuevas zonas de reparto que les garanticen el control monopólico de los recursos naturales y energéticos, así como de espacios geográficos ventajosos para el comercio y la sistemática acumulación de capital. Sin embargo, el ulterior desarrollo económico y militar alcanzado por China y Rusia, los ha insertado de lleno en la región asiática como potencias protagónicas en el nuevo reparto del mundo. Toda intervención militar extranjera en Medio Oriente responde a este objetivo imperialista.
El imperialismo es la etapa monopólica del capitalismo
A finales del siglo XIX y comienzos del XX, los conflictos entre las grandes potencias por el reparto de África, el intervencionismo estadounidense en América Latina y las guerras chino-japonesa (1894-1895), Boer en Sudáfrica y ruso-japonesa señalaron el comienzo del nuevo imperialismo, asociado al nuevo capitalismo monopolista. El principal propósito del análisis contenido en Imperialismo, fase superior del capitalismo, libro de Vladmir Ilich Lenin, fue explicar las contradicciones y rivalidades inter-imperialistas entre las grandes potencias, situación que condujo a la denominada “Primera Guerra Mundial”. Sin embargo, Lenin exploró un conjunto de factores económicos que iban más allá de la mala distribución del ingreso o de los objetivos de ganancia de corporaciones monopolistas particulares. Lenin descubrió que el imperialismo era una nueva fase más allá del capitalismo competitivo en la cual el capital financiero –una alianza entre las grandes empresas productivas y el capital bancario– dominaba la economía y el Estado. La competencia no era eliminada, sino que continuaba principalmente entre un grupo relativamente pequeño de corporaciones gigantescas que tenían la capacidad de controlar grandes porciones de la economía nacional e internacional. El capitalismo monopolista, en este sentido, era inseparable de la rivalidad inter-imperialista, que se manifestaba básicamente bajo la forma de una lucha por los mercados globales.
Este punto de vista sobre el imperialismo superó totalmente el argumento que se centraba simplemente en la necesidad de hallar puntos de inversión para el capital excedente. Lenin también puso énfasis en el ímpetu de las potencias imperialistas por obtener un control exclusivo sobre las materias primas y un control más estricto sobre los mercados externos, que surgió en el marco de las condiciones internacionales de la fase monopolista del capitalismo.
El sentido que Lenin dio al imperialismo, como una forma nueva y más desarrollada del capitalismo, asociada a la concentración y centralización del capital y al nacimiento de la fase monopolista, ha mantenido su significación en nuestra época.
Cuando el capitalismo avanza a su fase imperialista asume ciertas características generales que conviene citar aquí. Los rasgos del imperialismo, como definiciones generales, son las siguientes:
- La concentración de la producción y el capital llegada hasta un grado tan elevado del desarrollado que ha creado los monopolios, los cuales desempeñan un papel decisivo en la vida económica.
- La fusión del capital bancario con el industrial y la creación, sobre esta base, del capital financiero y la oligarquía financiera.
- La exportación de capitales, a diferencia de la exportación de mercancías, adquiere una importancia particularmente grande.
- La formación de grandes consorcios internacionales monopolistas de capitalistas, las cuales se reparten el mundo.
- La terminación del reparto territorial del mundo entre las potencias imperialistas más importantes.
De estos cinco rasgos tenemos que los dos primeros se concentran en la dimensión nacional del fenómeno y, desde luego, los rasgos restantes apuntan a la dimensión internacional. Para comprender este nexo entre las dimensiones nacional e internacional del imperialismo es necesario reflexionar en las vetustas tendencias que han tipificado al capitalismo. Así, primeramente tenemos la tendencia al aumento de la plusvalía, o sea, el aumento de la relación entre plusvalía y renta nacional. En segundo lugar tenemos la tendencia al aumento de la composición orgánica del capital [1]que impacta directamente en la tendencia decreciente de la tasa de ganancia [2]. Y, finalmente, la permanente tendencia del capitalismo a generar situaciones de insuficiente demanda efectiva; es decir, su propensión al subconsumo con las consecuencias resultantes de la crisis de realización y el estancamiento.
En este contexto, se evidencia el impacto económico, político y social que provoca el surgimiento del monopolio. Cuando el monopolio deviene en forma económica central del capitalismo descubrimos que se acentúa el ritmo de aumento de la tasa de plusvalía y, sobre todo, ésta se concentra cada vez más en unas pocas enormes corporaciones; así, el monopolio se encuentra en condiciones de regular la oferta y la incorporación de los avances científico-tecnológicos lo que a su vez, de manera indefectible, tiende a reducir drásticamente la tasa de acumulación. En este sentido, como aumenta el plusvalor y la acumulación no crece al mismo ritmo, surge el grave problema de realización que está lejos de ser circunstancial y provoca necesariamente una profunda tendencia al estancamiento.
Estas dificultades intentan ser paliadas por el modo de producción en su conjunto mediante mecanismos de realización adicionales entre los que podemos ubicar: a) el aumento de las exportaciones netas acudiendo a los mercados externos para tratar de mitigar los problemas que se engendran internamente; b) impulso a la exportación de capitales con lo que los países imperialistas intentan obtener altas rentabilidades en el resto del mundo, lo que buscaría debilitar el posible descenso de la tasa de ganancia que tendría lugar si se apostara a la inversión doméstica, debido, desde luego, a la mayor composición orgánica del capital; y, c) promoción del incremento de los gastos improductivos el cual se concentra densamente en el gasto militar. Es evidente que esto genera tendencias intrínsecas al expansionismo y al incremento constante del gasto militar.
El capital financiero
Es de nuestro particular interés hacer notar que en el proceso de formación del capitalismo monopolista, éste no se restringió a las actividades productivas sino que estimuló igualmente la creación de grades monopolios bancarios y comerciales, los cuales jugaron un papel determinante en el desarrollo de la centralización del capital. Así pues, de manera paralela al nacimiento de los monopolios, se produce la fusión del capital bancario y del capital industrial que da nacimiento a una nueva forma de capital: el capital financiero. Esta nueva forma de capital –cualitativamente diferente al industrial– opera activamente en las más distintas ramas económicas del capitalismo. El surgimiento del capital financiero de ninguna manera significa que la banca domine la industria.
El dominio del capital financiero implica que, a su vez, un nuevo estrato de la burguesía se convierte en la capa más poderosa de la clase dominante: la oligarquía. La supremacía del capital financiero en la etapa monopolista del capitalismo se traduce en que la oligarquía logra establecer su hegemonía al interior de toda la clase burguesa y, con ello, se convierte de facto en el estrato dominador de la clase opresora tanto en lo económico, como en lo político y social.
Así, mientras que en la fase de libre competencia del capitalismo las burguesías industrial, comercial, bancaria y terrateniente constituían fracciones de clase con intereses separados, en la fase imperialista se van a entrelazar para dar nacimiento a la oligarquía financiera. Es necesario puntualizar que el surgimiento de la oligarquía financiera no significa la desaparición total de aquellos estratos burgueses, pues el capital no monopolista que coexiste al lado del capital monopolista de manera subordinada, va a seguir siendo un capital predominantemente industrial, comercial o terrateniente. Por lo tanto, en el imperialismo el capital financiero es el dominante dentro del modo de producción e, incluso, es capaz de subordinar a las fracciones no financieras del capital integrándolas a un mecanismo único, donde los intereses fundamentales son los de la oligarquía financiera.
La exportación de capitales y el reparto del mundo
El desarrollo del capital monopolista provoca no sólo una gran expansión del mercado mundial de mercancías sino la formación de un mercado mundial de capitales. La exportación del capital es un rasgo fundamental del imperialismo pues con ella surge la formación de un mercado exterior y la internacionalización del capital, ambos fenómenos inherentes al modo de producción capitalista.
La exportación de capital es un fenómeno complejo que se ve influido por un conjunto de factores económicos, políticos, militares e ideológicos; el fenómeno no se puede comprender ni explicar simplemente por el “excedente de capital de los países imperialistas”, análisis de suyo mecánico y unilateral. En la exportación del capital no sólo influyen las contradicciones del proceso de acumulación, sino fenómenos tales como el control de las fuentes proveedoras de materias primas actuales y potenciales, el control geopolítico de zonas de alto valor estratégico militar, la competencia inter-imperialista, la evasión arancelaria, entre otras.
Bajo este panorama, podemos afirmar que la exportación de capital de los países imperialistas conduce por fuerza al reparto económico del mundo por los monopolios y al reparto territorial de éste en colonias o zonas de influencia por parte de las grandes potencias imperialistas. El imperialismo no sólo profundiza y da por terminado el reparto del mundo, sino que crea lazos de dependencia económicos y políticos tan hondos que su hegemonía se extiende hacia países formalmente independientes. Con ello podemos notar que el surgimiento del imperialismo hace que el capitalismo se vuelva un sistema mundial y que los países atrasados se integren a este sistema como naciones estructuralmente dependientes, las cuáles ven canceladas sus posibilidades de un desarrollo autocentrado y autónomo similar al experimentado por las potencias imperialistas durante el preludio al capitalismo.
En este sentido, el imperialismo resulta una expresión de las tendencias expansionistas del capital hacia su internacionalización y hacia la constitución de un mercado mundial para su valorización. La internacionalización ha sido marcada tanto por la rivalidad competitiva entre las principales potencias imperialistas como por la creciente penetración económica de los monopolios y, desde luego, por la jerarquización hegemónico-política de los Estados a nivel mundial. No puede haber acumulación de capital sin Estados, o sin desarrollo desigualy relaciones de dominación entre Estados en el mercado mundial. En suma, el imperialismo implica intrínsecamente contradicciones entre “conflicto” y “cooperación”, y entre rivalidad económica competitiva e interdependencia en el mercado mundial.
Las pugnas inter-imperialistas, la guerra y el complejo industrial-militar
En su fase imperialista “el capitalismo se ha transformado en un sistema universal de sojuzgamiento colonial y de estrangulación financiera de la inmensa mayoría de la población del planeta por un puñado de países adelantados” [3]. Pero estos países adelantados también desarrollan contradicciones entre sí en su lucha por obtener mayores ventajas en en este sistema de sojuzgamiento colonial. El conflicto entre las grandes potencias imperialistas en torno a posibles redistribuciones de las zonas de influencia a nivel mundial es una de las principales características de la fase actual del capitalismo, pues implica el reparto definitivo del planeta. Este reparto es “definitivo” no en el sentido de que sea imposible repartirlo de nuevo, sino en el de que la política colonial de los países imperialistas ha terminado ya la conquista de todas las tierras no ocupadas que había en nuestro planeta. En la actualidad el mundo se encuentra ya repartido, de modo que en adelante sólo pueden efectuarse nuevos repartos de acuerdo al desarrollo y desenlace de las grandes luchas inter-imperialistas.
Las luchas inter-imperialistas se desatan por obtener los altos beneficios de la expansión externa, pues en el exterior la concentración es muy superior a la que tiene lugar en el espacio de la producción doméstica. Pocas grandes corporaciones acaparan el grueso de los beneficios que provienen del resto del mundo. Son estas corporaciones quienes reclaman la protección militar a sus activos externos; de allí que podamos afirmar que la fuerza militares causa y consecuencia de la expansión económica. Lo cual también determina que la internacionalización de la vida económica, conduce fatalmente a resolver mediante la guerra las cuestiones en disputa. A esto debe agregarse que las grandes corporaciones se benefician enormemente de la expansión del gasto militar. Los contratos de abastecimiento que firman las fuerzas armadas, constituyen no sólo una importante fuente de demanda interna, sino que también suelen implicar tasas de ganancia muy por encima de las normales. En este contexto, es de evidenciar la creciente convergencia entre los grupos del alto mando castrense y de la cima del gran capital monopolista. Así, pues, por la misma dinámica militarista y expansionista del imperialismo, los militares poco a poco pasan a ocupar un papel decisivo, pues cada vez resulta más evidente la estrecha articulación que tiene lugar en las cúpulas militares y políticas y de los intereses del gran capital monopolista corporativo, cuestión que constituye el denominado “complejo militar-industrial”.
En la actualidad, a nivel mundial, nos encontramos con una configuración de zonas o regiones de influencia económica, política y militar. Esta distribución geopolítica es la expresión objetiva de la correlación mundial de fuerzas que ha imperado en las últimas décadas. En este sentido, podemos decir que, primero, en el reparto geopolítico siempre operan fuerzas inerciales y, segundo, el desarrollo económico suele ser muy desigual entre empresas, ramas productivas, países, etc. De estos puntos se deduce que debe surgir necesariamente una disociación entre la correlación de fuerza y la actual distribución de zonas de influencia entre las diversas grandes potencias. El intento de reacomodar esta situación es una de las fuentes básicas de las guerras contemporáneas; o sea, guerras por conflictos inter-imperialistas como las que hoy día afectan, por ejemplo, a Medio Oriente.
___________________
NOTAS:
[1] “La composición del capital puede interpretarse en dos sentidos. Atendiendo al valor, la composición del capital depende de la proporción en que se divide en capital constante o valor de los medios de producción y capital variable o valor de la fuerza de trabajo, suma global de los salarios. Atendiendo a la materia, a su funcionamiento en el proceso de producción, los capitales se dividen siempre en medios de producción y fuerza viva de trabajo; esta composición se determina por la proporción existente entre la masa de los medios de producción empleados, de una parte, y de otra la cantidad de trabajo necesaria para su empleo. Llamaremos a la primera composición de valor y a la segunda composición técnica del capital. Media entre ambas una relación de mutua interdependencia. Para expresarla, doy a la composición de valor, en cuanto se halla determinada por la composición técnica y refleja los cambios operados en ésta, el nombre de composición orgánica del capital. Cuando hablemos de la composición del capital pura y simplemente, nos referiremos siempre a su composición orgánica”. Marx, Carlos. El Capital, Tomo I, Fondo de Cultura Económica, México, 1994, p. 517.
[2] Cfr. “Ley de la tendencia decreciente de la cuota de ganancia”, en Marx, Carlos. El Capital, Tomo III, sección tercera, capítulo XIII, Fondo de Cultura Económica, México, 1973, pp. 213-263.
[3] Lenin, V.I. Imperialismo, fase superior del capitalismo, Progreso, Moscú, 1979, p. 9