Por Aníbal Feymen / Imágenes: Proceso Foto
Sexto artículo de la serie con la que el autor pretende demostrar que el productor de la descomposición social y la degradación humana es el capitalismo en su fase imperialista, y en la que también intenta desvelar el papel que ha jugado el neoliberalismo en el esfuerzo para reorganizar el orden social y subordinarlo plenamente a la lógica de la acumulación capitalista.
En el artículo anterior observamos que la segunda mitad de la década de los años sesenta demostró que el patrón de acumulación keynesiano se agotaba y desencadenaría en una crisis estructural a principios de la década de los años setenta. Entre 1973 y 1975 se presenta una grave crisis estructural en el sistema capitalista desarrollado debido al aumento insuficiente de la productividad general que se traduciría en las caídas de la tasa de ganancia, de la inversión productiva y una presión hacia el desempleo. Asimismo, el Estado presenta una profunda crisis financiera al no disponer de los recursos suficientes para hacer frente a las exigencias de la burguesía que exige una política económica que garantice utilidades, ni poder atender las demandas populares que reclaman ampliar las coberturas de bienestar, especialmente en los momentos regresivos del ciclo económico, a fin de disminuir sus efectos en los niveles de seguridad social y calidad de vida.
México, “el fin de una larga etapa”
En México la recesión impactó con fuerza. Durante su toma posesión como presidente de México, José López Portillo expresaba su diagnóstico de la crisis mundial: “parto del hecho de que problemas mundiales y necesidades inaplazables de nuestro desarrollo acelerado, nos impusieron una realidad insoslayable: inflación complicada después con recesión y desempleo. Esto precipitó el fin de una larga etapa y ocasionó después del disparo de los precios la devaluación del peso e hizo evidente la vulnerabilidad del sistema financiero frente al rompimiento de la estabilidad” [1]. Acto seguido, sostenía con orgullo que su sexenio sería el de la planificación económica, proyecto económico contenido en el Plan Nacional Industrial y en el Plan Global de Desarrollo. En ambos documentos la predicción del crecimiento del PIB oscilaba entre el 10.6% y el 8%; sin embargo, los planes fracasaron de manera estruendosa. En 1982 la economía se derrumbó hasta experimentar una fuerte contracción. La “planificación económica” fracasó rotundamente en su intento de crecer sostenidamente.
La pronunciada caída económica tuvo como elemento central de los problemas económicos al gasto público que, de acuerdo con el Plan Global de Desarrollo, debía crecer a14% anual durante la segunda parte del sexenio [2], pero la enorme expansión de este rubro generó un déficit fiscal creciente que, a su vez, creó una ampliación de la liquidez que generó una enorme inflación. Huelga decir que el aumento en gasto social también generó un déficit en la cuenta corriente de la balanza de pagos que era necesario financiar. Estos problemas de la balanza de pagos hicieron que la importaciones crecieran exponencialmente y, con ello, el déficit de la cuenta corriente.
Otro factor que causó un notable desequilibrio económico fue la salida de capitales. Con un tipo de cambio en depreciación continua, el peso mexicano experimentó una fuerte sobrevaluación. La necesidad de financiar las salidas de capital intensificó esta sobrevaluación pues el gobierno se negó a devaluar. La situación se agravó de tan forma que la economía mexicana comenzó a entrar en una enorme crisis de fugas de capitales. Esto fue debido a que el gobierno pensó que la opción del petróleo podría compensar el tipo de cambio resultara ficticio.
Hacia el penúltimo año del sexenio de López Portillo el precio del dólar era muy bajo. El peso mexicano entonces sufrió una embestida por parte de los especuladores quienes comenzaron a sacar la divisa norteamericana del país cuando el precio internacional del petróleo cayó drásticamente. López Portillo trató de tranquilizar a los “saca dólares” con un discurso en el que sostuvo: “estamos dándole ritmo al valor de nuestra moneda con el desliz, con los aranceles, con las licencias y con los estímulos y fomento a las exportaciones. Esa es la estructura que le conviene al país (…), la que me he comprometido a defender como perro” [3]. Este discurso alentó aún más a los especuladores… unos días después se anunciaba la devaluación. Y vendrían muchas más que llevaron al dólar a intercambiarse en más de cien pesos.
La crisis mexicana se agravó aún más cuando fracasó el intento de vender petróleo a Estados Unidos con pago anticipado, situación que obligó al secretario de Hacienda, Jesús Silva Herzog, a negociar con lo banqueros acreedores de México una moratoria temporal por pagos de 90 días. La negativa de los acreedores hizo que el gobierno mexicano tomara una importante decisión: decretar un control de cambios general y la nacionalización de la banca privada.
Así, el 1 de septiembre de 1982, el presidente anunció un paquete de medidas económicas entre las que se incluía la nacionalización de los bancos, medidas sobre el control del tipo de cambio y la descentralización del Banco de México.
La decisión de la nacionalización de la banca se tomó en el marco de una crisis general del capitalismo mundial; una crisis que el imperialismo intentaba resolver con ajustes económicos mayores, o sea con un cambio de patrón de acumulación. En Estados Unidos e Inglaterra se imponía el nuevo modelo llamado neoliberal. En medio del ascenso hegemónico del neoliberalismo, el Estado mexicano adoptaba la última decisión keynesiana de la economía nacional: la estatización.
El último gobierno keynesiano mexicano terminaba en medio de una grave crisis económica y social. Después de las elecciones de 1982, la inflación se disparó sobre todo en bienes y servicios básicos para la población. La recesión marcó hondamente la transición de poderes en aquél sexenio, una transición que no sólo se daba entre López Portillo y Miguel de la Madrid, sino entre dos patrones de acumulación distintos.
El fracaso y el segundo aliento del neoliberalismo
Una vez establecido hegemónicamente el patrón de acumulación neoliberal o monetarista, éste tuvo éxito en aspectos como la deflación, aumento de ganancias, desempleo y contención salarial. Pero considerando que la finalidad histórica que se ha planteado es la reanimación del capitalismo, restaurando altas tasas de crecimiento estables revirtiendo la caída de la rentabilidad, en este sentido sus resultados han sido un fracaso. Si bien las tasas de ganancia burguesas tuvieron una recuperación desde 1982 en adelante, esto se logró por el aumento considerable de la tasa de explotación a la clase obrera derivado del juego combinado del retroceso real de los salarios; de las políticas de flexibilidad, productividad, movilidad y polivalencia laborales, y de la prolongación de horas en el jornal de trabajo; o sea, a través de la precarización laboral. Empero, no obstante esta intensa precarización de las clases trabajadoras, no fue suficiente para restablecer siquiera los niveles de antes de la crisis de los años setenta del siglo XX. De acuerdo a estudios de los economistas políticos Richard Wolff, Fred Moseley, Gérard Duménil y Dominique Lévy, la tasa de ganancia cayó 5.4% desde 1966 a 1979 y luego descendió aún más en el periodo entre 1979 y 1997 con un 3.6% de retroceso. Asimismo, los especialistas calculan que la tasa de ganancia se recuperó sólo alrededor del 40% de la caída previa. Incluso estiman que la tasa de ganancia en 1997 era todavía sólo la mitad de su valor en 1948, y entre el 60 y 75% de su valor promedio para la década de 1956-1965 [4].
A pesar de toda una nueva institucionalidad creada en favor del capital para aumentar los niveles de explotación y precarización laboral, la caída de la tasa de ganancia no se ha detenido pues la agresiva competencia entre enormes monopolios hace que continúe elevándose la composición orgánica del capital y, como resultado, una cada vez mayor caída en la tasa de ganancia. Es cierto que hubo un freno en esta tendencia, por lo menos hasta la primera mitad de los años noventa; en ello tiene que ver que las crisis comenzaron a implicar quiebras de empresas imperialistas significativas. Durante los años ochenta y comienzo de los noventa se sucedieron bancarrotas empresariales de una magnitud sin precedentes. En este periodo son elocuentes quiebras de corporativos como Eastern Airlines, Continental Airlines, Texaco, Pan Am, Greyhound o Maxwell Communication, entre otros. Igualmente la historia se repitió en mayor escala durante la crisis de 2001-2002 con empresas como Enron y WorldCom, las mayores quiebras corporativas de toda la historia. Este fenómeno se extendió a otras metrópolis imperialistas. Empero, esa destrucción de capital excedente no fue suficiente para revertir las tendencias al crecimiento en la composición orgánica del capital.
A este panorama, conviene destacar, además, que el proceso de destrucción de capitales sólo se operó en forma limitada: en casos estratégicos el Estado no renunció a salir al rescate, como por ejemplo con la quiebra de Chrysler en 1979-1980, con la crisis de S&Ls a finales de los años ochenta o, más recientemente, con el rescate a General Motors durante la crisis de la industria automotriz de 2008-2010.
Expresado lo anterior, podemos concluir que la declinación de la tasa de ganancia es el fenómeno dominante de los últimos cuarenta años y está en la base de la actual crisis mundial en desarrollo. Este fenómeno ya lo había descubierto Carlos Marx desde el siglo XIX, pues para él la causa de las crisis reposa en el aumento de la composición orgánica del capital, es decir, en el aumento de la productividad del trabajo y no en su achicamiento. Así, cuando la productividad del trabajo aumenta, la tasa de ganancia desciende.
Analizábamos anteriormente que durante la década de los años noventa hubo un freno temporal en la caída de las tasas de ganancia debido a la introducción de políticas de precarización laboral y a la destrucción de capital sobrante a través de las quiebras empresariales, como hemos apuntado. Cabe entonces preguntarse por qué la relativa recuperación de las ganancias no condujo a una recuperación de la inversión. Esto fue debido, esencialmente, a la desregulación financiera, elemento de notable relevancia en el programa económico del patrón de acumulación monetarista o neoliberal que creó condiciones mucho más propicias para la inversión especulativa que para la productiva. En los años ochenta se dio una relevante expansión de los mercados financieros internacionales, cuyas transacciones puramente monetarias terminaron por reducir de forma notable el comercio mundial de mercancías reales. El peso de las operaciones de carácter parasitario tuvo un incremento acelerado en estos años.
Sin embargo, cuando el capitalismo entró de nuevo en una profunda crisis, en 1991, la deuda pública de casi la totalidad de los países capitalistas comenzó a asumir dimensiones graves. El endeudamiento privado de las familias y de las empresas, así como el nivel de desempleo llegaban a niveles alarmantes sin precedentes. Ante este panorama, era lógico suponer una fuerte insurrección contra el patrón de acumulación monetarista o neoliberal al inicio de la década de los noventa. Pero no fue así. Al contrario, el neoliberalismo ganó un segundo aliento que le permitió no ceder su hegemonía.
La razón fundamental de este segundo aliento para el monetarismo se encuentra en la caída de la URSS y del bloque socialista de Europa del este, el cual se produjo en el momento exacto en que la caída del patrón de acumulación neoliberal se mostraban con mayor claridad. El colapso del bloque comunista abrió la posibilidad de que los “reformadores monetaristas” del este se hicieran del poder. Los nuevos arquitectos de las economías poscomunistas del Este, entre los que destacan el polaco Leszek Balcerowicz [5] o el ruso Yegor Gaidar [6] –ardientes seguidores de Hayek y Friedman, con un rechazo absoluto por el keynesianismo y, desde luego, un menosprecio total por el comunismo–, se mostraron como los más fervientes defensores del libre mercado. No hubo neoliberales más intransigentes en el mundo que los “reformadores” del Este. Las mentadas “reformas” que aquellos instrumentaron fueron políticas tan poco reformistas como el desmantelamiento de la seguridad social, la reducción de las prestaciones sociales, los recortes en los servicios de salud, educación y vivienda, políticas sociales privilegiadas en los otrora países socialistas.
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Notas:
[1] López Portillo, José. Discurso de Toma de Posesión como Presidente de México, 1 de diciembre de 1976.
[2] Secretaría de Programación y Presupuesto. Plan Global de Desarrollo, 1980, pp. 88-90.
[3] López Portillo, José, Mis tiempos. Biografía y testimonio político, México, Fernández Editores, 1988, p. 1168
[4] Cfr. Harman, Chris. “The rate of profit and the world today”, International Socialism, No. 15, 2007.
[5] Leszek Balcerowicz. Político y economista polaco. Miembro de los gobiernos de Tadeusz Mazowiecki y Jan Krzysztof Bielecki. Creador del Plan de Balcerowicz, paquete de leyes que modificaban la economía polaca desde una sistema de economía planificada a una economía de mercado. Desde 1995 hasta 2000 fue presidente de la Unión de la Libertad. Desde 2001 hasta 2007 presidió el Banco Nacional de Polonia.
[6] Yegor Gaidar fue un economista y político ruso. Desde 1980 hasta 1991 militó en el Partido Comunista de la Unión Soviética y después fue uno de los líderes de referencia en los gobiernos de Borís Yeltsin al frente de la Federación Rusa, siendo Primer Ministro entre el 15 de junio y el 14 de diciembre de 1992. Como Ministro de Economía entre 1991 y 1992, afrontó la transformación de Rusia en una economía de mercado después de la disolución de la Unión Soviética. Para ello siguió una terapia de choque basada en liberalizar el comercio exterior y los precios, recortar al máximo el gasto público y privatizar empresas en el menor tiempo posible. Este plan fue muy controvertido porque provocó hiperinflación y exclusión social en varios sectores. Después de superar la crisis constitucional rusa de 1993 creó un partido, Opción Democrática de Rusia, que apoyaba al presidente Yeltsin. Dicha formación se integró en 2001 en la Unión de Fuerzas de Derecha.