Por Vonne Lara

El 19 de septiembre de 1991 se emitió el primer episodio de la tercera temporada de Los Simpson. Dicho capítulo tiene como título “Stark Raving, Dad”; nombre que se conforma con una frase coloquial del inglés que significa básicamente “Volverse loco”, por lo que su nombre en español tiene bastante sentido: “Papá está loco”.

Para entonces Los Simpson ya contaban con gran reputación como uno de las series animadas más audaces y divertidas de la televisión. Con su humor desenfadado y fresco nos mantenía al filo del asiento cada vez que se estrenaba un nuevo episodio. Aquel día nos sorprendió el show de Fox con la participación de un ídolo: Michael Jackson.

Michael no aparece como tal en el capítulo, sino que puso su voz —y ni eso, ya lo veremos más adelante— a un personaje llamado Leon Kompowsky. La historia de episodio es más que conocida: Homero es enviado a un sanatorio mental en donde conoce a Leon, un tipo alto, blanco y gordo que se cree Michael Jackson. Los motivos para que Homero no dude de la identidad de su compañero de cuarto son en sí mismos una broma absurda: Homero no sabe quién es Michael Jackson.

En pleno 1991 Michael Jackson estaba en todo lo alto de su carrera —¿Alguna vez no fue famoso?—. Aún se escuchaban los éxitos de su álbum Bad de 1989 y estaba por publicar Dangerous, su octavo álbum de estudio como solista que vendería millones de copias y colocaría sus sencillos en los primeros lugares de popularidad. Para entonces ya era conocido como el Rey del pop, apodo que englobaba aquel gigante. Ya en 1992 Michael realizó la exitosa gira Dangerous World Tour y en enero de 1993 realizaría la mítica presentación del medio tiempo del Super Bowl XXVII de la que aún se habla.

Mencionar todos los récords que alcanzó Michael Jackson nos llevaría demasiado tiempo, y lo relevante aquí es solo contextualizar el momento en el que el Rey del Pop apareció en Los Simpson. Un momento irrepetible, único e inolvidable. Sobre todo para los que crecimos con la música del cantante y vimos, sorprendidos y fascinados, el éxito de una serie irreverente, divertida hasta las lágrimas y memorable, tanto, que seguimos hablando de este y de muchos otros episodios que nos marcaron para siempre. Sobre todo los de las inigualables primeras temporadas de la serie.

El lanzamiento de la plataforma de Disney+ es un punto de inflexión en la historia de la televisión —o lo que sea que estemos viviendo con las nuevas formas de consumir producciones vía streaming—. Como sabemos, Disney,  “la corporación perversa” como la llama Bart en Los Simpson: La película, ha amasado tal cantidad de empresas y contenido para su plataforma de streaming, que nos deja sin adjetivos para describir tal apropiación de la cultura. Así pues, Los Simpson forman parte del catálogo que Disney+ ofrece a sus suscriptores. En la plataforma están disponibles todos los episodios de Los Simpson, todos excepto “Stark Raving, Dad”. La eliminación, o propiamente dicho, la no inclusión de este episodio se debe, más que nada, a que HBO emitió días antes del lanzamiento de Disney+ el documental Leaving Neverland, dirigido por Dan Reed, en donde Wade Robson y James Safechuck dan sus testimonios sobre el abuso sexual que sufrieron por parte de Michael Jackson. Además, los productores de Los Simpson han dicho que no solo se eliminó de la plataforma de Disney, sino de los DVD y Blu-ray, y que si no lo habían hecho antes fue porque no conocían los testimonios de las víctimas.

No es la primera vez que un producto cultural deja de ser pertinente al paso del tiempo, o que se vuelven, o mejor dicho, se reconoce que son ofensivos para ciertos sectores. Esto nos habla de la constante transformación de las narrativas, así como de la existencia de actos reivindicativos hacia algunas personas o minorías. Sin embargo, la no inclusión del episodio en donde colaboró Michael Jackson luce como un acto que podríamos englobar en el eufemismo “curarse en salud” o, si concedemos un poco más a la compañía, se trata de un acto simbólico, que de alguna forma abona al proceso de reparación de las víctimas. Ahora bien, aunque es el único episodio de Los Simpson recortado del catálogo, no es el único al que Disney le ha pasado el rasero, pues el capítulo protagonizado por el Pato Donald, llamado “Commando Duck” tampoco está en la plataforma, mientras que el resto de los episodios de este famoso personaje, sí. Es el mismo caso  del musical de 1946, Song of the South, que según los directivos de la compañía no fue incluida en el catálogo porque “no sentaría bien a algunas personas”.

¿Quién decide qué es bueno o malo para el público? ¿Debe existir un agente regulador de la cultura? ¿No es el público, en todo caso, quien debe decidir por sí mismo? ¿Es ético sacar provecho de un producto cultural que ya no va acorde con las narrativas corrientes? ¿Acaso no nos sirven también estas obras para dimensionar los cambios que hemos sufrimos como sociedad o como núcleos de memoria que reflejan el momento histórico en el que fueron confeccionados? Por supuesto que las graves acusaciones en contra de Michael Jackson no deben desestimarse, sin embargo, en el capítulo en cuestión el cantante ni siquiera aparece, ni su figura, ni su crédito —tuvo que utilizar el seudónimo de John Jay Smith porque no podía hacer uso de su nombre—, ni  su voz en las intervenciones musicales, pues tampoco era dueño legal de la misma, en cambio un doble autorizado por él mismo hizo la voz que escuchamos en la figura de Leon Kompowsky. Con demasiadas pinzas estamos hablando de un capítulo en el que participó Michael Jackson. En cambio podemos decir, sin temor a equivocarnos, que el episodio se trata de muchas más cosas que del propio Michael. De hecho no se trata de él. Es más, parte de su genialidad radica en las muchas lecturas que puede dársele.

Claro que, tampoco podemos negar que el cantante participó en el episodio y que en su momento fue un hito, tanto para la serie, como para el Michael, como para los fieles seguidores que semana a semana esperábamos los nuevos episodios de Los Simpson. Es inevitable conminar a que se tome en cuenta el contexto —la vieja confiable— para entender la existencia e importancia de dicho capítulo, así como de otros productos culturales que a la luz de las nuevas narrativas lucen ofensivos, fuera de lugar y demás atributos que ninguna compañía quiere arropar bajo sus alas. Pero sí, en aquellos nuevecitos años noventa no había estrella más encumbrada que Michael Jackson, no había serie como Los Simpson, e incluso no se habían hecho las acusaciones de abuso sexual en contra del cantante que, en resumidas cuentas, consumieron poco a poco su carrera. La inteligencia y sensibilidad del capítulo cautivaron al público de ese momento; incluso la duda de si Michael había participado o no en él duró varios meses en el aire —debemos recordar que eran tiempos sin internet ni redes sociales y por tanto el esclarecimiento de esta clase de detalles, que ahora resolvemos con una búsqueda, tomaba su tiempo, con sus debidos rumores y confirmaciones dudosas—. En fin, fue y es un capítulo mítico por muchas razones. Aunque, si somos justos, no ha dejado de serlo y con seguridad seguirá siéndolo, con todo, y puede que, sobre todo por la decisión de Disney.

¿Ahora qué haremos con los demonios? Alguna vez escuché esa frase para referirse a ese desconcierto que sufrimos cuando se descubre que una persona pública de nuestra predilección ha cometido actos terribles. En la era #MeToo muchos han señalados y acusados de actos por lo menos viles, mientras que el público se quedaba atónito ante el testimonio de las víctimas y la caída de personas poderosas, en este caso, del mundo del entretenimiento. Algunas veces sentimos rabia, otras una profunda decepción, a veces una combinación de ambos sentimientos, y luego, cuando volvemos a sus obras las encontramos distintas, sucias. Tal vez esto no nos suceda a todos, habrá a quién le de igual, habrá quien pueda “separar al artista de la obra”, y habrá otros que eliminen para siempre esas obras sucias sin mayor sentimiento de pérdida. Pero ¿no es esto decisión de cada quién? ¿Por qué Disney decide por nosotros? ¿Todos los artistas-demonios deben ser exiliados al olvido por sus terribles actos? ¿Es posible desterrar a Michael Jackson? ¿Debe desaparecer su música? ¿Es posible siquiera?

Los procesos de reparación a víctimas son largos y complejos, pero sin duda son necesarios. Por desgracia, en muchos de los casos que ahora conocemos gracias a la valentía de las víctimas, la reparación pocas veces será integral y satisfactoria. Así que no debe importarnos si en esa búsqueda de reparación se resquebrajan nuestros ídolos, caen reyes o personas intocables.

De cualquier forma da igual lo que haga Disney. El episodio existe con o sin la plataforma, y si de un momento a otro por el paso de un meteorito o algo el episodio realmente desapareciera para siempre, este seguirá existiendo en nuestra memoria. Seguiría existiendo como un momento caro en nuestra nostalgia, un momento sorprendente que fue centro de muchas pláticas y fuente de referencias que muchos aún utilizamos. ¿Debemos permitir que los demonios carcoman incluso nuestros recuerdos más dorados?

Tal vez una opción sea quedarnos con la idea de que “Stark Raving, Dad” nunca se trató de Michael Jackson, ni en ese entonces, y con mayor razón, ni ahora. Y que siga existiendo en nuestra memoria con aquella inocencia de 1991 y se quede así, intacto.

Por Vonne Lara

Diseño libros e intento escribir otros. Amo la música, la cultura, la ciencia y la tecnología. Mamá cósmica.

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