DE UN MUNDO RARO
Por Miguel Ángel Isidro / Imagen: Notas Sin Pauta

Para quienes vimos la primera luz en el antiguo Distrito Federal (hoy Ciudad de México) el término “chilango” tiene una connotación tan amplia como compleja.

De acuerdo con los estudiosos de la lengua, este gentilicio aplicado a los oriundos de la capital azteca tiene sus orígenes en el caló utilizado en la cárcel de San Juan de Ulúa, en Veracruz, pare referirse despectivamente a los reos provenientes de la capital del país que eran remitidos a purgar su condena en dicho presidio.

En la jerga doméstica, se dice que el “chilango” es aquel nativo de cualquier estado de la República que llega a residir a la capital del país, donde por antonomasia inicia un proceso de pérdida de identidad.

En el interior de la República, la aplicación del término lleva a extremos que rayan en la secesión, ya que en muchos lugares del país es común definir como “chilangos” a cualquier mexicano oriundo del centro o sur del país, sin importar si es del Estado de México, Puebla, Querétaro o Morelos.

Sin embargo, es de llamar la atención que este término, que muchos utilizan como adjetivo, una buena parte de los capitalinos lo han adoptado como gentilicio, dotándolo de cierto sentido de pertenencia, sin dejar de lado el sarcasmo y el humor negro que nos distingue a los mexicanos a nivel mundial.

Y es que al tratarse de una de las ciudades más pobladas y cosmopolitas del mundo, pareciera que la grandilocuencia ha venido a formar parte inevitable de la vida pública de la capital mexicana.

Y es que es inevitable que en la Ciudad de México cualquier actividad pública o grupal se convierta en algo masivo. Y de hecho, ésta es una condición que los políticos chilangos han aprovechado utilizar en un denodado afán por plantear sus retos y logros a un nivel de “alta visibilidad” ante los ojos de la opinión pública nacional. No es gratuito, por ejemplo, que para algunos observadores, la Jefa de Gobierno de la CDMX sea vista como una aspirante “natural” a la Presidencia de la República en 2024, a pesar de los notables tropiezos en su gestión.

Y es que en este contexto de lo chilango, todo adquiere connotación de que “mientras más grande, mejor”. Ya sea porque la Ciudad de México tiene la mayor densidad poblacional del país, con más de 5 mil 900 personas por kilómetro cuadrado –según el INEGI–; por economía en la prestación de servicios; como atractivo turístico; por protección civil; por aspiraciones políticas o por el simple deseo de llamar la atención, -o quizás por todo esto- es reiterado el uso de términos grandilocuentes en muchas de las actividades públicas de la CDMX. Lo de menos es si el término es correcto o no, o si la actividad es exitosa o fallida; es lugar común denominar actividades y productos chilangos con los términos “super”, “macro” y “mega”, o dar reiteradamente el adjetivo de “monumental” o “colectivo” a ciertos eventos. Y ésta grandilocuencia incluso alcanza para hacer comparativos con el resto del mundo, y hasta más allá de la atmósfera, como cuando se compara la distancia recorrida por el Metro con la distancia entre la Tierra y la Luna.

Y en este discurso de gigantismo es como hemos visto cosas como “la torta más grande del mundo”, pasando por los “macro simulacros” de sismo, bodas colectivas, “megaofrendas” de Día de Muertos o enterarnos de que en determinada alcaldía se partió una “monumental rosca de Reyes”.

Hay que decirlo; una buena parte de la animadversión que en provincia se demuestra a todo lo que suene a “chilango”, es la supuesta o real prepotencia que caracteriza a los capitalinos. Sin caer en el error de generalizar, en provincia se da por sentado que una de las características de los oriundos del ex DF es un afán de superioridad, que los antagonistas del “espíritu chilango” buscan reiteradamente socavar enfatizando lo que arbitrariamente califican como muestras del “mal gusto” o “vulgaridad” que desde su óptica distinguen a los nativos de la tierra de Chava Flores.

Sin embargo, hay que señalar que ese afán protagónico y de grandilocuencia es también resultado del alto nivel de competencia electoral que se vive desde hace por lo menos cinco sexenios en el DF y su zona metropolitana.

El enorme corredor comprendido entre la Ciudad de México y los municipios conurbados del Estado de México (con enormes concentraciones poblacionales, como es el caso de Neza, Ecatepec y Tlanepantla) se ha transformado en un universo de policromía política, en donde las principales fuerzas políticas se han alternado y coexistido en el ejercicio del poder público, convirtiendo cada municipio y jefatura delegacional en auténticos trofeos de encarnizadas luchas territoriales y de estrategias de cooptación de clientelas electorales.

Dicho corredor es un apetecible bocado electoral, y es donde se concentra una parte importante del músculo politico que llevó a Morena a la Presidencia de la República y que mantiene al Presidente Andrés Manuel López Obrador con indicadores positivos de aceptación.

Paranoias xenofóbicas aparte, bien valdría la pena que en muchos lugares del país se hiciera común la práctica por parte de nuestros gobernantes el ser más ambiciosos y persistentes en sus objetivos. Y es que sin caer en la demagogia, en amplios territorios del país hace mucha falta que los mexicanos nos volvamos a sentir importantes, competitivos y capaces de alcanzar nuestros objetivos.

Si bien la grandeza de una sociedad no se puede medir con trivialidades tales como competir por ver quién elabora la torta de tamal más grande del planeta, o quien reúne a más personas a practicar la coreografía de “Thriller” de Michael Jackson en un espacio público, a muchos mexicanos nos vendría bien dejar de lado la mentalidad del cangrejo en cubeta y plantearnos con firmeza nuestra circunstancia en el entorno global.

El sentido de pertenencia no sólo se logra con acciones caprichosas, como cambiar arbitrariamente los nombres de calles o espacios públicos, o pintarrajeando las ciudades con mezquinos fines electoreros. En cada región del país vale la pena dedicar un poco de tiempo a identificar nuestras fortalezas, entronizar a nuestros muchos valores locales, y sentirnos capaces de tener liderazgo mundial en cualquier tarea.

Sabemos que el entorno económico, de descomposición social y de violencia e inseguridad muchas veces nos llevan a tener una visión deprimente de nuestro país y nuestras regiones, pero resultaría inútil esperar a que nuestra clase política, nuestros Padrotes y Madrotas de la Patria vengan a sacarnos de nuestra apatía por puro desinterés y bondad.

Así que, desde ésta óptica, a muchos mexicanos no nos vendría mal un poquito más de “actitud chilanga”… ¿O usted qué opina?

Twitter: @miguelisidro

SOUNDTRACK PARA LA LECTURA

Chava Flores (México)
“Sábado Distrito Federal”

https://youtu.be/v8-ku3_Kpgc

El Tri (México)
“Chilango incomprendido”

https://youtu.be/UTKamkgIfew

Jaime López (México)
“El mequetrefe”

https://youtu.be/hjbCmBK5hXI

Guadalupe Trigo (México)
“Mi Ciudad”

https://youtu.be/NFBaEzDRiTM

Por Arturo Rodriguez García

Creador del proyecto Notas Sin Pauta. Es además, reportero en el Semanario Proceso; realiza cápsulas de opinión en Grupo Fórmula y es podcaster en Convoy Network. Autor de los libros NL. Los traficantes del poder (Oficio EdicionEs. 2009), El regreso autoritario del PRI (Grigalbo. 2015) y Ecos del 68 (Proceso Ediciones. 2018).

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