FotografĆ­a: Sabri Tuzcu / Unsplash

Y volver, volver, volver a tus brazos otra vez…

Fernando Z Maldonado

Después de poco mÔs de un mes de encierro, lo único que nos mantiene en el límite de la cordura es, sin duda alguna, la cotidianidad. El humano es un ser ritualista, un ser que gusta de llevar a cabo todos los días sus rituales con la exactitud de un reloj suizo. Por la mañana el levantarse, ir al baño, tomar una ducha, desayunar o por lo menos preparar una taza de café antes de partir a las labores cotidianas, generalmente y, a manera de horóscopo, el desarrollo óptimo de esta rutina definirÔ cómo serÔ el resto de su día. La diaria repetición simétrica de nuestros rituales es un placer que, la mayor parte del tiempo pasa desapercibido hasta que algún pequeño detalle, como una pandemia, sólo por mencionar un ejemplo, nos impide desarrollar nuestra rutina. Afortunadamente la cotidianidad es muy noble, siempre encuentra su cauce.

A estas alturas del partido, la mayoría de nosotros ya ha adoptado nuevos rituales. En vez de levantarnos a las 6:00am nos levantamos a las 10:00am (a veces también a las 10:00pm), vamos al baño, pero la ducha ya no es tan indispensable como el desayuno. Las botanas, por otra parte, han pasado a formar un elemento indispensable al momento de hacer home office o para sentarse a ver Netflix, incluso para una comida acompañada por una videollamada. Después de todo, como lo dijo Darwin, sólo los mÔs fuertes sobreviven. Desafortunadamente, entre la película y la hora del yoga, aún pensamos en quienes fuimos.

Existe un aire de nostalgia al recordar ese buen café que tomaba contigo en Macadamia o compartir una buena charla en persona cuando comíamos juntos, ese inalcanzable pastel de zanahoria que nunca pudimos comer (un futuro inmediato del que fuimos despojados), tantos atardeceres y amaneceres irrepetibles que nos perdimos (que se llevaron). Me acuso de haber llorado en silencio mi ausencia en las aulas, he llorado amargamente por no haber estado ahí para abrazarte cuando mÔs lo necesitabas, era mi derecho acompañarte en tan difícil momento y me fue arrebatado. Fue terrible para mí quedarme en casa, aunque mi corazón y mi alma te acompañaron en todo momento.

Me duele pensar que jamÔs vamos a recuperar el tiempo perdido, me duele saber que cuando salgamos todo va a normalizarse y olvidaremos lo que perdimos. La cotidianidad se adaptarÔ de nuevo. Tal vez y sólo tal vez, en alguna soleada tarde de oficina, recordemos quienes fuimos antes del encierro y quizÔs entonces vamos a volver, pero volver de verdad a nuestros lugares favoritos, a tomar café en Macadamia, comer en ese restaurante, quizÔ ese pastel de zanahoria encuentre su momento, no vamos a perdernos ningún otro atardecer. Por fin podré abrazarte como no pude hacerlo antes y decirte en ese abrazo que estoy ahí, que estoy para ti, que lamento tu pérdida y lamento la mía, lamento la pérdida de toda la humanidad, la pérdida de cada individuo sobre esta tierra y que he llorado con cada ser confinado durante esta pandemia.

Sé que vamos a volver a nuestros lugares favoritos (tus brazos, por ejemplo), pero ahora mismo no puedo mÔs qué pensar en todo lo que esta pandemia se llevó, eso que me quitó, todo aquello que me arrebató, de lo que me despojó y que jamÔs podré recuperar.

Con cariƱo para Mulder y alguien mƔs.

Por Paola Licea

Soy amante de las letras y de los pensamientos. Licenciada en APOU Candidata a Mtra. En Humanidades

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