
Ernesto Palma F.
“Lo relevante en la mentira, no es nunca su contenido, sino la intencionalidad del que miente”. Jaques Derrida.
Como nunca en su historia, México se encuentra en el umbral del abismo: crisis sanitaria, más crisis económica. Mientras el presidente López Obrador está pensando en reanudar sus giras, inaugurar obrar faraónicas y continuar su proyecto devastador. Para poder salir airoso de la crisis sanitaria, no ha dudado en mentir- una vez más-. En su concepción del mundo y de la vida, mentir es sólo un recurso, una estrategia. No tiene que ver con su escala de valores éticos o morales.
No importa mentir a los mexicanos sobre haber “domado la pandemia” o que frente al manejo de la crisis “vamos bien, muy bien”, o utilizar para su beneficio coyunturas para presumir la invitación de la OMS al otro López (Gatell), como un reconocimiento al gobierno mexicano por su ejemplar manejo de la pandemia, cuando en realidad se trató de un procedimiento regulado por una convocatoria a la que el propio López Obrador respondió proponiendo a Gatell desde el 2019.
Ocultar cifras, desvirtuar protestas del personal médico, engañar sin pudor sobre la realidad que nos aguarda; inventar una creación de empleos o peor aún, mentir sobre supuestos fondos recuperados en la lucha anticorrupción, para luego insistir que el gobierno no tiene dinero, mientras compra estadios de beisbol, financia proyectos inviables (Dos Bocas, Tren Maya, Pemex, etc.).
Este 27 de mayo, López Obrador se quitó la careta. Un día después de que México alcanzara la cifra más altas en contagios y muertes por Covid, anuncia que el próximo lunes reanudará sus giras. Su prisa por eludir la crisis sanitaria le llevó a manipular los informes de la Secretaría de Salud sobre la gravedad de la pandemia. De poco le sirvió la experiencia del repudio generalizado que le valió a Trump, preferir jugar golf, mientras Estados Unidos alcanzaba la cifra récord de 100 mil muertos.
La prioridad no es la salud ni la economía de los mexicanos, lo importante es la imagen y la popularidad.
La mentira es pues, y a ello debemos atenernos, nuestra forma de Gobierno. Pero aquí hay algo que nos debe alertar: López Obrador no es un mentiroso compulsivo sino un embustero muy consciente, un felón en el que prevalece su ambición y que ha hecho del poder su única referencia. Nada que no sea conservarlo le importa en absoluto.
El uso de la mentira y el engaño como estrategia política no es un fenómeno nuevo. La idea de que los políticos mienten ha sido históricamente parte del conocimiento popular. Un ejemplo muy reciente es la llegada de Trump al poder en Estados Unidos, considerada como uno de los casos más emblemáticos de esta estrategia de la mentira como herramienta política. Es tan grande la lista de todas las mentiras y engaños dichos por Trump hasta ahora, que es posible encontrar un buen trabajo hecho por el Washington Post y una página web (Polifact) dedicada a analizar este tipo de información con un “verdadómetro” (Truth-o-Meter).
La funcionalidad de la mentira como estrategia política, sólo sería posible si está apuntalada por una estrategia de comunicación oficial, que en nuestro país guarda un sorprendente paralelismo con la propaganda del Tercer Reich, orquestada por Joseph Goebbels quien fuera considerado el padre de la propaganda nazi y responsable del Ministerio de Educación Popular y Propaganda, creado por Adolf Hitler a su llegada al poder en 1933. Goebbels había sido el director de la tarea comunicativa del Partido Nazi y el gran arquitecto del ascenso al poder. Una vez en el Gobierno y con las manos libres para monopolizar el aparato mediático estatal, Goebbels prohibió todas las publicaciones y medios de comunicación fuera de su control, y orquestó un sistema de consignas para ser transmitido mediante un poder centralizado del cine, la radio, el teatro, la literatura y la prensa. Era también el encargado de promocionar o hacer públicos los avisos del gobierno.
A continuación se describen brevemente los principios de la propaganda nazi creada por Goebbels:
Principio de simplificación y del enemigo único. Adoptar una única idea, un único símbolo; individualizar al adversario en un único enemigo.
Principio del método de contagio. Reunir diversos adversarios en una sola categoría o individuo; Los adversarios han de constituirse en suma individualizada.
Principio de la transposición. Cargar sobre el adversario los propios errores o defectos, respondiendo el ataque con el ataque. “Si no puedes negar las malas noticias, inventa otras que las distraigan”.
Principio de la vulgarización. “Toda propaganda debe ser popular, adaptando su nivel al menos inteligente de los individuos a los que va dirigida. Cuanto más grande sea la masa a convencer, más pequeño ha de ser el esfuerzo mental a realizar. La capacidad receptiva de las masas es limitada y su comprensión escasa; además, tienen gran facilidad para olvidar”.
Principio de orquestación. “La propaganda debe limitarse a un número pequeño de ideas y repetirlas incansablemente, presentadas una y otra vez desde diferentes perspectivas pero siempre convergiendo sobre el mismo concepto. Sin fisuras ni dudas”. De aquí viene también la famosa frase: “Si una mentira se repite suficientemente, acaba por convertirse en verdad”.
Principio de renovación. Hay que emitir constantemente informaciones y argumentos nuevos a un ritmo tal que cuando el adversario responda, el público esté ya interesado en otra cosa. Las respuestas del adversario nunca han de poder contrarrestar el nivel creciente de acusaciones.
Principio de la verosimilitud. Construir argumentos a partir de fuentes diversas, a través de los llamados globos sondas o de informaciones fragmentarias.
Principio de la simulación. Acallar sobre las cuestiones sobre las que no se tienen argumentos y disimular las noticias que favorecen el adversario, también contraprogramando con la ayuda de medios de comunicación afines.
Principio de la transfusión. Por regla general la propaganda opera siempre a partir de un sustrato preexistente, ya sea una mitología nacional o un complejo de odios y prejuicios tradicionales; se trata de difundir argumentos que puedan arraigar en actitudes primitivas.
Desafortunadas, lamentables y vergonzantes semejanzas con los métodos propagandísticos nazis que sólo dejan lugar para el análisis sociológico, porque la realidad nos consume con su vorágine y apenas terminamos de procesar una nueva ocurrencia mañanera, cuando nos apabulla la realidad con los datos vespertinos sobre la pandemia y sus efectos en la vida, la salud y la economía de millones de mexicanos.
A estas alturas, ya se puede elaborar un amplio catálogo de las mentiras y engaños de este régimen, incluyendo las promesas de campaña que ilusionaron a millones de mexicanos que votaron por la opción del cambio. Mentiras como la del desabasto de gasolina en diciembre del 2018, que se encubrió como una estrategia de lucha contra el huachicol y que costó la vida de 130 personas en Tlahueluilpan, Hidalgo. Ahora el costo de mentir para arrojar a la población a las garras de la pandemia, en plena contingencia sanitaria será de miles de vidas, sacrificadas por la prisa de una “nueva realidad” dictada desde el escritorio presidencial.
El incidente en Tlahuelilpan obligó al gobierno a reconsiderar su engaño a la población y resolvió la distribución inmediata de gasolina. Ahora tenemos la vuelta a ciegas a una normalidad, con más de nueve mil mil muertes y más de ochenta mil personas contagiadas. Perversamente, López Obrador eligió la semana más crítica de la pandemia para reanudar sus giras y dar el banderazo al Tren Maya. Pronto sus lacayos y propagandistas nos llenarán de imágenes y mensajes anunciándonos las buenas nuevas de un mundo feliz, en el que la pandemia ha desaparecido y en el que los mexicanos podemos dormir el sueño de los justos.
La mentira -al final- es y será la columna vertebral de nuestra nueva realidad.
Bienvenidos.