
Ernesto Palma F.
“Quisieran los perros del potrero por siempre acompañarnos, pero sus estridentes ladridos sólo son señal de que cabalgamos”. Goethe[1]
La realidad contradice la narrativa oficial: el manejo de la pandemia ha sido un fracaso que aún no termina. México es el país con más fallecimientos del mundo en las últimas 24 horas. Este domingo suman 180 mil 545 casos confirmados de COVID-19, mientras que hay 21 mil 825 muertos por la enfermedad. La consigna es distraer a la opinión pública, crear escándalos, asustar con reformas retrógradas como la extinción de fideicomisos, la desaparición de CONAPRED o inmolarse como lo hizo López Obrador al reconocer que él dio la orden para liberar al hijo del Chapo, inventar golpes estado, complots y conspiraciones como la existencia del BOA, hasta chismes que involucran a la familia presidencial con personajes del espectáculo y las redes sociales.
Ahora sabemos por un video filtrado, cómo López Obrador instruye cada mañana a su “gabinete de seguridad” para que manden a los conservadores a Palenque -o sea a la chingada- hablándoles “muy despacito para que no se alteren”. Esa es la forma en la que el mandatario concibe el trato que se debe dar a sus críticos y detractores. En la nueva normalidad dictada desde Palacio Nacional, se ha determinado una línea clara de actuación para los simpatizantes de la llamada cuarta transformación: aplastar la crítica. Los alcances de esa consigna los estamos apreciando en la interacción de los periodistas críticos del gobierno y los principales actores políticos, o por lo menos los más visibles del régimen lopezobradorista. Carlos Loret fue tildado de “sicario” por una secretaria de Estado, por exhibir su patrimonio y surge la pregunta del gremio : ¿A dónde nos quieren llevar?.
Según el encuestador Roy Campos la aprobación del presidente ha bajado entre los estudiantes, trabajadores, campesinos…en donde les pega la pérdida de empleos. En el tema de seguridad, el país está peor que en el 2019: en promedio casi 100 personas son asesinadas al día, entre ellas 11 mujeres y tres menores. Son cifras récord. Están desesperados porque su llamada cuarta transformación se desmorona y con ello el país entero. La columna vertebral del discurso presidencial -combate a la corrupción- se desvanece por la sospecha del involucramiento de colaboradores cercanos a López Obrador en actos de corrupción e impunidad.
Las diatribas presidenciales contra medios de comunicación y críticos del régimen se transforman en anuncios espectaculares, dislates, ocurrencias e invenciones que pronto se transforman en los temas que ocupan titulares y columnas. López Obrador dicta la agenda mediática y con ello distrae sobre los verdaderos problemas nacionales: la crisis sanitaria y económica que no han sabido manejar. En esa línea distractora de la opinión pública, declaró que se “convertirá en guardián de las próximas elecciones para evitar fraudes”. Ahora el tema distractor de la semana será el riesgo de que se esté considerando la desaparición del INE y que Morena deslice la posibilidad de presentar una iniciativa para que las elecciones sean organizadas por alguna dependencia del gobierno federal. La semana pasada la prevención de la discriminación en México ocupó buena parte de la atención mediática.
En su estrategia distractora López Obrador ha promovido un enfrentamiento entre opositores a su régimen y seguidores de su gobierno, aun cuando él ha sido el principal promotor de que el país se divida en dos: buenos y malos, pobres y “ricos”, conservadores y liberales. Para el Presidente, ser crítico de su gobierno es sinónimo de vileza y en ese sentido reaccionan muchos de sus aliados. Tras ser constantemente atacados y descalificados desde el púlpito de sus mañaneras, quienes opinan diferente a López Obrador han sido objeto de campañas de desprestigio emprendidas desde los sótanos del poder. En este escenario no se prevé un clima de civilidad que pare la confrontación, ya que el jefe del Estado mexicano es el primero que divide a sus ciudadanos en dos bandos irreconciliables. Llama adversarios a quienes no coinciden con él, pero en los hechos, los trata como enemigos.
Entre sus alardes incubados en el poder presidencial, López Obrador desafió a definirse: “o están conmigo o contra mí” abriendo la puerta a la jauría que se agrupa para mostrarle su lealtad (como la sospechosa “solidaridad” expuesta por algunos de los más relevantes integrantes del gabinete, en torno al matrimonio Sandoval-Ackerman, luego de que Loret los exhibiera) y el encubrimiento soterrado a Sanjuana Martínez que convirtió Notimex en la sede de la censura y los ataques a los críticos del régimen lopezobradorista. La reacción de la Secretaria Sandoval hacia Carlos Loret, motivó la declaración de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, condenando el lenguaje amenazante y estigmatizante de la funcionaria, reflejando lo poco que el gobierno mexicano respeta la transparencia, la rendición de cuentas, la libertad de expresión y sobre todo, el combate a la corrupción.
La 4T traiciona inclusive a comunicadores que fueron también incisivos en la crítica independiente a gobiernos anteriores, abriendo sus espacios a voces críticas del sistema y creando un ecosistema de pluralidad. Hoy lo niega López Obrador y sus replicadores de odio inundan las redes sociales en contra de periodistas como Ciro Gómez Leyva, Carlos Loret o Joaquín López-Dóriga, que por años, como Aristegui, han abierto la arena pública para la discusión de las ideas, nunca con descalificación. La animadversión presidencial hacia medios como los periódicos El Universal, Reforma o la revista Proceso, coloca en riesgo el ejercicio de la libertad de expresión.
El derecho a expresar y a informar, así como el derecho de la gente a ser informada –de ahí las críticas pertinentes cuando incurrimos en excesos o errores–, ha sido el sello de un periodismo independiente. Sin esa prensa, López Obrador no hubiera llegado a la presidencia con el 53 por ciento del voto. No se trata de que agradezca a periodistas y medios, que realizan su trabajo profesional y que permiten una visión más amplia y plural del derecho a informar y a ser informados. Vale la pena recordar la mañanera en la que Arturo Rodríguez- con la dignidad y valor de un auténtico periodista- interpeló a López Obrador para señalarle que “No es papel de los medios, presidente, portarse bien con alguien.”, luego de que el presidente expresara la necesidad de que los periodistas y los medios tomaran partido con la transformación, como lo hicieran en el pasado Francisco Zarco y los Flores Magón, al servicio del movimiento liberal. Lo que se espera de un jefe de Estado es respetar las opiniones que le son adversas y en el mejor de los casos, considerar la crítica como la otra cara de la moneda. Aplastarla no cambia el sentido de la realidad. Tal vez escuchar las expresiones críticas de su gobierno, sea la mejor forma de evaluar su actuación como presidente de la República.
Se puede criticar a muchos de quienes nos atrevemos a elevar la voz, de haber incurrido en errores y excesos fatalistas, de sesgos o falta de equilibrio. Pero en todos los casos, a diferencia de los sicarios del régimen, en particular quienes encabezan los nodos de odio en el entorno de López Obrador, todos los que damos la cara, no nos escondemos detrás el cobarde anonimato y enfrentamos las consecuencias.
Somos muchos los que optamos porque se respeta la Constitución y no se militarice el país; que se apoye a quienes han perdido su empleo como consecuencia de la pandemia; que se suspendan las obras faraónicas como Dos Bocas, el Tren Maya, el aeropuerto de Santa Lucía y los recursos se canalicen a fortalecer el sistema de salud y se atienda al mayor número posible de personas contagiadas de COVID-19, reduciendo los elevados índices de mortalidad; que se reduzca el precio de la gasolina y que se deje de dilapidar dinero en Pemex; que se investiguen los casos de corrupción que involucran a servidores públicos de este gobierno; que se revisen las cláusulas de las leyes y normas relacionadas con la entrada en vigor de T-MEC, que afectarán a la población, como lo es el caso de demorar la liberación de patentes de medicamentos, para que puedan producirlos laboratorios mexicanos, bajo la figura de medicamentos genéricos, a un menor costo; que se respete y apoye el trabajo y la experiencia de quienes laboran en Institutos que protegen el patrimonio histórico y arqueológico nacional; que se definan con claridad las estrategias de combate a la delincuencia organizada para que no parezca que existe un sospechoso contubernio; que las niñas, niños y adolescentes tengan acceso a una educación de calidad; que se de apoyo a la ciencia, el arte y la cultura.
Si estas inquietudes o críticas son expresadas en voz alta, habremos elegido estar en contra de la transformación y por lo tanto nos haremos acreedores a ser tratados como sus enemigos. Expresar públicamente que es necesario que el gobierno electo democráticamente, tome decisiones que beneficien a los más necesitados en medio de una crisis sanitaria y económica, es hoy una afrenta para el presidente, quien no duda en alentar el ataque abierto o soterrado contra la crítica. Pero hay que tomar nota: los críticos sólo son portavoces de amplios sectores de la población, cada vez más inconforme con la forma y el estilo de gobernar de este régimen. No todos somos ese “pueblo bueno” que cree a ciegas la cuarta transformación.
Se podrán utilizar todas las estrategias distractoras y contratar legiones de cibertíteres al servicio de la 4T, pero la realidad desnuda la incompetencia, la irresponsabilidad y el verdadero y único interés de la clase gobernante: perpetuarse en el poder para enriquecerse como lo hicieron sus antecesores. Dicen ser diferentes, pero los hechos los desmienten…y ante eso, les será imposible acallar a sus detractores. Es recomendable revisar la historia de los gobiernos antidemocráticos y totalitarios y sus intentos de aplastar la crítica. Para muestra basta un botón: El Washington Post publicó ayer el artículo de Carlos Loret “Las casas de Sandoval y Ackerman reflejan el autoritarismo del gobierno mexicano”. Luego de leerlo se puede concluir que siempre habrá formas de que la verdad salga a la luz.
[1] Goethe en su poema “Kläffer” (Ladrador, 1808),