DE UN MUNDO RARO
Por Miguel Ángel Isidro
La violencia es, sin lugar a dudas, el más indeseable de los invitados a cualquier núcleo de convivencia humana.
Desde los albores de la civilización, la violencia ha sido un elemento asociado al ejercicio y la ostentación de poder.
La violencia es, sin duda, esa indeseable invitada que de vez en cuando aparece para arrebatarnos la tranquilidad y afectar a la baja nuestra calidad de vida.
Ésta semana, la noticia del atentado en contra del secretario de Seguridad Ciudadana del Gobierno de la Ciudad de México, Omar García Harfuch ha representado sin duda un duro golpe de realidad para los habitantes y autoridades de la capital del país.
Es innegable que la violencia criminal sigue siendo una de las grandes asignaturas pendientes para el gobierno de Andrés Manuel López Obrador. El Presidente ha insistido en que su estrategia se enfoca en atacar el problema desde las bases, pero es evidente que el uso de programas sociales como herramienta disuasiva para evitar que los jóvenes sigan siendo carne de cañón paga las bandas criminales, es algo que tomará mucho tiempo en ofrecer resultados.
Asimismo, la 4T le apostó mucho de su capital político a la creación de la Guardia Nacional; determinación que hizo al Presidente enfrentar las recriminaciones de sus críticos; quienes le echaron en cara el drástico giro a su discurso de campaña, cuando había prometido que mandaría al Ejército de regreso a los cuarteles y que enfrentaría la inseguridad con una fuerza civil. Ahora México cuenta con un ejército travestido, que aún sigue quedando a deber resultados que hagan notar que su creación fue algo más allá de un cambio de nombre y uniforme.
Durante muchos años, la capital del país pareció estar a salvo del incremento en los niveles de violencia que se han acrecentado en otros puntos del país. Si bien es cierto que el asalto a mano armada en transporte público es un fenómeno cotidiano para los habitantes de la megalópolis, las ejecuciones sumarias, los narco bloqueos o los choques armados entre grupos de sicarios o los enfrentamientos de éstos con el ejército o cuerpos policiacos es algo todavía ajeno a la cotidianidad de la gran metrópoli, al menos en cuanto a la percepción ciudadana se refiere.
Lamentablemente, no es la misma situación la que enfrentan los mexicanos a enfundados en territorios como Veracruz, Guerrero, Guanajuato o Sinaloa, entre otros territorios, donde la presencia de la delincuencia organizada ha tocado sensiblemente el modo de vida de los ciudadanos y sus comunidades.
Durante más de media década, tuve la oportunidad de ejercer mi actividad profesional como comunicador en la ciudad de Matamoros, que a pesar de sus muchos atributos, sigue siendo identificada por una ominosa huella en su historia: ser la cuna del Cártel del Golfo, una de las organizaciones crimínales más antiguas del país.
Pero no es solamente una ciudad difícil para ejercer periodismo. Los matamorenses han desarrollado un gran sentido de auto protección para tratar de mantener su cotidianidad de una manera más cercana a la “normalidad”.
Recuerdo en aquellos años una práctica común entre los incipientes grupos de redes sociales: mensajes publicados en grupos de Messenger o compartidos con círculos de amistades a través del servicio de mensajería de BlackBerry.
“Tengan cuidado, hay fiesta grande en el pueblo. Eviten la zona de Lauro Villar” es un ejemplo del tipo de mensajes que circulaban en aquel entonces. Sobra decir que en el lenguaje cifrado, la palabra “fiesta” implicaba una situación de riesgo, que bien podía ser un enfrentamiento armando o un narco bloqueo. “Mucha precaución por la zona de Mundo Nuevo; fuerte movimiento de camionetas llenas de Hardys; todos traen juguetes”, es otro ejemplo del tipo de mensajes compartidos. “Hardys” era la referencia a un tipo de gorras que en aquel tiempo estaban de moda entre los jóvenes sicarios (de la marca Ed Hardy), y la palabra “juguetes” era referencia a las armas. Los mensajes se compartían de manera cifrada porque se daba por sentado que muchas de las comunicaciones podían estar intervenidas por las autoridades o por el propio cártel… y ningún ciudadano de a pie quería tener problemas ni con uno ni con otro bando.
Es obvio que a pesar de los discursos triunfalistas, la actividad del crimen organizado se ha venido acrecentando y multiplicando en la capital del país; grupos como la tristemente célebre “Unión Tepito” forman ya parte del contenido diario de los reportes de la nota roja. Sin embargo, una maniobra criminal de alto impacto como el atentado contra el secretario García Harfuch representa, más allá del acto criminal, el lanzamiento de un fuerte mensaje a la autoridad.
La capacidad táctica de despliegue de los presuntos sicarios del Cártel Jalisco Nueva Generación (CJNG) y su ostentoso poder de fuego es algo que de ninguna manera se debe soslayar. Según el reporte dado a conocer por la Jefa de Gobierno de la Ciudad de México, Claudia Sheimbaum, en el ataque al secretario de Seguridad Ciudadana participaron por lo menos 30 sicarios divididos en 4 células; y se aseguró un arsenal consistente en 38 rifles AK-47, un lanza granadas y cinco fusiles Barrett Calibre 50, éstos últimos capaces de penetrar blindajes de alta gama.
Más allá del lamentable saldo del incidente -dos escoltas y una mujer muerta, (ésta última ajena a los hechos) y las tres heridas de bala recibidas por el secretario García Harfuch- el despliegue táctico y la capacidad de fuego exhibida por el grupo criminal representa un delicado desafío a la autoridad, a quienes están demostrando que pueden perpetrar un atentado de esa magnitud en una zona privilegiada de la ciudad.
Apenas el pasado miércoles 24, la propia Claudia Sheimbaum había presentado ante los medios un reporte en materia de seguridad en la CDMX, presumiendo una reducción del 27% en la incidencia de delitos de alto impacto en el último año, y una tendencia a la baja en materia de homicidio doloso y el robo a transporte.
En fechas recientes, el propio secretario García Harfuch había perpetrado golpes importantes a grupos delictivos que operan en la capital como “La Unión Tepito” y la “Anti Unión”.
Por ello sorprende en cierto modo el que su esquema de seguridad se haya relajado; si bien es cierto que la respuesta del apoyo policial se suscitó en tiempo récord (apenas dos minutos, de acuerdo a los reportes oficiales), llama la atención el hecho de que no haya existido dentro del protocolo de seguridad del funcionario un convoy de avanzada que hubiese podido prevenir el bloqueo que antecedió al ataque, y que de igual manera, el grupo criminal no haya contado con un plan más depurado para huir del lugar de los hechos. La captura de 19 presuntos sicarios a pocas horas del ataque, incluido un presunto mando del CNJG no basta por sí sola para disipar las múltiples dudas que el atentado ha sembrado ante la opinión pública.
Como lo apuntamos líneas arriba, uno de los aspectos más complicados de resolver en materia de seguridad es el de la percepción. Y es innegable que para devolver cierta dosis de tranquilidad a los habitantes de la CDMX hará falta mucho más que buenas intenciones.
Lamentablemente, la “fiesta” llegó a la capital del país, con las consecuencias que ello represente.
Habrá que seguir de cerca lo que está por venir.
Twitter: @miguelisidro
SOUNDTRACK PARA LA LECTURA:
Los Victorios (México)
“Ciudad sin guerra”
Ritmo Peligroso (México)
“¿Pa’ Qué violencia?
Mexican Dubwiser (México)
“La Gran Ciudad” (ft. Tino El Pingüino)
-Luzbel (México)
“Guerrero verde”