
REFLEXIONES APÁTRIDAS
Aunque como humanidad hemos fracasado, algo que siempre nos ha salido muy bien es hacer todo mal. Una de esas cosas que nos han ayudado a triunfar en la ignominia es nuestra costumbre de clasificarnos, de separarnos de los otros hasta el absurdo.
En Caracteres, Teofrasto se da a la tarea de describir, más que a distintos tipos de personas, algunos de los muchos defectos humanos. En el carácter “De la charlatanería” describe que el charlatán cuenta, entre muchas cosas, fiel a su verborrea, que el día anterior vomitó o que el trigo está a buen precio. Incluso que llega a afirmar con ligereza que ”los hombres de hoy son mucho peores que los de antaño”.
Este juego cíclico acusatorio, que por lo menos data del 319 a. C., cuando Teofrasto escribió Caracteres, es el deporte favorito de las generaciones que, a paso irremediable, se van haciendo viejas —como la nuestra, como la mía, como la tuya—. Así, mientras aceptamos nuestro envejecimiento, vilipendiamos con razones dizque muy bien fundamentadas la decadencia de la nueva generación.
Resulta muy curioso que la frase “en nuestra época” o la consabida “en mis tiempos” sean usadas para designar a la juventud como si al pasar esa etapa se nos acabara todo propósito y estuviéramos viviendo por pura necedad. Se habla de la juventud como si fuera el epicentro de la vida y no como lo que es: un abismo asqueroso de expectativas.
La juventud es solo una engañifa promisoria. Un periodo inocente en donde ignoramos que ignoramos demasiado —todo—. A veces hasta caemos en el error de acariciar el recuerdo de la juventud con añoranza, con apego, olvidándonos de que en realidad no fue una buena etapa, solo que en ese entonces no habíamos sido golpeados tantas veces por la realidad.
Un fenómeno de mi generación que todavía me exaspera aún más; incluso más que la añoranza rancia por la juventud es el chavorruquismo. Una clasificación que desde su base se me figura pusilánime e infantilizadora. ¿No podríamos vivir nuestra mediana edad sin clasificarnos de manera tan torpe? Y, a fin de cuentas, ¿es esa etiqueta una exculpatoria de que nos sigan gustando “cosas de chavos”? ¿Por qué habríamos de refugiarnos en un concepto que intenta ser chabacano, que encima alude en su raíz a lo joven, “a lo chavo”, para justificar —o yo qué sé— nuestros gustos?
Y sigo con las preguntas: ¿Para qué sirve esa etiqueta? ¿Para designar que ya somos grandes para hacer, vestir, consumir o escuchar algo? ¿Que a pesar de que ya no son “nuestros tiempos” queremos seguir disfrutando de los productos culturales con los que crecimos, que prácticamente nos criaron, y que, si a esas vamos, tenemos más derecho a disfrutar más que nadie?
Pongamos un ejemplo, las series animadas: ¿No es lógico que a los adultos que se les designa, o peor, se autodesignan chavorrucos, les sigan gustando las caricaturas ya que fueron las primeras generaciones que vivieron su niñez frente a una televisión? Pongamos otro, los videojuegos: ¿No es más que lógico que los “chavorrucos” sigan jugando videojuegos si prácticamente vivieron el milagro del nacimiento de las consolas y su acelerada evolución, viendo año con año como los juegos se convirtieron en maravillas visuales, narrativas y tecnológicas?
Más aún: ¿No son casi siempre los que rondan las tres o las cuatro décadas los creadores de las series animadas, los videojuegos y demás? ¿No son generalmente esos “chavos” y esos “rucos” los que han hecho los productos culturales que han cimbrado y revolucionado las generaciones no solo en esta época sino desde siempre?
¿Y ese orgullo insano de autoproclamarse chavorruco a qué viene? Sí, ya vimos, eres el ñoño con el monito de colección, la playera original de sabe cuál franquicia y que tu bagaje cultural es una memorabilia extensa de cultura popular. Ajá, ¿y qué más? ¿Y esa autosuficiencia con la que presumen de haber crecido en los ochenta y noventa a qué se debe si nadie tiene injerencia en la época que ha de nacer?
Algo que me llama la atención es que jamás he escuchado a una mujer nombrándose “chavorruca”. Las señoras con la misma edad de los mal nombrados chavorrucos, son —somos— eso: señoras y ya está. Sin la necesidad de ponernos bajo una etiqueta simplona que intenta disculpar que a pesar de estar rucos les gustan “cosas de chavos”, o peor aún, a la inversa: que siguen sintiéndose chavos a pesar de estar rucos —es decir, en los límites del raboverdismo—. Cosa que solo alimenta esa apología terca y sin sentido de la juventud como cúspide de la vida.
¿No sería más digno solo disfrutar todas nuestras etapas sin justificarnos y sin juzgar; sin exculparnos por hacernos viejos, sin ver a la juventud como un paraíso perdido en este paraje inhóspito de la vida en el que apenas hay tres cosas que nos hacen reír? ¿No es tiempo ya de que dejemos de ser unos charlatanes?
Creo que la razón por la que no hemos oído el termino “chavorruca” es porque a la mujer se le piensa en termino de “señora o señorita”, estamos acostumbrados al dicho de que “la mujer madura más pronto que el hombre” y quizás por eso no se nos nombra de manera Intermedia. O somos jóvenes o somos viejas, pero nunca las dos cosas al mismo tiempo; por eso pienso que es más común pensar que un hombre sea “chavorruco”, porque proviene de su supuesta inmadurez que le permite navegar en entre la juventud y la vejez.
Coincido en que la edad no tiene ninguna restricción de diversión o de gustos.