DE UN MUNDO RARO
Por Miguel Ángel Isidro
Uno de los episodios más apasionantes, pero a la vez más complejos de explicar y entender en términos sencillos es la Revolución Mexicana.
Es generalmente aceptado y conocido que la Revolución inició el 20 de noviembre de 1910, con el movimiento anti reeleccionista encabezado por Francisco I. Madero, quien alcanzaría la presidencia de la República casi un año más tarde, para después ser traicionado y asesinado el 22 de febrero de 1913.
La etapa armada de la Revolución es también una historia de próceres traicionados: Emiliano Zapata, Francisco Villa, Emiliano Carranza e incluso Álvaro Obregón murieron asesinados a mansalva.
La confrontación entre las distintas facciones revolucionarias provocó incluso una falta de consenso entre los historiadores acerca de la culminación del movimiento: hay quienes la ubican en 1917, con la promulgación de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos; otros autores con la llegada al poder de Plutarco Elías Calles en 1924; otros con la fundación del Partido Nacional Revolucionario en 1929, y otros más la ubican hasta 1940, con la llegada de Manuel Ávila Camacho a la primera magistratura federal.
Uno de las más controversiales episodios del periodo post revolucionario es el llamado “Maximato”, ubicado por los historiadores entre 1928 y 1934, período en el que Plutarco Elías Calles se entronizó como “El Jefe Máximo de la Revolución”, por la influencia que mantuvo sobre el poder presidencial.
Calles ocupó la Presidencia de la República formalmente de 1924 a 1928, período que sirvió de “puente” para que su mentor, Álvaro Obregón, lograse “brincar” el principio constitucional de la no reelección: gobernando de 1920 a 1924; manteniendo su influencia durante el gobierno callista y siendo nuevamente electo en 1928. Sin embargo su proyecto se vio truncado al morir asesinado el día que festejaba su segundo triunfo electoral. En ese momento, Calles asume un control fáctico de la Presidencia, designando a los siguientes titulares del Ejecutivo: Emilio Portes Gil (1928-1930), Pascual Ortiz Rubio (1930-1932), Abelardo Rodríguez (1932-1934) y Lázaro Cárdenas, quien asumió el poder en 1934, pero quien finalmente pudo romper la hegemonía callista al destituir a los miembros del gabinete que le fueron impuestos por el “Jefe Máximo” y enviándolo al destierro en 1936.
Sirva toda ésta monografía para explicar un fenómeno que a decir de muchos observadores y analistas se ha replicado en la historia reciente del país.
Para nadie es irrelevante la influencia que el ex presidente Carlos Salinas de Gortari ha tenido en el gobierno y la política nacional de 1994 a la fecha. Tras el dramático asesinato de Luis Donaldo Colosio, impulsó la candidatura de Ernesto Zedillo Ponce de León. A pesar de una evidente ruptura con su delfín (enfatizada con el encarcelamiento de su hermano Raúl en febrero de 1995), muchos cuadros del salinismo se mantuvieron en posiciones estratégicas dentro del gabinete presidencial, el poder legislativo y otros espacios de representación. Fue artífice de negociaciones con el PAN desde su llegada misma al poder, pasando por las famosas “concertacesiones” que permitieron al partido blanquiazul allegarse algunas posiciones de poder durante su mandato y posteriormente alcanzar la Presidencia con Vicente Fox en el año 2000.
La influencia salinista se mantuvo durante los mandatos de los panistas Fox y Felipe Calderón, con la permanencia de algunos de sus cuadros dentro de las altas esferas del gobierno -principalmente en el sector económico- y se refrendó con el retorno del PRI a la presidencia a través de la figura de Enrique Peña Nieto. En términos prácticos, podría decirse que Salinas de Gortari es el artífice del conglomerado de intereses que sus detractores ubican como “el PRIAN”.
La reflexión viene a colación por la iniciativa del actual Presidente Andrés Manuel López Obrador de someter a consulta popular la posibilidad de investigar y someter a proceso judicial a los ex mandatarios “que hayan cometido delito alguno”.
Más allá de las controversias legales y políticas de dicha propuesta, el ubicar el período “negro” del neoliberalismo en los últimos cinco sexenios convierte a Salinas una vez más en el villano favorito de la narrativa política del actual régimen; el hilo conductor entre los intereses de toda una corriente histórica y política.
Queda claro que el actual presidente tiene una obsesión casi enfermiza con el ex panista Felipe Calderón (“me robó la Presidencia en 2006”, ha expresado literalmente en no pocas ocasiones), pero en la gran fotografía a distancia sobre los distintos acontecimientos, alianzas y rupturas suscitadas en los últimos 30 años en el escenario político nacional, prevalece la influencia y huella del salinismo.
Volviendo nuevamente a la referencia historiográfica, y guardando obviamente las debidas salvedades por las diferencias en contexto y circunstancias, habría que advertir que hubo varios factores clave que permitieron a Lázaro Cárdenas sacudirse la influencia de Plutarco Elías Calles: procuró cercanía y fortaleció distintos liderazgos en los sectores militar, agrario y obrero; fortaleció a su partido, pero también de paso lo reestructuró desmontando el aparato político callista, que creó el Partido Nacional Revolucionario (PNR), llegando al extremo de una refundación, al transformarlo en el Partido de la Revolución Mexicana (PRM), dando pie a la creación de la organización por “sectores”. Es decir, para romper el Maximato, Cárdenas se valió de liderazgos fuertes, fortaleció a su gobierno y a la vez fortaleció y dio una nueva identidad a su partido.
En el momento actual, vemos a un presidente dotado de un liderazgo fuerte, que ha mantenido sus niveles de aceptación a pesar de las evidentes crisis que persisten en el país por causa de la pandemia, la recesión económica y la incesante violencia criminal, principalmente. Pero al mismo tiempo, vemos un escenario político con demasiados frentes abiertos: el caso Lozoya (que sigue generando entuertos a cada revelación que presenta), la legitimación de los macro proyectos presidenciales, -que siguen enfrentando batallas en los terrenos legal y político-, la propia crisis del coronavirus y sus consecuencias sanitarias, económicas y sociales; y por sí fuera poco, una crisis interna en el movimiento que llevó al poder a López Obrador que se manifiesta a su vez en dos escenarios: los golpes bajo la mesa en torno a la renovación de la Presidencia del Congreso entre Morena y sus aliados -en este caso el PT-, y por otra parte, las múltiples complicaciones a las que se está enfrentando el partido del presidente para renovar su dirigencia nacional, con un proceso electoral federal a la vuelta de la esquina.
Es evidente que para muchos sectores es deseable la aniquilación política del Maxi-Salinato. Pero en estos momentos se tiene a un presidente fuerte, pero sin liderazgos fuertes que le acompañen, porque involuntariamente ha debilitado a sus cuadros en la misma medida que ha fortalecido su popularidad, convirtiendo su proyecto en el gobierno de un solo hombre.
Es evidente que Morena es un movimiento fuerte por las simpatías que atrae, pero institucionalmente débil. Falta ver cómo enfrentará los naturales conflictos que implicará la designación de candidatos a los distintos cargos de elección popular que estarán en juego en 2021.
López Obrador es un presidente fuerte, pero no tiene un gabinete fuerte. No sólo por las renuncias que ha enfrentado cuando no ha llegado ni al primer tercio de su mandato, sino por las evidentes contradicciones y conflictos internos que persisten entre sus figuras más sobresalientes, tal y como lo describió el todavía titular de la Secretaría del Medio Ambiente, Víctor Toledo, en sus controversiales declaraciones de hace un par de semanas.
Es evidente que el viejo régimen debe morir. Pero para que ello ocurra, el nuevo régimen debe terminar de nacer. Y para ello, al parecer, todavía falta tiempo.
Twitter: @miguelisidro
SOUNDTRACK PARA LA LECTURA:
- Sergio Arau y los Heavy Mex (México), “Buenos para nada”
- Círculo Vicioso (España), “Mientes”
- Instituto Mexicano del Sonido (México), “Revolución!”
- Los Tigres del Norte (México), “El Sucesor”