
DE UN MUNDO RARO
Por Miguel Ángel Isidro
Dentro de su afamada novela distópica 1984, el novelista británico George Orwell acuñó una frase que sintetiza la perniciosa relación entre el registro de los hechos y su uso político: “La historia la escriben los vencedores”.
En este espacio hemos sido reiteradamente críticos al uso sentimentalista y propagandístico de la historia nacional, por el hecho de que nuestro sistema educativo tiende a romantizar a la historia Patria y a sus personajes, dejando poco espacio a la necesaria reflexión que permita forjar desde la enseñanza básica los principios del pensamiento crítico. Consideramos más útil la memorización de fechas y ceremoniales que la comprensión cabal de los acontecimientos, su contexto, circunstancia y sobre todo, sus consecuencias.
Es de ésta manera que en el actual régimen, con su evidente tendencia a sintetizar de manera convenenciera la historia nacional, se da por hecho que la vida pública de la nación queda reducida a un eterno pleito entre “liberales y conservadores”.
En su evidente obsesión por formar parte de la historia , el Presidente Andrés Manuel López Obrador ha autodenominado a su movimiento como “La Cuarta Transformación de la vida pública de México”, asumiendo a priori que habrá un “antes y después” de su mandato, en términos grandilocuentes.
Desde la formación de su actual movimiento, hizo referencia a las tres grandes etapas de la historia nacional: la Guerra de Independencia, la Reforma y la Revolución de 1910; sus seguidores lo ubican por antonomasia el prócer de éste nuevo proceso reformador y lo ubican a la altura de los grandes tótems de la historia mexicana: Miguel Hidalgo, Benito Juárez y Francisco I. Madero, entre otros hombres y mujeres ilustres.
Obviamente las etapas históricas referidas son de gran importancia, pero una de las grandes fallas sistémicas de nuestro aprendizaje sobre la construcción de México como nación independiente es meter todos los hechos en la misma canasta propagandística: el de las luchas emanadas de las legítimas aspiraciones del pueblo en contra de la opresión, ya sea del exterior, o de grupos internos que pretender mantener a las mayorías en un estado de sojuzgamiento.
El sistema educativo nacional nos vende una visión romántica de la historia, que se asemeja más a los murales de O’Gorman, Rivera y Orozco que a la relatoria crítica de los hechos. Es así como hemos abrazado el calendario patrio: como un intocable evangelio de héroes y heroínas abnegados e intachables.
Sin embargo, esa visión maniquea de la historia soslaya una parte incómoda de nuestra historia: los grandes movimientos sociales de México siempre inician desde la pequeña burguesía. El pueblo pone los muertos y al final, emerge una nueva clase gobernante que en esencia tiene los mismos vicios que sus antecesores, pero maneja una nueva agenda y discurso ideológico.
Cada 15 de Septiembre celebramos eufóricos el Grito de Independencia protagonizado por Miguel Hidalgo; un simpatizante de Fernando VII que encabezaba a un grupo de criollos que buscaban tener acceso a los mismos privilegios que los españoles peninsulares. Imposible que en su arenga incluyera el “¡Viva México!”, ya que en ese entonces ni siquiera existía esa noción del país; ellos buscaban la autonomía de la Nueva España. Tomó once años de lucha la emancipación de nuestro país, y por lo menos otra década más alcanzar cierto nivel de estabilidad gubernamental, tras el accidentado paso del malogrado Primer Imperio Mexicano, que encabezó Agustín de Iturbide, personaje al que se le sigue regateando su papel como consumador del movimiento por el “atrevimiento” de haber pretendido erigirse en monarca.
La Segunda Transformación de México se ubica en el periodo conocido como La Reforma.
En términos estrictos, la Guerra de Reforma (también conocida como “La Guerra de los Tres Años”) abarca el conflicto entre liberales y conservadores desarrollado de 1858 a 1861. Sus principales logros son la separación de las relaciones entre la Iglesia y el Estado y la restauración de la República, que se pudo concretar hasta 1867. Sin embargo para comprender lo ocurrido en todo ese episodio de la historia nacional hay que irse por lo menos dos décadas atrás, y entender a cabalidad que durante esa etapa México sufrió de dos intervenciones (la norteamericana y la francesa), las cuales fueron sendas derrotas; nos costaron la pérdida de la mitad de nuestro territorio y la adquisición de perniciosas obligaciones de deuda con otros países, como España, Estados Unidos, Francia y Gran Bretaña. Por supuesto que para el sistema ha resultado más cómodo vendernos monografías de los Niños Héroes y de la Batalla del 5 de Mayo para minimizar el amargo trago de tan duros episodios.
De la Segunda Transformación, Benito Juárez aparece como la figura más representativa; el más preclaro ejemplo de la cultura de la superación personal, el humilde pastor de origen indígena que llegó a ocupar el cargo más importante de la Nación, aunque resulte más conveniente pasar por alto que la primera ocasión que llegó al poder en 1858 lo hizo a través de un movimiento controversial (por ser Presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación tras la renuncia de Ignacio Comonfort, es decir, sin elección de por medio), y que haya sido un partidario convencido de la reelección. En términos prácticos, lo único que impidió que Juárez se siguiera reeligiendo fue la angina de pecho que lo mató en 1872.
Si bien el retorno de México a la vida republicana tras el fallido Segundo Imperio encabezado por Maximiliano de Habsburgo permitió la reinstauración de poderes, dar plena vigencia a la Constitución de 1857 y a las llamadas Leyes de Reforma, no podemos pasar por alto que todo ese episodio nos valió la pérdida de la mitad del territorio nacional, y por otra parte, que tanto la Guerra Civil norteamericana, como la reconfiguración política de Europa a finales del siglo XIX, fueron factores determinantes para disminuir la presión del exterior sobre México, más allá de la voluntad y valentía de nuestros próceres.
También es motivo de controversia la forma en que proyectamos a nuestra niñez la imagen de Porfirio Díaz. La mitología de los libros de texto soslaya su origen en las huestes liberales, su participación militar en las intervenciones norteamericana y francesa; su respaldo a la Revolución de Ayutla y su papel en la estabilización del país. Nos lo presentan como un viejito represor que de la nada se adueñó de la Presidencia y que se quiso eternizar en el cargo.
En la visión de lámina monográfica que nos ofrecen nuestros maestros, Madero, Zapata, Carranza, Villa y Obregón aparecen juntos como una especie de liga de superhéroes, soslayando el hecho de que entre estos personajes hubo historias de alianza, ruptura, traición y asesinato. Cómo ya lo hemos apuntado en otras entregas, la letanía propagandística nos marca el 20 de Noviembre como la gran efeméride revolucionaria, pero nadie nos explica con claridad cómo concluyó ese movimiento.
La retórica oficial nos marca la promulgación de la Constitución de 1917 como el triunfo cenital de la Revolución Mexicana. Aún así, las confrontaciones entre las distintas facciones se extendieron por lo menos hasta 1928, con el asesinato de Álvaro Obregón.
Más allá del fastuoso Monumento a la Revolución, del Desfile Deportivo del 20 Noviembre y los corridos, la Tercera Transformación nos legó a una nueva generación de oligarcas; en primera instancia militares que fueron obteniendo su cuota de poder antes de pasar al retiro —voluntario o forzado— y posteriormente, el nacimiento de una nueva y poderosa modalidad, inaugurada por Miguel Alemán Valdez como primer “presidente civil” del México postevolucinario… el “capitalismo de cuates”.
Sobre los vestigios de la revolución, florecieron nuevas fortunas y negocios al amparo del poder.
Y así llegamos al momento actual, evocando todos estos capítulos como momentos de esplendorosa gloria patriótica.
Conforme a la narrativa oficial, la Cuarta Transformación de la vida pública está en marcha. El tiempo que tomará, sus alcances y consecuencias son todavía una incógnita.
Lo que es un hecho es, que muy a pesar de lo que pretenden sus actuales protagonistas, la historia de estos aciagos días no será necesariamente escrita a su gusto y complacencia.
¿Con qué ojos se verá ésta etapa en el México del futuro?
Twitter: @miguelisidro
SOUNDTRACK PARA LA LECTURA:
- Armando Rosas y La Camerata Rupestre (México) – “La distancia-tiempo “
- Calle 13 (Puerto Rico) – “Los idiotas”
- Joaquín Sabina (España) – “Crisis”
- Los Estados Alterados (Colombia) – “Los amos de la información”