Marat Gilyadzinov. Unsplash

Extraño poder oler las páginas de los libros rodeándome mientras doy un sorbito al café. Saboreo la paz de no estar rodeada de tres paredes del cubículo, simplemente ser un comensal más que se pasea por todas las secciones de esa peculiar librería de la capital. Sin embargo, en el encierro encuentro consuelo al poder estar en casa haciendo tareas domésticas. Ahora la fierecilla tiene una acompañante, una bebé que muerde sus orejas y la acompaña cuando me tengo que retirar al trabajo. Puede ser más laborioso limpiar para dos caniches en vez de uno, sin embargo, el barullo, esas ocho patitas que se agitan cerca de mis pies buscando agua, alimento o simplemente atención, es algo que me mantiene en la tierra, alejada de la nube de mis pensamientos.

Soy un ser flotante, que cuando la tristeza le embarga, su mente se infla como un globo aerostático, y pierdo la orientación. Emocionalmente me aíslo y ha habido meses en los que pierdo contacto con seres queridos, sumiéndome en la profundidad de mi TOC, de mis pensamientos oscuros. El tiempo pasa afuera y en mi cabeza de diferentes maneras. Parecieran dos realidades que corren en sistemas operativos diferentes. Cuando ello ocurre, levantarse, asearse, ser funcional, requiere mucha más energía que en días normales en las que la inercia simplemente me empuja. El extremo de la inercia es la vorágine, el consumirse en la flama del cansancio. En dos años he pasado de un extremo a otro. Me siento balanceándome en una cuerda floja que pende sobre un precipicio. Encontrar el medio me es complicado.

Mi nombre, en casa de mis padres, ha mutado en un verbo donde describe la acción de perder la noción y el uso de energía innecesaria para hacer cambios drásticos en un periodo corto de tiempo. Sucumbir a la necedad, y actuar cuando el juicio está nublado. A mi terapeuta no le hizo gracia que se expresaran tan negativamente de mí. Creo que mi carácter puede aguantar el peyorativo que me fue otorgado, pensando que es parte de una miopía en el criterio de quienes se ven en la necesidad de suplir sus afectos al menospreciar al otro (aunque ya estoy siendo muy dura con ellos).

Fuera de la dinámica histórica y familiar, mi nueva familia se compone de dos perritos y dos orquídeas. El ecosistema ideal para mantenerme ocupada haciendo tareas que no me tengan sumida en pensamientos recurrentes. Empiezo a descubrir en la cocina, un vehículo para mantener mi cuerpo nutrido. ¿Será que después de años de luchar contra la depresión, por fin venga la paz?

Por Arantxa De Haro

Escritor amateur, multidisciplinario por pasatiempo, aficionado a los idiomas

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