Tolkien
Tolkien

POR: SERGIO ALBERTO CORTÉS RONQUILLO

Una de las dudas más populares de la vida contemporánea que conlleva pesadas discusiones filosóficas que superan incluso aquellas sobre ¿qué es lo que está bien o mal?, una de esas cuyos argumentos pueden ser más extensos que lo infinito mismo del universo, que pueden transformar a dos amigos en los peores enemigos para siempre, y que tiene más radicalización que los movimientos sociales más malinterpretados. Es esa que canta: ¿qué es mejor: el libro o la película?

Antes de entrar en tema como tal, vale mucho la pena mencionar un poco de información que nos podrá ayudar a comprender mejor este punto. Nos daremos a la tarea de tratar de contestar esa terrible pregunta que bien nos podría costar la vida. Sin embargo, estamos en una situación pandémica en la que ir por un taco también es jugarse la vida, pero lo lograremos.

Lo que debemos mencionar antes de llegar con la pregunta es: ¿qué es un discurso? Básicamente, el discurso es la manifestación de la comunicación, o sea, digamos que es la materialización de una forma de transmitir una idea. Por ejemplo, el discurso oral es aquello que decimos con la lengua, los dientes, el aparato fonador, cuerdas vocales, y demás. El discurso escrito es aquello relacionado con letras en cualquier presentación. El discurso pictórico, aquello relacionado a colores, imágenes. El discurso audiovisual es aquél que mezcla lo visible con lo auditivo. Con esto nos damos cuenta de algo muy importante: cada discurso tiene sus particularidades, son muy diferentes, diametralmente distintos unos de los otros.

Ahora sí, cinturones abrochados, nos lanzamos al peligro.

Si ponemos la más mínima de las atenciones, nos daremos cuenta de algo: el discurso escrito y el audiovisual son más diferentes que un izquierdista y un derechista… aunque estos luego se confunden, los discursos no. Es decir, en un libro, hay una libertad holgada en cuanto a la longitud de la historia, a qué nivel de profundidad se quiere llegar con los personajes así como la cantidad de estos, el desarrollo de las eventualidades mismas. Una película, sin embargo, por su mismo formato, tiene otras cualidades: generalmente es más protagónico, o sea que se centra en uno o dos personajes o un número limitado de estos, la historia tiene una temporalidad que podríamos considerar corta. Tiene otros recursos como el visual y el auditivo, hay actores y actrices… Ambos discursos tienen sus cualidades, sus cosas únicas y sus estilos.

Una adaptación no puede ser literal porque en el libro pueden venir cosas que visualmente podrían ser muy caras o muy complejas de realizar. Por eso en un libro describimos, si nos dedicamos a eso, sonidos, gestos, tonos de voz, personajes, lugares, y demás. Un libro conlleva un trabajo del lector, uno imaginativo, así que la apropiación de la historia es diferente. Mientras tanto, una película tiene personajes definidos, locaciones establecidas, se explotan los otros recursos propios de ese discurso. Una adaptación, para que sea efectiva o afortunada, debe ser fiel, pero no literal. Quienes buscan literalidad en las adaptaciones, un lector que busque esto, no comprende ni siquiera el discurso escrito, pues cree que el discurso audiovisual se debe someter a otro, y no: tiene sus propios procesos. Generalmente, este tipo de personas que no gustan de una película sólo porque no es como ellos se la figuraron mentalmente, son puristas del texto, y qué flojera de gente.

Una adaptación fiel requiere hacer cambios en la historia original, sí, pero no por eso se pierde la esencia de la misma. Hay múltiples ejemplos de maravillosas producciones cinematográficas basadas en impresionantes textos y ambos formatos logran, desde su trinchera, lo que las identifica como tal. En las dos versiones de Réquiem por un sueño podemos ver la marginalización extrema, experimentación con los discursos (las tomas a detalle de Aronofsky y la narrativa que no obedece las normas de escritura como tal de Hubert Selby Jr. para dar una perspectiva de caos, como un Saramaguito pero menos extremo), así como las terribles consecuencias de el vacío personal. 

En El club de la pelea  vemos en el formato de Fincher y en el de Palahniuk, este discurso motivacional enteramente cínico, aunque el final de ambas versiones sea distinto entre sí.  En El señor de los anillos, en ambas versiones, vemos una historia fantástica enteramente inmersiva, con una riqueza en sus aconteceres que no puede ser superada, así como hermosísimos ejemplos visuales (tanto de lectura como de imagen). Coraline explota brutalmente esta noción de historias para niños que no parecen ser para niños, en ambas versiones, aunque claro, Neil Gaiman siempre ha sido genio y figura para estas labores titánicas. 

El exorcista¸ porque la versión de William Friedkin fue tan aterradora que incluso remoldeó el miedo general ya ahora el diablo está en todos lados, hasta en la ouija. Mientras que la versión de William Peter Blatty genera pesadillas muy informadas: tiene una grandiosa explicación a lo largo de sus páginas del fenómeno de la posesión desde la perspectiva científica.

Entonces, comprar ambas historias desde un punto de vista enteramente personal, es una verdadera burrada. Hay que recordar que nuestra opinión no es canon ni norma: todos tenemos que desapegarnos un poco de lo que pensamos para poder dar una crítica acertada y, digamos, objetiva. No podemos comparar algo ni juzgarlo sólo diciendo que nos parece bien o no. El hecho de que haya leído el libro primero, no le da más fuerza, no lo vuelve mejor, no lo hace superior a su película. Una adaptación que pierde la esencia de la historia, entonces sí se puede criticar, pero no solamente porque pensamos que estamos bien y que, si los demás no piensan como nosotros, entonces los brutos son ellos. 

Un ejemplo de pérdida de la esencia es la de El hobbit, del mismo Peter Jackson, que metió personajes que no venían al caso, historias de amor forzadas y moralistas, “escenas” de narrativas de libros de Tolkien que, simplemente, destruyeron la esencia de El hobbit en sí.

El libro no es mejor que la película sólo porque sí, y la película no es mejor que el libro sólo porque sí. Debemos quitarnos el velo de nuestro egoísmo de la cara y admitir: el que algo me guste, no le da en automático un aura de arte, perfección estética o técnica sobresaliente. Podemos gustar de alguna historia y admitir que no es buena en sí, podemos odiar una narrativa y aceptar que es buena en sí. Todo depende de qué tan puristas seamos, pero eso sí: los puristas no pueden, en sí, criticar, porque radicalizan su comentario a su opinión, y sostener un argumento no es sobre ver quién levanta más el tono de voz. 

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