
POR: LORENA GONZÁLEZ
Hace poco fue Día Internacional de Tolerancia Cero con la Mutilación Genital Femenina, un acto gravísimo que estremece el alma con sus cifras y más aun con las historias de quienes la sufren justo ahora, mientras tomo un café o tú lees esto que pretende ser un reclamo, un acto de empatía porque todos -no solo mujeres- estamos conectados y creer lo contrario solo nos condena de peor manera.
Las organizaciones han intercedido, desde las oficinas, por supuesto; y dieron a esta brutal práctica el término mutilación: “Cortar o quitar una parte o porción de algo que de suyo debiera tenerlo”. Entonces pensé en todas las formas que hay para mutilar a una mujer, siendo verdugos el contexto social, la familia, las demás mujeres o la misma víctima. Sí, nosotras también nos arrancamos partes que son y deberían ser siempre nuestras.
En este caso, el pretexto es protegerlas al poner junto a ellas una figura masculina que valga la pena, figura que exige esa mutilación para garantizar pureza y fidelidad. Suena absurdo, pero existe, tiene un trasfondo, hay gente que cree en ello y lo defiende.
Pero estoy hablando de un lugar lejano y quiero compartir lo que veo diariamente desde hace más de un año, cuando llegué a vivir a una comunidad rural entre Puebla y Tlaxcala, hechos que había leído, nunca visto.
Aquí la mutilación genital no se realiza, pero las niñas cortan su infancia a los 15 o menos para ganar al niño (joven, en el mejor de los casos) que las sacará de casa. Se desprenden de sus padres para criar hijos, si son varones, mejor.
Amputan su poder de decisión para vestirse como quieren porque ya son señoras. Rompen contacto con quienes promueven anticonceptivos, vacunas, autoexploración o servicios ginecológicos preventivos porque los consideran parte de una conspiración que busca alejarlas de sus maridos, enfermarlas o evidenciarlas socialmente.
En mi caso, he guillotinado mi propia historia por miedo al rechazo, sobre todo cuando me extirparon un tumor de seno y la posibilidad del cáncer era (es) latente. Una enfermedad de la que no se habla porque aquí el cuerpo aún es un estigma.
He sometido mi opinión para que no se confunda con la crítica, a pesar de mis ganas de ayudar a cambiar poco a poco algunas ideas de independencia femenina o autocuidado. Me he dejado anestesiar por el día a día siendo una observadora más. Me han dominado las ganas de ser aceptada, incluida, sentirme parte.
Así, la mutilación femenina se da en cualquier contexto, en lo grave y lo sencillo, las renuncias, lo que nunca se tuvo, lo que nos arrancan y lo que escondemos.
Y en todo esto, seguimos juntas.