Foto: Netflix

Somos clasistas y nos vale tres kilos de la más cara. Frase mexicanota, profundamente foxiana, con esa estupidez oronda y muy a gusto consigo misma. Lo expresamos en cada película que producimos, en cada comercial, en nuestras obras de teatro, en el cargo que ocupamos según nuestro color de piel o de ojos. Y estamos tan negados a entenderlo y procesarlo que el día que Chumel Torres se pone a “cotorrear” sobre el asunto le hacemos más grande el fandom y le monetizamos el clasismo.

¿Qué culpa tiene Ludwika de ser güerita y de ojos claros? Ninguna, pero la semiótica netflixeana sí es responsable de no cambiar el discurso; apostar por el desafío del tiempo que vivimos es, también, una buena fuente de ingresos si es que eso importara más que la madurez intelectual y ética. La publicidad de una serie de plataforma lleva de nuevo la conversación al terreno de la pirámide, su desafortunada base y sus segmentos.

Pobre base piramidal, bien ancha y bien puteada; estar en ella significa andar contra todo y contra todos. Sin oportunidad de universidad particular, las más de las veces sin opción de soñar con acabar la secundaria. En la tragedia de la interseccionalidad lo peor es ser mujer, morena y de la base ¿Excepciones? Sí, las suficientes para mantener las condiciones pero una golondrina, por supuesto, no hace pinche primavera.

En este amplio ecosistema al fondo de la pirámide están las mujeres que, por no tener pene, o tez blanca, o estudios en universidad privada, son figuradas por el monstruo de las mil cabezas como #LaNeni, ridiculizadas en su deseo de salir a buscarse la vida en contra de los pronósticos que siempre están en contra. Si ellas tuvieran pene, o tez blanca o estudios en escuela privada se les llamaría emprendedoras y dejarían de ser pobres porque quieren.

Ese emprendimiento, que nos convierte en esclavos de nosotros mismos según Han, es un ejercicio exclusivo del privilegio con su networking, cluster y stakeholders. Para #LaNeni se tiene reservado el clasismo sardónico que la ofrece como una ogresa verde. Una figurita mexicana terrible que demuestra por qué creemos que solo Ludwika Paleta puede planificar a sus hijos.

Por Antonio Reyes Pompeyo

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