El título de un libro no solamente puede ser definitorio entre leerlo o no, sino que construye en nuestra cabeza una narrativa en sí. Funciona como la idea principal de lo que tratará el texto en su totalidad, y eso también puede resultar en un arma de doble filo. Un título que nos pareciera poco atractivo nos podría privar de un gran texto, uno de esos enajenantes. Asimismo, un título nos puede dar la idea errónea del texto, porque nos imaginamos algo enteramente diferente. Yo con este libro pensé que sería de un hombre muy inteligente, ilustrado… pero no fue así exactamente.

La ilustración que yo tenía en mente era ese movimiento social, político, cultural, que sucedió en Europa principalmente. Me imaginaba que “El hombre ilustrado” de Ray Bradbury tendría que ver con un personaje revolucionario, que ilumina. Está la palabra precisa que quiero en inglés enlightening, que es esclarecedor. Aunque siento que en español no tiene la misma fuerza. Enlightening quiere decir el por fin llegar al final del túnel, llegar a aquello que buscábamos, descubrir el conocimiento.

El hombre ilustrado es, sí, enlightening, pero no por la luz que proyecta, no por su inteligencia en sí: sino porque está ilustrado de todo el cuerpo, tiene tatuajes.

Esa fue la primera gran revelación de este libro, pero hubo otra. Hace tiempo ya se había planteado la narrativa de terror de Ray Bradbury. Es mucho más conocido por la ciencia ficción, pero no es el único género que desarrolla. La segunda gran revelación fue que estos cuentos sí, la mayoría giran en torno de la ciencia ficción, pero tiene más: causan escalofríos. Son sorprendentes. Te replantean muchas cosas. Tal vez deberíamos también endiosar, así como hacemos con su ciencia ficción, a su terror, su horror, porque es soberbio. Esto cuentos penetran en la psique del lector y causan un verdadero revoltijo ahí dentro. Uno no es el mismo antes y después de haber leído estos cuentos.

Uno diría que el conocimiento es primordial y que movimientos que promueven el pensamiento crítico, evidentemente se deben de llamar así: ilustración. Igual y esta palabra la tenemos más relacionada a la luz, a lo visible, a aquello que ilumina. Y si lo conjuntamos con el eterno debate de “¿qué es ser inteligente?”, tenemos una dupla dinámica. El conocimiento en sí, no es ilustrativo; tener muchos conocimientos, datos, no nos vuelve inteligentes, mucho menos ilustrados. La inteligencia radica en usar el conocimiento, en cómo se usa.

El conocimiento usado con inteligencia, no solamente resguardado en algún lugar de nuestra mente, funciona más como una demoledora, no como una simple lámpara. ¿Por qué? Porque debe promover una consecuencia, debe cimbrar los fundamentos previos. Uno no sabe hasta que modifica aquello que tenía en mente anteriormente. La inteligencia radica en adaptar lo que uno tenía preconcebido. Y eso es, quizá, de las cosas más difíciles de todas para nosotros los mortales.

La compilación que Bradbury tuvo muy bien en otorgarnos, habría de funcionar inteligentemente: nos ilustra, nos gusta, pero al mismo tiempo nos afecta. La fuerza de estos cuentos son un eterno fruncimiento de cejas, pero al mismo tiempo, la imposibilidad de dejar de lado el libro.

Al inicio, Ray nos regala una suerte de introducción donde justifica el por qué de estos cuentos. Básicamente se preguntó “¿Qué pasaría si…?” y, con base en eso, salieron estas verdaderas joyas literarias. Hombres cuya nave explota en el espacio y flotan “lentamente” hasta la muerte, alienígenas cuya arma secreta radica en la eterna imaginación de los niños, tatuajes que muestran el futuro, realidades virtuales que sobrepasan la ficción… No es que cada cuento contenga una pequeña moraleja sobre un aspecto de la vida, es que cada uno de ellos son a la vida misma.

La cosa aquí es que no se queda en la ciencia ficción optimista como lo hizo en “Fahrenheit 451” que, de la trilogía de las distopías, es el más buena onda. Esta compilación es más parecida a la de “El país de octubre”, que resulta en una mezcla de ciencia ficción y el más puro de los horrores psicológicos. “El hombre ilustrado” no busca maravillarnos ni darnos una palmadita amistosa en la espalda, sino volvernos más fuertes.

Pensemos en un maestro que lleva a cabo su labor como se supone que debe de ser. Resulta en una persona accesible, agradable, clara. Sus explicaciones son concisas, es apasionado en su andar académico, comprende las necesidades de la materia y del alumnado. Puedes tú acercarte con confianza de que te ayudará, y con gusto. Empero, no es un caminito de flores aquello que te otorga: es disciplinado, no permite que se rompa la línea docente-alumno. No es tu amigo, es tu mentor. No busca que goces solamente, sino que adquieras algo útil, y como tal, duele. Quiere que te cuestiones, que amplíes tus horizontes.

“El hombre ilustrado” es filosofía, terror, una esperanza de ver la luz que muy pocas veces se alcanza. En sí, es una muy poderosa reflexión que va más allá de máquinas o fantasías extraordinarias, sino que Bradbury desarrolla los escenarios más complejos, tanto que resultarían imposibles para cualquier otro autor. Él logra volverlo real, tangible.

Así funcionan estos cuentos. Son 18 maestros distintos, cada uno con un tema en específico, pero que no quieren ser tu amigo: quieren que sepas, que aprendas. Cada cuento simbra los fundamentos más recónditos del ser humano y nos muestra que no todo es lo que debiera ser. Nos ilumina sobre aquellos rincones a los que la lámpara en sí, con optimismo, no llegaría, porque el humano no es bondad solamente. Es una muestra dolorosa y brutal de lo que la vida es, con sus diferentes tonalidades, con sus muy complejas consecuencias.

Su narrativa es maravillosa y sencilla, su lectura es compleja, sus reflexiones profundas, poderosas, escalofriantes. Una lectura fuerte, sí, pero enriquecedora y maravillosa.

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