
POR MARÍA JOSÉ CANCINO
“Porque ahora y desde hace ya un tiempo vemos que en muchos rincones se encienden luces. Luces de rebeldía y resistencia. A veces pequeña como la nuestra. A veces grandes. A veces tardan. A veces sólo un chispazo que rápido se apaga. A veces siguen, sin apagarse en la memoria. Y en todas esas luces se adivina que el mañana que sigue será muy otro”.1
Tanto a nivel nacional como estatal, los 80 fueron un terreno fértil para el nacimiento de diversas organizaciones de mujeres. En Chiapas, los primeros esfuerzos exclusivos de mujeres empezaron a surgir a mediados de la década, originados por la situación de desigualdad y discriminación que vivimos, así como de las luchas de liberación que estaban teniendo lugar en esos años en los países centroamericanos. Uno de nuestros orígenes más importante fueron los refugiados guatemaltecos en el estado y dentro de estos habían colectivos de mujeres. La primera experiencia organizativa para estudios sobre mujeres fue el Taller de Investigación de la Mujer en Los Altos de Chiapas Antzetik, creado en 1984 desde el área de Ciencias Sociales de la Universidad Autónoma de Chiapas (UNACH).
Después de esto han estado presente en diversos movimientos, formaron parte en la lucha agraria y campesina, acompañaron las tomas y realizaron el trabajo reproductivo necesario para el sustento de sus familias. Acompañaron las movilizaciones que realizaron organizaciones sociales como la OCEZ, CNPA, CIOAC, ARIC, ANCIEZ, entre otras. Uno de nuestros grandes referentes son las mujeres zapatistas que ya estaban organizadas desde antes del levantamiento armado de 1994, teniendo uno de los momentos clave la publicación de la Ley Revolucionaria de Mujeres (LRM). En esta época lo que se buscaba era la promoción de la participación política de las mujeres, sistematizando las experiencias y promoviendo la discusión sobre la situación de las mujeres en la zona de Los Altos.
Hay que señalar que algunos colectivos y organizaciones de mujeres al inicio tuvieron resistencia de asumirse públicamente como “feministas”. Hay y hubo cierto rechazo social hacia nosotras por la creencia de que causamos divisiones y por el miedo que puede dar la autodeterminación de las mujeres. Se nos acusa de que “dividimos a las organizaciones o a los colectivos mixtos”. ¿Dividimos? Sí, claramente dividimos opiniones. Ese es el fin: cambiar la forma de pensar por una donde nos veamos incluidas. Cuando instalas un pensamiento distinto donde alguien se tiene que mover de lugar, que en este caso son los hombres, vas a generar incomodidad. Por esto sufrimos acusaciones, discriminaciones y rechazo, pero hemos decidido que ya no más.
Han pasado cuarenta años desde los inicios de la luz del feminismo en nuestro estado y quienes lo originaron fueron estas mujeres guerreras. En este tiempo las mujeres campesinas e indígenas ya no son las mismas, tampoco la situación que viven, pero lamentablemente el contexto social es igual que ayer. Los efectos de las políticas públicas adoptadas y el mercado no ha mejorado su posición de subordinación de género ni su pobreza, pero sí ha profundizado sus dependencias y ha transformado sus formas de vida, sus identidades y culturas, pero lo más importante: se ha acrecentado la exclusión social, la violencia y la desigualdad.
El origen del movimiento dio fuerza para que se continúe hasta la fecha con múltiples organizaciones como lo son Voces Feministas, Feminismos del Sur, Colectivo Colibrí, Colectivo Lenguajes Feministas, entre muchos otros. Solo que ahora no solamente luchamos por la inclusión en la participación política, sino porque nos están matando, violentando y agrediendo. Porque necesitamos un estado igualitario, libre de violencia machista, donde las mujeres puedan vivir sin miedo, con igualdad de oportunidades, con los mismos derechos, libertad en decisión de nuestro cuerpo y nuestra maternidad, corresponsabilidad de tareas y cuidados y una justicia y educación sin sesgo de género.
Ser feminista no significa que pensemos que las mujeres merecemos derechos especiales; significa que sabemos que merecemos los mismos. Defender la igualdad no implica menospreciar o castigar a los hombres. El feminismo no habla de superioridad, ni discrimina al otro género, simplemente combate las desigualdades que sufren las mujeres por el mero hecho de serlo. No se lucha por ser “más”, se lucha por ser igual.
Cabe señalar que ha existido una serie de cambios, por ejemplo, hoy en día las mujeres se sienten más importantes, visibles y libres. La mayoría de ellos manteniéndose en lo micro, pero son luces de esperanza reales, firmes y que merecen no pasar desapercibidas. La lucha no ha acabado, estamos con cada una de ustedes, cuidando y caminando hacia la libertad que como mujeres merecemos. Seguimos, como podemos, avivando esa lucha desde nuestros corazones y geografías, recordándoles que no están solas. Estoy convencida de que vale la pena “luchar para que nunca más una mujer en el mundo, del color que sea, del tamaño que sea, del origen que sea, se sienta sola o tenga miedo”. Por lo tanto, no hay que dejar de seguir denunciando, difundiendo, defendiendo y reproduciendo la lucha para que las mujeres del hoy y del mañana puedan vivir con tranquilidad, libertad y justicia.
María José Cancino es abogada, feminista y constitucionalista.
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