Escribir de esto todavía me cuesta trabajo. Tal vez porque la ansiedad nunca perdona o porque sé que no hay forma de hacerle justicia, incluso luego de años siendo abierta al respecto.  Para mí, y muchas personas de mi generación, los padecimientos psiquiátricos viven en ese espectro contradictorio: idealizados o vilificados. Los medios y la sociedad nos enseñaron que no hay punto medio entre Lydia Deetz y Britney Spears con una máquina de afeitar.

De niña, cuando vi Beetlejuice, me identifiqué de inmediato con el personaje de Winona Ryder. Más bien: me sentí representada en ella. En esa expresión de profunda melancolía con la que miraba al mundo. Mamá dice que de niña yo parecía un «pequeño adulto». Me recuerda callada, leyendo en algún rincón. Una niña normal, pero con aire introvertido y triste la mayor parte del tiempo. Que toda mi familia recuerde lo callada y tranquila que era, tiene mucho que ver con que sufro depresión y ansiedad desde que tengo uso de razón, aunque el diagnostico oficial llegó hasta mis 10 años de edad.

Eso no es de extrañar. En 2019, un estudio realizado por la Facultad de Psicología de la UNAM estimaba que, al menos, 15 de cada 100 mexicanos sufren depresión. El número podría ser más alto porque muchas personas jamás han sido tratadas y otras viven años con la condición antes de recibir un diagnóstico. La OMS calcula que la cuarta parte de la población mundial padecerá un trastorno mental esquizoide, depresión, ansiedad o fobias en algún momento de su vida. Además, se considera que siete de cada 50 personas en el mundo tienen algún trastorno de ansiedad. Sí las condiciones que afectan la salud mental son tan frecuentes ¿por qué me sentí tan sola?

En México, el tabú sobre el tema se mantiene. Muchas veces, se tratan como una especie de secreto sucio de familia. Algo que no deberíamos decir en voz alta. En especial si somos mujeres porque «van a pensar que estamos locas». La supuesta histeria femenina es una imposición patriarcal que no terminamos de sacudirnos. Como aquella tontería de que «los hombres no lloran». Me llevó años de terapia y ayuda atreverme siquiera a admitir en voz alta que padecía trastornos psicológicos.  Nuestro país es el segundo en el mundo con más estigma hacia y entre las personas con padecimientos psiquiátricos, según consta en un análisis de 2016 a partir de la encuesta de Salud Mental que realiza la OMS.

Que las enfermedades mentales no se puedan «ver» da pie a que mucha gente crea que son «imaginarias» o que estar deprimido es «estar triste». Nadie con un poco de sentido común le diría a alguien con una fractura que sólo le duele porque «está vibrando bajo» o que el hueso no suelda de inmediato porque «no le echa ganas». A lo largo de mi vida me han llamado floja, loca y tonta porque «no tengo motivos para estar deprimida», me encantaría que me pagaran cada vez que alguien considera mi depresión y/o ansiedad como un problema de actitud. O cuando argumentan que «sólo está en mi mente», claro que lo está: se debe al desbalance de químicos en mi cerebro ¿dónde reside la enfermedad mental sino en la mente misma? Si cada afirmación ignorante o poco empática me reportara ganancias, mi tratamiento se pagaría solo.

Una de las cosas más complicadas de explicarle a la gente que no sufre depresión, o mi tipo de depresión en todo caso, es que siempre estoy deprimida. A menudo, me refiero a esa escena de Avengers en la que el Capitán América le dice a Bruce Banner que es un buen momento para enojarse y transformase en Hulk. Banner responde: «Ese es mi secreto, siempre estoy enojado». Yo siempre estoy deprimida, mas no triste o infeliz. Ya no es mi secreto, no desde hace unos años, cuando me decidí a ser abierta sobre mi depresión y mi trastorno de ansiedad. Esto no quiere decir que mi vivencia englobe la de todas las personas con diagnósticos similares, pero sí que es necesario hablar de nuestras experiencias. Visibilizar es importante porque los problemas de salud mental pueden ser incapacitantes e impactan la calidad de vida de quienes los padecemos.

La pandemia de Covid-19 hace que hablar sobre salud mental cobre todavía más urgencia. El confinamiento, los problemas económicos y la violencia doméstica desencadenaron un incremento entre las personas que sufren depresión y ansiedad. A mediados de 2020, tres de cada 10 mexicanos presentaron síntomas, según registra el Instituto de Investigaciones para el Desarrollo con Equidad (EQUIDE), de la Universidad Iberoamericana.

Hablar abiertamente de mi salud mental ha sido un reto porque la sociedad ha construido la narrativa de que las mujeres somos proclives a la «locura». El tema se ha blandido en nuestra contra para señalarnos e invalidarnos. ¿No sería admitir que sufro trastornos validar ese discurso? Nadie quiere ser la loca, no si eso implica perder agencia sobre la vida propia. Pero guardar el secreto también implica perpetuar un círculo vicioso en el que las personas no reciben la ayuda que necesitan, la cual podría incluso salvarles la vida. Los medios han creado un discurso plagado de manicomios con tratos infrahumanos y mujeres sometidas a lobotomías.  ¿Cuántos de nuestros ancestros sufrieron en silencio? En casos como el mío, los psiquiatras creen que existe una predisposición genética. Si bien no es definitiva puede influir en que alguien desarrolla ansiedad o depresión. Es una condición que experimentaré y debo tratar por el resto de mi vida.

La generalización del internet, en los primeros años de la década del 2000, nos permitió contactar con personas que pasaban por lo mismo, crear nuestros propios espacios. La sensación de comunidad me dio valor para hablar sobre mi salud mental. Lo más importante: me dio el control sobre mi narrativa. Mis trastornos psiquiátricos no me definen, son únicamente parte de mí. Una de la que no tengo que avergonzarme. De pronto, salir de mi burbuja analógica me ayudó a cambiar la angustia por esperanza. Dejó de ser el secreto guardado bajo mil llaves en un closet oscuro para ser una condición válida de vida. Dar voz a quienes vivimos con problemas de salud mental es el primer gran paso para deshacernos del estigma. Crear comunidad nos ayuda a sentirnos menos solos y hasta reírnos de los problemas particulares asociados a nuestra condición.

Sé que mi experiencia no vale por la de todas las personas con trastornos psiquiátricos, estoy consciente de que soy muy privilegiada. No sólo por la ayuda de mis amigos, familia y red de apoyo que me sostienen de forma amorosa en mis procesos, sino porque tengo acceso a tratamiento. En México, sólo una de cada cinco personas con un padecimiento psiquiátrico puede acceder al tratamiento necesario. Por eso, es importante que quienes podemos (y nos sentimos emocionalmente listos para ello) seamos vocales en cuanto a nuestra salud mental. A medida que lo hacemos, retamos el tabú y exigimos que se informe sobre el tema, para que las personas que necesitan ayuda con diagnósticos, tratamientos y una mejor calidad de vida puedan acceder a ellos.

La salud mental necesita un enfoque interseccional porque muchas otras violencias y/o privilegios atraviesan la condición de las personas. Sentirse acompañada en la experiencia ayuda mucho, pero no es suficiente. Quisiera llegar al punto en el que podemos tratar el tema libres de tabúes, sobre todo a ese en el que nadie batalla para recibir la atención médica necesaria. Queda mucho trabajo por hacer, pero a la Edna adolescente le haría muy feliz saber que las cosas sí mejoran.

Por Edna Montes

Escritora, periodista, podcaster, friki irredenta, adorkable y somm con la pluma tan filosa como la espada. Bruja. Practical Occultist & Professional Descendant

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