Por: José Luis Enríquez Guzmán

Hacia 1911 la Avenida Revolución, el principal centro de comercio y entretenimiento de la ciudad de Tijuana, no era más que una calle ancha y de terracería, con apenas algunos comercios que rompían con el paisaje desértico de la frontera [1]. La Avenida Olvera, como se le conocía en esa época, experimentó, unos cuantos años después, el nacimiento de cantinas, bares, casinos y más centros de entretenimiento a su alrededor que fueron atiborrados, mayormente, por ciudadanos estadounidenses que cruzaban la frontera con algo más que intenciones turísticas. 

Tijuana antes de Tijuana

Tijuana era una pequeña localidad que, a finales del siglo XIX, contaba con apenas 245 habitantes. Las condiciones climáticas extremas imposibilitaron el desarrollo de actividades primarias, como la agricultura y la ganadería, por lo que los residentes del poblado fronterizo obtenían ingresos del turismo proveniente del vecino del norte. La actividad turística, en la forma en que se entiende actualmente, surgió en la segunda mitad del siglo XIX gracias al proceso de industrialización y mejoramiento de los medios de transporte. De esta manera, gracias a los viajes en ferrocarril en la línea Santa Fe Railroad, y a varias gestiones de la iniciativa privada, Tijuana recibió a centenas de turistas de varias regiones de Estados Unidos, pero principalmente de California.

De acuerdo con testimonios de la época, Tijuana tenía sólo un atractivo: un balneario de aguas termales llamado Agua Caliente que, según la prensa californiana, poseía propiedades curativas. El sitio se ideó como un lugar para descansar y estar en contacto con la  naturaleza. A su vez, entre 1915 y 1917 se llevó a cabo la Feria Tradicional de México, en la que se expusieron artesanías, muestras de la gastronomía nacional, carreras de caballos y peleas de box. Sin embargo, el ambiente desértico de la localidad era muy similar al paisaje idílico del oeste norteamericano, caracterizado por imágenes utópicas en las que el campo y los asentamientos rurales se presentaban como una alternativa a la creciente industrialización y urbanización de Estados Unidos durante la segunda mitad del siglo XIX.

Además, durante las últimas décadas de esa centuria, se concibió a Tijuana como un sitio donde los estadounidenses podían hacer lo que en su país se les tenía prohibido o no era socialmente aceptado, como el consumo de bebidas alcohólicas en exceso, la prostitución y los juegos de azar. De esta forma, el interés de los turistas se vio ensalzado por la imagen de “escape” de las normas legales y de urbanidad. Sin embargo, un cambio en las normas sociales pronto sería uno de los factores que potenció el desarrollo de la ciudad fronteriza. 

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