Foto por Ryan Plomp vía Unsplash

En la puerta de una nueva posibilidad me siento enfrente del escritorio de ese doctor de filipinas fosforescentes y cabello plateado. Con cierta calma reposa sus manos sobre el teclado y se da el tiempo de capturar mi nombre completo. Lo que yo veo como una nimiedad lo pasa por el filtro de sus pensamientos. Mi nombre es usualmente una pequeña parada a una conversación que ha devenido en resultados varios. Entre la burla, la dislexia, o las citas académicas, es esa parada obligada a la que estaré sometida el resto de mi vida, y cuya manera de hacer que se aligere es pasarles mi carnet de identidad y fingir demencia mientras que la persona que neciamente se aferra a escribir mi nombre completo, se hace bolas con las consonantes en lugares extraños y las cuasi impronunciables sílabas que resultan para algún hispanohablante. Es como el efecto Starbucks… pero en cada trámite, por el resto de la vida. Estar enfrente de una caja registradora de ese establecimiento por el resto de mis días. Me alejo de ese pensamiento fúnebre.

Graniza, y por la ventana del consultorio se asoman aquellas luces fugaces, de centros nocturnos que en tiempos de pandemia parecen impensables. No obstante es el asilamiento lo que probablemente ha hecho que algunas personas sucumban ante las tentaciones como lo son los demonios de la socialización. En mi caso, mi mente llega a fraccionarse entre esa personalidad que evita a la gente, y esa otra que se mueve como pez en el agua entre frases, punchlines, y caminos sinuosos que son las mentes de otros. Nunca he sabido si soy extrovertida o introvertida, si a veces soy y a veces no.

El amable hombre de filipinas peculiares, me hace pequeñas inspecciones de reacciones. Mis nervios me traicionan y mis extremidades saltan como morusas sobrefriéndose en el fogón. No es que mi cerebro me traicione pero pararme demasiado rápido hace que la sangre no llegue a la azotea y que me desvanezca en un vilo negro de aquella conciencia que amenaza perderse. Me ha pedido tras algunas pláticas, que intente pararme despacio y evite estar tan hiperactiva…. hiperactiva me ha dicho, y es algo que no había asociado con mi persona. Siempre me dije ansiosa, siempre de dije ocupada pero nunca “hiperactiva”. Supongo que son los mismos autoengaños a los que me someto como quien usa la frase “ser de huesos anchos”.  Tiene sentido después de estar tecleando frenéticamente, moviéndome de un lado a otro, hablando con mucha gente, hablando muchísimo…. Silencio…

Silencio es aquello que pareciera estar un tanto ausente en mi día a día. Como si tuviera que poner energía, voz y acción a cada momento de mi vida. ¿Será entonces que tendré que ponerme esos chupones en la cabeza para que grafiquen las ondas de mi cabeza? imagino que mi pensamiento en ese órgano llamado cerebro se expresa como los cánticos de aquellas ballenas que son grabadas con un sonar. Me voy a enfrentar a escucharme por dentro en un idioma en el que no conozco. Y para conversar con él tendré que lavar mi cabello con jabones que dejaran mis greñas hechas una escobeta.

¿Será que mi comportamiento parcialmente está realmente regido por esa entidad formada de neuronas? Tal vez es la primera vez en la que mi propio cerebro se ha dado cuenta de la existencia de sí mismo. Es como verse en un espejo. Salgo de aquel lugar, pensando que se acotan los caminos que parecieran cientos de posibilidades, ahora sólo verse disminuidos en sólo dos: no sé de dónde emerge la asincronía que no permite regule mis movimientos autónomos, no sé si es mi corazón o es mi mente. Pareciera tan paradójico que la tristeza crónica pudiera deberse a una tan literal disonancia entre ambos órganos que simbolizan la razón y el sentimiento.

En cuyo caso el galeno hubiese decirme mi padecimiento fuese incurable o su tratamiento fuese inaccesible, tal vez sucumbiría a esos placeres que son comer pasteles, tomar café, leer y escribir. Tal vez iría de viaje, tal vez dormiría mucho. No obstante, de ser esta la causa de estos males que tantos años me han aquejado, entonces me habré librado de uno de tantos demonios por los hemos de ser poseídos. Me preguntó qué sucederá.

Por Arantxa De Haro

Escritor amateur, multidisciplinario por pasatiempo, aficionado a los idiomas

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