Foto: Comisión Interamericana de Derechos Humanos / Flickr

Me aceptaron en la Normal Rural de Ayotzinapa. El proceso lleva su tiempo, primero comprobaron que realmente mi familia es de escasos recursos y que no podía costear otro tipo de estudios, también pasé con mucho esfuerzo la llamada semana de prueba, donde comencé a ver, sentir y vivir lo que escuchaba en boca de mi tío y de algunos de mis profes de primaria. 

Nos gritaban con fuerza los compas estudiantes: “Esta es la semana de prueba paisas”, repetían una y otra vez: “tienen que demostrarse que tienen los necesario para ser dignos herederos de Lucio y Genaro”. Fue difícil, pero gratificante, mi cara se emocionó al escuchar que había sido seleccionado para poder entrar a la normal. Vi los cerros detrás de las canchas, no pude evitar sacar una sonrisa y pensar para mis adentros, “Por fin comeré tres veces al día, mi comida se la puede dar mi jefa a mis hermanitos”. Sentí una rara mezcla de tranquilidad y emoción. 

Llegando a mi casa le dije a mis papás que había sido aceptado en Ayotzi, mi mamá me abrazó, tomó su monedero y se fue por una coca de 3 litros, sabía que esa era una señal de que festejaríamos. Por su parte mi papá, que traía con su pantalón lleno de mezcla, aprovechó que mi mamá se había ido  a la tienda para felicitarme y al momento de abrazarme me dijo al oído: “No vayas a meterte en broncas como el hermano de mi papá, ya ves que se lo llevaron por juntar dinero para el profe Lucio”. Era la primera vez que veía los ojos llorosos de mi papá, como si sus ancestros le susurraran al oído que los guerrerenses estamos ligados a la tragedia. Se separó y le fue a aventar maíz a las gallinas que no dejaban de cacarear desde que llegué, así como Pancho no dejaba de ladrar, desde que era cachorro y me lo traje a la casa, siempre me espera para que le de comer y podamos ir juntos al monte. Todo parecía acomodarse para mí, tenía escuela, comida, familia y Laura, mi novia desde la secundaria. Ella  ya no pudo terminar la prepa pues tuvo que ponerse a trabajar con su mamá en la tortillería del pueblo. Laura quería seguir estudiando, pero las últimas lluvias se llevaron la mitad de su casa, mucha agua y piedras arrasaron con la mitad de su casa y arrastraron a sus gallinas y el baño. Por eso la última vez antes de que me fuera a la semana de prueba, ella me miró y expresó: “Ojalá sí te quedes para poder casarnos después y presumir que mi novio será profesor, además cuando tengas plaza vamos a Chilpo (Chilpancingo) por mi vestido de novia y tu traje nuevo”. No deje de sonreír, nos abrazamos y pedimos un helado de limón. 

Me atravesó aquella leyenda que decía que los normalistas rurales van a su casa si bien les va en diciembre, Semana Santa y en vacaciones de agosto, aún no partía y la nostalgia de ir a mis casa a lo mejor solo tres veces al año ya me estaba invadiendo. Mi mamá, Laura y Pancho me acompañaron hasta  donde pasaba la ruta que me dejaría en Tixtla y luego una combi que me llevaría a mi destino final: la Normal Rural Isidros Burgos. La despedida fue especial, era la primera vez que me apartaba de Pancho, Laura y mi familia. Laura me abrazó, me dió un beso tierno, lloró y me dijo: “Te amo”, cuídate, acuérdate que tenemos sueños pendientes, le contesté con la misma frase, no atine a decirle nada más y realmente no pude, se me estaba acumulando las emociones en la garganta. Cuando me acerqué a mi mamá , ella no me dijo mucho, me conocía desde siempre y no hizo falta más que un abrazo y una mirada de amor, amor incondicional que traspasa cualquier tipo de conjugación en el tiempo. Esa mirada me acompañó unos días después y no quería que nunca me abandonara.

El lunes siguiente me presenté en la entrada de la normal. Aquella mítica escuela que te recibe con una serie de figuras en forma de tortugas, que nos recordaba la relativa cercanía que teníamos con el mar, tortugas pintadas en la pared, no tardé mucho en entender que cada una de las normales rurales tienen su propia mascota e inevitablemente cada mascota tiene una historia con su propia normal por ejemplo; gatos pr Michoacán, changos en Aguascalientes, pavorreales en Chihuahua etc etc. Conforme iba entrando me acordé de cuando íbamos a Acapulco y mi única preocupación era no ahogarme entre las olas. Al llegar  a la entrada nos pasaron al auditorio y ahí me pusieron mi apodo: “el Pelón”, a pesar de que genéricamente les llaman así a los de primer ingreso, pues a todos nos rapan y nos dejan pelones. El apodo se me quedó, pues al parecer heredé tener poco pelo como mi papá. Nos asignaron los dormitorios y ahí comencé a conocer a mis compas de primero, todos estábamos asustados y preocupados. Asustados porque oímos decir al secretario de la normal que habría una reunión en la noche y preocupados porque no sabíamos si esa reunión nos tocaría también a nosotros. 

No entramos a esa reunión, pues era para puros miembros del comité ejecutivo. Al siguiente día en la noche nos indicaron que teníamos círculo de estudio, estábamos todos los de primero, ahí escuché por primera vez el término “camarada” que no sólo se refiere a amistad, sino a vínculos que van más allá de relaciones estudiantiles. Hubo una estudiante de una normal de mujeres que nos detalló la forma en la que funciona y se mantiene la FECSM (Federación de Estudiantes Campesinos Socialistas de México) repartida en 17 normales rurales, de norte a sur y de este a oeste.


Esta es la primera parte de una crónica que constará de tres partes. En donde el Pelón, un estudiante que fue admitido en 2014 en la Normal Rural de Ayotzinapa, cuenta su historia desde su admisión hasta la noche funesta del 26 de septiembre de ese año. Este texto está basado en la historia del Pelón, quien fue desaparecido junto a otros 42 normalistas, y fue realizado a partir de historias reales y participantes directos. Está en primera persona como si el propio Pelón pudiera dar testimonio de su recorrido desde su pueblo, su ingreso en Ayotzi, cuando conoció el panorama político y de la resistencia, la noche del 26 donde vió el asesinato de 3 de sus compañeros hasta las diferentes formas de exigencia de su paradero en Guerrero y en todo el mundo.

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