
... –Íjole, pues cómo comenzamos, joven, es que ire, las cosas andan muy raras por aquí últimamente –dice el señor más grande–, y eso que esas prácticas son de los tiempos de mi abuelo, imagínese cuántos añísimos de aquello, joven. Y pues nosotros nada más nos enmendamos a la virgencita santa que interceda por nosotros pero ya está muy feo todo, joven, padrecito, con todo respeto, ustedes no tienen ni idea de lo que hemos vivido. Susto tras susto y no podemos parar de contar.
–Una ya ni puede tejer, padrecito –dice la señora más grande–, y yo sólo quiero hacerle unas ropitas a mis muchachitas –dice viendo a las niñas–, pero cada vez que hago algo, al día siguiente aparece en otro lado de la casa, y hasta que se me olvidan, las encuentro, y pus ya pa´qué, después de tanto tiempo ya ni les quedan a mis muchachitas. Y eso si bien va, luego las encuentro deshilachadas y con formas extrañas padre, hay si usted viera, luego tienen formas de cruces, pero de cabeza…
–¿Tienen alguna foto? –Pregunta Santiago interrumpiendo delicadamente.
–¡Ay, no, joven, imagínese usted! Pá´qué queremos tener esas fotos, luego se ven cosas raras y ya es más que suficiente pa´ndar tomando fotos.
–Mi señora tiene razón, padre –vuelve a hablar el señor más grande–, luego encontrábamos las ropitas ya bien destruidas pero también como con formas de alas o vaya uste’ a saber.
–O cuernos, padrecito, o bueno, una que se asusta igual y ve eso, ¿no? Pero sí, cosas muy raras, y eso sólo al inicio.
–¿Hace cuánto comenzó esto, si no es molestia?
–No, no, para nada, pregunte usté. Pues fíjese que desde nació la más pequeña, hace cinco años.
–¿Desde que ella nació?
–Sí, padre, pero pues ya está más grandecita, las brujas atacan nomás a niños recién nacidos, bebés, pero esto ya duró bastantito, y ahora hasta la mayorcita tiene problemas pa´dormir, y eso no pasaba antes.
Santiago solamente escucha. Se pone un audífono pero la música la pone baja para poder escuchar lo que dicen, pero también lo que pueda venir de fuera.
–Esto lo hace mi muchacho para poder escuchar lo que sea, sin embargo, también los escucha a ustedes.
–¿Es su muchacho, padre?
–No es mi hijo, es mi alumno.
–Ah, ya, ya, qué suerte la suya, joven, de contar con el apoyo de alguien como el padrecito Umberto, una gran persona sin duda alguna, una gran persona.
Santiago afirma con la cabeza.
–Entonces, las niñas no pueden dormir… –dice Umberto regresando al tema.
–Uy, padre, si le contara, eso es sólo el inicio. Todos hemos visto cosas que antes pues ni nos imaginábamos –dice el señor, padre de las niñas–, usté ya sabe que creemos que es una bruja, y esas méndigas son bien tramposas, son bien mañosas, siempre andan buscando qué hacer. Y pos las niñas ya están mayorcitas pero esta méndiga se quedó con nosotros y ni idea de por qué.
–¿A usted le ha pasado algo, señor? –Pregunta Umberto.
–Uy, pues le cuento… Hace unos meses… ¿qué serán? Unos dos o tres estaba ajuera en el campo, uno de mis gallitos desapareció, uno negro bien entrón que, gracias a él, teníamos rehartos huevos pa´l desayuno, igual y se fue porque se enojó de que nos comiéramos a sus hijos, puede ser –todos ríen liberando tensiones provocadas por la plática–… y pues yo para todas mis salidas pues me llevo mi pistola, pa´qué le miento, luego hay chacales y animales que de repente vienen de los montes. Iba yo caminando y ese día hacía viento, pero escuchaba como un llanto, padre, una mujer llorando. Pero dije que era el viento así que seguí buscando a mi animalito, qué más da. Entonces, en un nopal, vi una guajolota y pues le disparé, qué más da, ¿no? Le di en una pata, ya no podía moverse. Pos me la traje a la casa y la encerré en una jaula. En la noche hacía mucho viento, y cuando me estaba quedando dormido, escuché un llanto. Primero pensé que era el viento, porque el viento llora también, pero me di cuenta que no era tal. Me levanté en la oscuridad. Pos qué le cuento, padrecito, que me estaban pidiendo ayuda. Me sorprendí, no hay nadie a esa hora de la noche, sinceramente. Me salí y comencé a seguir de dónde venía la voz y pos me dirigió a la jaula, ahí donde había encerrado a la guajolota, y la abrí y adentro había una anciana, una vieja to´a encuerada y tenía una pierna herida, esa misma donde le di el tiro a la guajolota. Y pos me fui corriendo de ahí, ni qué hacer, y eso fue justo cuando nació mi muchachita, la más pequeña.
Santiago siente un escalofrío ante tamaña historia. Ve que la niña más chica le susurra algo a la mayor, y señala a la puerta del baño. Santiago voltea y ve que está entrecerrada, y hay pura oscuridad, lo normal, porque ya ha comenzado a anochecer. Santiago no ve nada, pero la niña comienza a asustarse. Le sube a su música, Links, zwo, links, zwo, links, zwo, drei, vier, links!… pero nada. No hay otra cosa por escuchar. Regresa la atención a la señora mayor que habla ahora, la más anciana:
–… pues es que a este canijo le encanta la tomadera y la borrachera y la fiesta, pus ese día se quedó hasta tarde de borrachote con los del trabajo, y es que mire, una no quiere, pero hasta se lo tiene merecido, ni modo, a veces a sangre entran las cosas, y este pus nomás así entendió, ¿ve´a? Ahora sí que, gracias a la virgencita que me lo regresó con bien, pero ahí a ver si el canijo sigue de borrachote.
–¿Qué le pasó, señor, si no es indiscreción?
–Uy, no, para nada, padrecito, para nada. Mire usted que yo estaba con mis compadres bebiendo un poco para rebajar las penas con un tequilita, y en la noche pus ya venía de regreso a mi casa pa´dormir aquí, con mi señora, como buen cristiano, y la cosa es que era de noche y pus yo sentía que me seguían pero estaba borracho, pa´qué le miento. Iba caminando por el caminito y podía torcer por el maizal, y dije que sería mejor, así llegaría antes y se enojaría menos mi señora. Pus que me meto, bien valientote yo, y el maizal estaba retealto pero había visto bien cómo salir y pus así me metí. Qué le cuento, que estuve camine y camine y camine y nomás no llegaba al final, uy, y hacía frío. Pero caminaba y nomás no salía. Entonces me agarré una estrella, por la borrachera estaba caminando en círculos, y con la estrella que no se mueve ahí arriba, junto con nuestro Señor de Nazaret, pues me la agarré como guía, como rey mago, irá usté a saber. Y pos no, no más no. Pero pus qué le digo, me volteaba y había un bulto ahí, como una roca, parecía perro ahí…
–Ay, viejo, no le llames así que se va a enojar.
–No pus eso parecía vieja, nomás pa´quel padrecito aquí se haga una imagen, ¿no?, pero qué le digo, que no importaba cuánto caminara, nomás no salía del condenado maizal, y siempre que volteaba, el bulto estaba ahí, pero como estaba bien oscurito no alcanzaba a verlo bien, pero ahí estaba, se lo juro por la madrecita santa…
–Ay, viejo, no jures por la madrecita santa…
–¡Ora, mi vieja!, ¿me va a dejar acabar o qué?
–No, pu´sté acabe, pero pus nomás no me ande jurando, que eso está mal, es pecado.
–Ora, mi vieja, ta´bien. El mendigo bulto me seguía sin moverse y pus nomás yo no salía del maizal. Pa´no hacérsela larga, padrecito, que yo ya estaba retecansado, estaba como becerro acabo de nacer, todo pendejo, ya me temblaban las patitas ahí nomás, pus se me hizo fácil quedarme a dormir ahí…
–¿En el maizal? –Pregunta Umberto con sorpresa.
–Sí, padre, que Dios nuestro Señor de los cielos me disculpe, pero sí, tenía mucho sueño. Ya me dije, pus mañana con el sol, ni modo. Qué le digo, que cuando clareó el sol me daba directo a los ojos, padre, y me dije, Ah, chirriones, ¿y el maizal? Pus qué le cuento, cuando me levanté al día siguiente, no había maizal, ni siquiera sembradío, nomás era pura tierra, padrecito.
–Y es que eso hacen las brujas, padrecito, hace que se pierdan los borrachotes como mi marido. No, a esos no les chupan la sangre porque las condenadas se emborrachan y ahí andan chocando cuando vuelan –todos comienzan a reír por la ocurrencia de la señora más grande, pero Santiago sólo pela el oído y no quita la vista de la niña que cada vez está más y más asustada, la menor, señalando al baño.
Se levanta para sorpresa de todos y sube la música de volumen. Entonces, escucha, presta suma atención… sí, están llorando. Inicia como un llanto de tristeza, y en una alargada nota, se convierte en un grito desgarrador e inhumano, deshumanizado, un grito fuerte que haría temblar a cualquiera. Nota que las niñas gritan señalando al baño, pero nadie veía nada. El llanto es entrecortado y aguardentoso, es un alarido casi animal originado de la garganta de una mujer envejecida y enojada, muy enojada. Está furibunda y lanza poderosos gritos de llanto. Ellos, seguramente, escuchan los gritos de las niñas solamente, que lloran de terror señalando al baño, pero no hay nada, Santiago observa el baño pero no hay nada. Los señores se levantan y Umberto dice:
–… Por favor, mis hermanos, retomen sus asientos, mi muchacho se va a encargar…
Las niñas están aferradas a la mamá que lloran gritando aterradas. Umberto bebe de su café y se le queda viendo al pocillo de metal negro con puntitos blancos. Deja el pocillo sobre la mesa y se lo alarga a su muchacho. Santi lo toma y bebe. En el fondo alcanza a ver su propio rostro reflejado. Recuerda de su niñez que su abuelita le daba de tomar agua en los pocillos grises claro, con orejas clavadas con tornillos pero que estaban flojos; y en el fondo siempre veía su propio reflejo, y no le gustaba ver esos ojos dispersos y sin pupila. Pero esta vez no veía su propio reflejo, sino el de una mujer anciana cuyas bolsas debajo de los mismos eran como bolsas testiculares, y blancos, totalmente blancos. Deja el pocillo, traga el café, va al lado de la niña y la toca en la cabeza.
–Libero te…
Voltea al baño: la puerta verde está entrecerrada, es de metal, y los gonces deberían chirriar, la puerta se debería mover, algo en la oscuridad debería relucir, algo debería asomarse. Pero no, no hay nada. El padre Umberto ha comenzado a rezar con su voz poderosa. Concentra la mirada en la puerta.
Ya no hay llanto.
Silencio.
Las niñas lloran. Santiago respira calmadamente viendo la oscuridad que viene del baño, trata de ver que algo se asome, que algo pueda visualizar pero no… no… y el escalofrío eriza toda su nuca, su espalda, sus brazos, sus pies, e incluso hasta el abundante vello de sus nalgas. Empieza como el respiro de alguien a quien le cuesta respirar, la voz de mujer mezclada con el animal que lanza un hilo, un respiro mezclado con su llanto que no logra sacar, pero poco a poco ese respiro deja lugar totalmente a un alarido de brutal enojo, de coraje, un alarido que lo petrifica de momento y lo llena de un pánico indescriptible, es como si le gritara al oído, justo al malo, con el que no puede escuchar a la gente normal, es un llanto de enojo y coraje, afónico, desafinado, totalmente desgarrador. Se coloca erguido de nuevo, Santi, y con el cuerpo hecho piedra, lucha para voltear, lucha para ver de dónde viene el grito de llanto.
Toma el agua bendita que siempre lleva en el bolsillo para esos casos y voltea: en la sábana que hay en la bodeguita, que es transparente, no se ve nada, pero donde no cubre la sábana, apenas un muy pequeño espacio entre el marco de la puerta y la tela transparente, como partida a la mitad, está la bruja: una anciana vomitiva que no tiene piernas, en su lugar, una blanca neblina que cubre el suelo, flota la hija de la chingada, y esta desnuda con la piel acartonada y de roca pues no tiene vida, es del color de la ceniza, es como si no hubiera músculo en su cuerpo, solamente piel decaída y huesos, todo luce alicaído, como si quisiera tocar el suelo, como una especie de trapo viejo, se le ve un seno que más parece un plátano alargado y podrido, toda su piel cubierta por la palidez cadavérica de la muerte, y su rostro en una cabeza con cabello ralo y muy, muy escaso, en girones, su cabello parece más hilo seco, ella está deshilachada de la cabeza, su gesto es como el de un perro bulldog, sus labios caídos, su nariz aguileña, su frente también es una bolsa colgante, sus ojos blancos como la neblina, sin párpados.
Cuando la ve directamente a los ojos, Santiago se siente desfallecer, y ella enfurece su gesto, sólo lo que alcanza a ver, porque a través de la sábana que es la cortina, no ve nada a pesar de poder divisar todo lo que hay dentro como trastes, bebidas y demás; pero sólo donde no cubre la sábana ve a la bruja. Ella grita de nuevo y Santiago ve que en su boca no hay dientes y que, en cambio, pequeñas cucarachas salen a cubrirla a ella.
Logra vencer lo petrificado que está, y rocía con agua bendita:
–Creo en Dios Padre, todopoderoso, creador del cielo y de la tierra. Creo en Jesucristo, su único hijo, nuestro Señor que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo; nació de Santa María Virgen, Padeció bajo el poder de Poncio Pilato, fue crucificado, muerto y sepultado. Descendió a los infiernos; al tercer día resucitó de entre los muertos, subió a los cielos, y está sentado a la diestra de Dios Padre. Desde allí ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos. Creo en el Espíritu Santo, la Santa Iglesia Católica, la comunión de los Santos, el perdón de los pecados, la resurrección de los muertos y la vida eterna…
–Amén –dice Umberto. La cortina se agita por un viento heladísimo que recorre toda la casa y la bruja desaparece. Hasta ese momento, Santiago se da cuenta que tiembla, que suda tanto que sus ojos pican por el sudor que entra en sus globos oculares, y que vació la botella.
–A esa hija de puta la dejaron entrar –dice Santiago secándose el sudor con el antebrazo.
–¡Santi, por el amor de Dios! –Dice Umberto para censurarlo por la palabrota.
Después de secarse, Santiago se inclina frente a la niña quien aún llora, la ve directamente a los ojos y en su pupila logra ver una sombra fugaz que desaparece cuando ella parpadea. Con un dedo toma un poco de agua bendita y le traza una cruz en la frente. Se reincorpora y le dice a Umberto:
–Se hizo pasar por su amiga imaginaria, de la más pequeña, por eso pudo entrar.
–¿De qué hablan?
Santiago se da cuenta que ellos no escucharon el llanto, no la vieron, nada. Solamente él y las niñas se dieron cuenta, posiblemente Umberto también.
–Los amigos imaginarios son entes que desconocemos en su comportamiento. A veces son solamente eso, imaginación de los más pequeños, que se materializa. Si son verdaderos amigos imaginarios, son totalmente inofensivos pero, generalmente, hay entes que los usan para entrar… este fue el caso. Por eso esta bruja ha logrado molestarlos a todos. Está intentando poseer a la niña.
–¡Padre!, pero ¿podrán hacer algo? –Pregunta la madre de las niñas, aterrada.
–Usted, mi hermana, no pierda fe en el poder de nuestro Señor de todos los cielos. Nosotros nos encargaremos de que se libren de este mal espíritu…
Y una vez más, por una extraña razón, las palabras de Umberto surten un efecto casi curativo, las simples palabras ayudan a todos a sentirse mejor…
[…] … Y una vez más, por una extraña razón, las palabras de Umberto surten un efecto casi curativo, las simples palabras ayudan a todos a sentirse mejor. […]