
POR: GWENN AËLLE
Et si je connais, moi, une fleur unique au monde,
qui n’existe nulle part sauf dans ma planète,
et qu’un petit mouton peut l’anéantir d’un seul coup,
comme ça, un matin, sans se rendre compte de ce qu’il fait,
ce n’est pas important ça [1]?
Antoine de Saint-Exupéry
Le petit prince
En veces me sobran ideas para escribir y en veces soy repetitiva.
Pero no puedo dejar de contarte lo que vivimos estos días, de compartirte la magnífica escena que presencié.
Tons, ¿ubicas a nuestras mascotas, verdad?; las dos chiquitas, las negras, Maya Mayita Marinetita y Coca Coquita Cocacolita. A las dos les tocó esterilización hace unos 15 días, cada una reaccionó de una manera completamente inesperada.
[Me interrumpió la vida al escribir esto, y pensé que no sería capaz de seguir. Hoy retomo, con la idea primera, la de explicarte como son tan iguales y tan diferentes.]
Son hermanas, llegaron juntas a casa, un ser deleznable las había abandonado en un cartón en la calle, y la camada fue repartida por doquier. Pedimos expresamente las que nadie iba a adoptar y nos dieron las negras. Al principio nos era imposible distinguir la una de la otra a menos que estuvieran juntas. El pelo de Maya es negro brilloso, su cola delgada y erguida, siempre. Coca es de pelo esponjoso, negro mate, siempre despeinada y se le hincha la cola al triple cuando está enojada o si tiene miedo.
Crecieron, y otras diferencias se fueron marcando. Maya es más correosilla, maúlla todo el tiempo, para pedir de comer, para dar las gracias, pedir un arrumaco, o sólo platicar. De Coca llegué a pensar que era muda, hasta que la primera vacuna le sacó un Miiii airado. Maya tiene una mirada clara, confiada; y Coca, por la forma de sus cejas y sus pelos alborotados, parece que siempre va de malas, a veces le digo La Cejuda.
A Maya le gustan los apapachos tiernos, largos. Coca es más impetuosa, empuja la mano, busca la otra, se trepa por los hombros y de repente, se va, y se duerme, lejos. Coca ya aprendió a treparse a la ventana para ver afuera; y Maya tiembla si la acercamos al vacío. De la misma manera, la Peludita ya se sube a todos los muebles y la Lisilla sólo mira.
¿Ves? Iguales, pero sumamente diferentes. Sí, porque sólo son eso: hermanas.
***
Las esterilizamos a los seis meses, ya desparasitadas, vacunadas y tantito vividas, aunque claro que no se esperaban realmente lo que les sucedió, la pinchada, la dormida, la espera en un lugar que no es su casa. Y luego las cuidamos, apapachamos y eso.
A los tres días, en vez de llevarlas al doc, preferí quedarme pintando, pensando que un día más o menos no importaría. Y la herida de Coca se infectó. ¿Habría cambiado algo de haberla llevado antes? No lo sé, pero sí me repito desde ese día Por mi causa, Por mi causa, Por mi egoísta causa.
Me lo repito porque de ahí la cascada se abrió paso. Antes de una curación, tomé a Coca entre mis manos y sus intestinos cayeron en ellas. Todos.
Corrimos al veterinario –por decirte que yo salí en pijama y sin brasier–, y él la operó de urgencia. Claro que él dijo “evisceración”; y yo, “despanzurrada”. Pero es que yo no soy ni doctora, ni veterinaria, sólo soy emocionantiza, sentimentatiza…
Y he aquí lo que presencié, que desde que empecé ya son tres los momentos que he presenciado, pero va el que estaba en la primera intención de mi texto:
Al regresar de la cirugía de urgencia, Coca estaba, claro, toda desguanzada y no podía salir de la transportadora[2] para un apapacho. Maya, la miedosilla, la tímida, la menudita, la ayudó. Y la empezó a lamer, le lavó la carita, la espalda. Se metió a la transportadora, la cual odia y teme, y la lamió, enterita, la lavó. Y al salir, mordisqueo una de las orejas de su hermana, con infinita calma y ternura. Yo lloré.
¿Entiendes la importancia de lo que te cuento? La luz intensa que hubo en ese momento entre ellas, sin ser cegadora, el amor profundo que se tienen. Una aceptó necesitar ayuda y la otra venció la aprensión que seguramente sentía.
¿No es bello esto? ¿No es magnífico? ¿No es en lo que queremos pensar antes de quedarnos dormidos?
***
A los pocos días tuve que salir. Al regresar, chequé, claro, a las chiquitas. Maya estaba dormida en algún lado, pero Coca estaba como desaparecida. La encontré finalmente, dormida en las patas de Misha, la gata alfa, la Huraña, la que hace como si no existieran las pequeñas. La cuidó todo el tiempo que no estuve.
Segundo sol de ternura en mi mundo. Segundo destello de amor infinito entre los que viven con nosotros. Segunda maravilla de la cual maravillarse.
***
Se empezó a reponer Coca y a Maya se le soltaron los puntos. La tuvieron que volver a coser también, la dejamos así, de sopetón, con el doc, sin prepararla emocionalmente antes. Y nos dejó de hablar casi todo un día.
[Ayer, te hablo en tiempo real, sucedió otra cosa. No sé si voy a seguir escribiendo. Ni que será lo que escriba. Ni si lo publique o sólo te lo lea bajito.]
A las dos se les volvieron a salir los intestinos, se abrieron, las dos con el veterinario, esta vez no fue en mis manos. Despanzurradas, evisceradas, como le quieras decir, aterradas, ya no soportan la jaula, ni al doc. A las dos las operaron ayer. Las fuimos a ver por la noche, un ratito, onda visita de hospital. A Coca le estaba siendo duro salir de la anestesia, además no ha comido casi nada en dos semanas. Maya, medio ida pero más alerta.
Y viene el tercer momento. De éste fue testigo el veterinario.
Maya, Mayita Marinetita, la impresionable, la sensible, abrazó a Coca todo el tiempo, una patita encima de su hermana.
Dime que no vale la pena vivir después de presenciar ese abrazo. Atrévete siquiera a pensarlo…
[Dejo de escribir hoy. El veterinario está preocupado por Coca, le gustaría que estuviera más despierta. La sigue vigilando y nosotros seguimos esperando. Maya… Maya la sigue cuidando.]
Coca, Coquita, Cocacolita murió ayer, 14 de octubre. La cargamos, ya rígida, casi irreconocible, sus pelos locos aplacados por el sudor y por la fría muerte. Miré hasta el fondo de sus ojos, le di las gracias, la besé. Igual que las otras veces, se lanzó sin miedo a una ventana tan alta que de ahí puede saltar al árbol más alto y llegar hasta la más alta de las estrellas. Maya está solita con el veterinario, triste, muy triste.
De las paredes escurre llanto negro.
[Y me miro escribir, buscar palabras bonitas para decir lo indecible. ¿Será esto una llamada de auxilio o, por el contrario, una llamarada de orgullo, de “miren cómo lo escrito trasmuta su dolor”…?
La última vez que cargué a Coca, me rasguñó, aterrada porque el doc la iba a inyectar. La marca de sus garritas se está borrando ya.
Vemos a Maya todos los días, por la mañana y por la tarde-noche. Maúlla, llora cuando nos vamos. Se le soltaron los puntos otra vez, se le rompe la piel, no aguanta. Y la mirada del doctor al decirlo no me ayudó, me caló, me heló hasta los huesos. Mayita Marinetita no te me vayas a ir, te lo pido. Y al mismo tiempo, si es lo escrito, espero que sea ya, sin más dolor, sin más miedo.
[Empecé esto para decirte de un momento extraordinario de amor. Y luego fueron tres. Y luego la historia fue cambiando como lo hacen la vida y la muerte, y ya no es algo tan luminoso, a menos de que te vayas con eso de que se necesita la sombra para poner a la luz en valor. Pero va, sigue, porque yo lo necesito. Y se publicará, porque yo lo necesito.]
Ayer nos entregaron las cenizas de Coca. Al recibirlas pregunté si se valía dormir con ellas, con ella, y el veterinario me dijo que sí, que claro, que sí se valía.
Pasé horas ayer acariciando una cajita de metal en forma de gato, entre las orejas, jugando con mi mente y mi corazón para hacerles creer que Coca había regresado. Por la noche, cuidé de ella, la acomodé varias veces. Pero esta mañana, al tomarla entre mis manos, sentí lo frío del metal, la dureza de las falsas orejas. No es Coca, sólo son cenizas. Se va a quedar en mi escritorio, luego irá con los demás a la repisa de mis muertos, no será el primer animal que ahí se quede. Y de vez en cuando la miraré y le mandaré besos, le pondré, en mi mente, la palma de mano izquierda enfrente para que se dé vuelo succionándola, sintiendo que está en casa.
Maya… A Maya le están poniendo un gel cicatrizante. No tiene caso ponerle hilos o grapas, su piel no las acepta. Y nos dice el doc que duerme abrazando al cojín que le pusimos.
***
Maya regresó a casa. No sé bien si el lunes o el martes, no me acuerdo. La debemos de vigilar de cerca, no debe ni saltar, ni correr, ni estirarse, nada. Regresó porque dejó de comer, le dejaron de brillar los ojitos y el veterinario decidió que era tiempo de intentar otra terapia, la de apapachos, caricias y palabras dulces susurradas al oído. La llevamos dos veces al día a limpieza, y luego a que le den probióticos, y luego a que le den proteínas y vitaminas… sigue sin comer, vomitó y en lugar de hacer popó hace moco con sangre. No ha querido usar mi mano para succionar y sentirse acompañada por su hermana, como antes.
Está triste; creo –extrapolando mis sentimientos humanos– que una parte de ella pensó que tal vez Coca estaría aquí, esperándola.
No duermo. La meto a la jaula y llora; entonces la saco, y la vigilo, la vigilo. Me dormí el jueves por la mañana a su lado deteniendo su cola, y de viernes a sábado compartimos la tarea mi hija y yo.
Ayer, con el doc, hablé, hablé de que ya le di permiso a Maya Mayita Marinetita de irse con Coca, que ella le enseñó el camino como siempre
***
Tuve que interrumpirme. Maya ya no quiso estar frente a la compu.
***
Hoy vamos con el veterinario. No estoy tan segura como el sábado de que la tengamos que eutanasiar. Es sumamente difícil y siento que me dejan a mí tomar la decisión sola: el veterinario da su opinión para las dos posibilidades; uno de mis hijos la abrazó fuerte y calló; otro dice que no decido yo, que decide el veterinario; mi hija, que ella no lo puede hacer, y mi esposo da razones pragmáticas para las dos posibilidades. Miré en internet, nuestro nuevo dios, y hay cuestionarios para decidir. Según ellos: es tiempo. Pero ayer comió 3-4 croquetas, por primera vez desde que Coca murió. No sé qué debo hacer, no sé.
***
De alguna manera, Maya escogió por mí. El martes amaneció cansada y, conforme fue pasando el día, dejó de maullar. Ella maullaba todo el tiempo, hablaba con todos. Hasta el día anterior, cuando llegaba la perrita cachorra de la casa a estar con ella, le maullaba, una vez. Y Venus, la perra, lloraba. Algo le estaba diciendo, era obvio. Desde el domingo por la noche saqué la jaula de su vista, durmió en nuestros brazos, tomé un montón de Coca Cola y comí chocolate para no quedarme dormida, mi hija compartió noches conmigo, le repetía a la oreja “No estás sola, no estás sola”.
Por la tarde le marqué al veterinario: es tiempo, no la podemos dejar sufrir así. Y estuvo de acuerdo.
Me es extremadamente difícil venir aquí a escribir. Lloro, mucho, con largos quejidos. Venus pasa de cuatro en cuarto, sube y baja y a cada vez que no la encuentra, llora. Nuestra gata alfa no ha vuelto a subir al primer piso desde que ya no están, la gata joven pide y dona caricias, maullando sin cesar y se siente un silencio diferente por las noches, no hay nadie jugando luchitas sobre mi cama a las dos de la madrugada…
Estamos esperando sus cenizas, las pedí sin caja, voy a abrir la de Coca, las voy a poner juntas, mezcladas, abrazadas por siempre, felices.
Hablé mucho con Maya, le recordé todos los momentos felices y chuscos que pasamos todos juntos con ella y con Coca. Le expliqué que esta vez sí tenía que hacer lo que hizo Coca: saltar por la ventana. Que sí, que claro que da miedo, pero que del otro lado la estaban esperando y que nosotros íbamos a estar bien. Le di las gracias por ser como era y le pedí que se las diera a Coca, de mi parte, porque con ella no pude hablar a tiempo.
Maya, Mayita Marinetita fue la gata más tierna, más dulce, compartida y solidaria que jamás hayamos conocido.
Coca fue decidida, abría caminos.
Fueron, juntas, un tiempo de luz y calidez en nuestras vidas. Se les agradece profundamente.
Y sí, esto es lo que quise describir al principio de mi texto:
No importa si es uno o mil momentos, lo extraordinariamente bello sí va: es la vida que compartieron Coca y Maya con nosotros estos últimos meses.
[No he mirado esto en algo así como un mes. No he podido. Vengo hoy a corregir errores de dedo, de tildes, de esas cosas que no importan pero que deben de estar bien.
No voy a cambiar nada de lo escrito. Sé, hoy, que no soy la causa de la muerte de las pequeñas, “les petites”, lo sabe mi mente. A mi corazón le cuesta un resto y más.]
Tengo en la garganta una pequeña cicatriz. Espero que no desaparezca nunca.
Cuando murió Mayita, había muchas estrellas sobre fondo de oscuridad, y ahora, todas las noches, miro a una en especial, que cursa por el espacio de mi ventana, y la saludo, le mando besos. Sigo sin dormir, sin necesidad de dulces ni de refresco.
Ya no sé verlas en mis recuerdos, las he perdido dos veces…
[1] Y si yo conozco una flor única en el mundo, que no existe en ninguna parte salvo en mi planeta, a la que un corderito puede aniquilar de un golpe, así nada más, una mañana, sin darse cuenta de lo que hace, ¿qué?, ¿eso no es importante? Antoine de Saint-Exupéry, El principito.
[2] No logro llamar a esas cosas así, para mí son jaulas.