
–Lo de Melissa es diferente. No lo controlé yo, y lo sabes –dijo Matías casi excusándose.
–Yo lo sé, mi vida, y así como tú me preferiste a mí sobre ella, yo te prefiero a ti sobre los demás. Y no hay nada de qué disculparse y justificarse: no controlamos a los demás, ellos actúan acorde a lo que creen correcto. No somos quien para censurarlos a menos que afecten las libertades de terceros.
–Chale…
–¿Qué?
–Eres como la mezcla entre Umberto y un activista por los derechos de las minorías. Mejor escribe un libro.
Santiago soltó una risotada.
–No, qué hueva.
–Pero si es lo que quieres.
–Pero tengo otro trabajo.
–Santi… deberías dedicarle tiempo a lo que te gusta. O sea, es muy raro tu trabajo y no sé si te gusta, porque ¿a quién le gustaría que lo asusten a cada rato? Pero, incluso así, tú siempre me decías, Mi verdadero empleo es escribir, esto otro es alterno, sólo para mantenerme.
–O sea… sí, pero no me pagan por escribir. Además, si vamos a adoptar a una niña, necesitamos el dinero.
Al decir eso, el rostro de Matías se iluminó de una forma que pocas veces había visto Santiago, con esa intensidad, con esa ligereza, con esa sonrisa.
–¿Estás emocionado?
–¿Por adoptar? Pues podrían pasar años y años, mi amor…
Matías guardó silencio pero lo observaba ensoñado, no despegaba la mirada de los ojos de Santiago, y le dijo:
–¿Sabes? Cuando estábamos más pequeños y yo me fui, ¿te acuerdas? Tres años me fui, y que regresamos a vivir junto a ti, luego de que mi madre muriera.
–Sí, cómo no habría de acordarme. Tenía roto el corazón, y se me rompió más cuando me dijiste lo de Melissa cuando regresaste.
–Ay, perdón…
–No te preocupes, no importa ya, te tengo y te amo. Pero bueno, ibas a decir algo de cuando no estábamos cerca…
–Pues igual y piensas que es pura mamada mía, así, tipo, Ay, sí, qué casualidad que quisieras eso cuando estábamos tan lejos.
–¿Pues qué era?
–Cuando estábamos lejos, yo nunca dejaba de imaginarme la vida junto a ti… ¡neta!, aunque te burles y eso, y bueno, yo sé que me sentía mal al respecto y todo lo demás, pero llegaba a soñar que estábamos tú, y yo, y teníamos un hijo.
–Sí, seguramente yo era el que se embarazaba, ¿cierto? –Dijo Santiago.
Matías lanzó una risotada.
–Ay, obviamente no, pero sí soñaba eso, y sí quería eso, aunque te burles. De hecho… ¡ay, no! De tan sólo acordarme me da pena.
Santiago hizo un gesto inquisitivo, se mostró interesado por tan genuino que se notó en su inflexión.
–¿Qué?
–Es que sí me da pena.
–Pero pues soy yo, me puedes contar todo.
–No, pues, si es por tu culpa que me pasó…
–¡Ah, caray! Antes tenías mi atención, pero ahora tienes mi interés.
–No decía así la película.
–Bueno, eso qué importa, señor cinéfilo –dijo Santiago–, ¿de qué te acordaste?
–Bueno, te voy a contar: es que una vez estaba con Melissa.
–¡Iugh!
–Ay, no te enojes, Santi, bien sabes por qué… quería aparentar, es todo.
Santiago sonrió decepcionado.
–Sí, lo sé.
–Estás… ¿celoso todavía?
Santiago ahora fingió sorpresa, pero se notaba que no era real.
–¡Pero cómo cree usted eso, joven!
–Ve el lado bueno, tú me ayudaste a descubrir que estaba equivocado. Y te lo agradezco mucho, mi amor –le dijo Matías para relajarlo.
–Bueno, bueno, está bien… ¿de que te acordaste?
–Pues que una vez estaba con ella en una fiesta y nos fuimos a una habitación…
–¿Y cómo es eso?
–No, no hicimos nada.
–No, o sea… cuando la besabas y eso… ¿qué sentías?
–Nada… de hecho ella sí me llegó a preguntar si estaba todo bien o si tenía problemas, ya sabes, porque cuando nos besábamos no… pues no se me paraba y eso.
–¡Ah, chinga! Pues ¿con cuántos se besó ella para ver que a todos sí se les paraba?
–No sé… me dijo que le decían sus amigas. Además, cuando estuvo conmigo pues sabemos muy bien que no andaba con alguien más, después de lo que hizo…
–Sí, eso sí… –dijo Santiago reflexionando–, se le rompió el corazón y no hubo vuelta atrás… pero bueno, como sea, eso no lo podemos cambiar, ¿verdad? ¿Qué pasó esa vez que fueron a la habitación?
–Pues nos fuimos a una habitación a parte y yo estaba muy nervioso porque no sabía qué iba a hacer, sin embargo, pues sí me puse a imaginar cosas, llegué a pensar que no estaba con ella, que estaba contigo.
–¡Oh, my gosh!
Matías rio.
–¡Sí, qué caray! Como sea, el chiste es que llegamos y nos sentamos en la cama, cuando ella se acostó y me jaló con ella. Melissa estaba muy… pues…
–Ex–ci–ta–da, toda mojada, ya dilo.
–¡Ay, Santi!, tú y tus cosas… ella estaba intenseando mucho, pues. El chiste es que me dijo, Di mi nombre, Di mi nombre. Y pues yo no estaba con ella, te estaba imaginando a ti. El chiste es que me… bueno, dije tu nombre.
–¡Noooo! –Dijo Santiago con una sonrisa burlona, con los ojos bien abiertos y las cejas arqueadas totalmente, sorprendido.
–Sí… sí, dije, ¡Santi, Santi!, y ella así como de, ¡Qué!, es que, además, ella había escuchado mucho de ti entonces… creo que se sorprendió mucho cuando dije Santiago en lugar de Melissa.
–Y ¿cómo no? Una simple confusión –dijo Santiago–, es que Santiago y Melissa suenan muy parecido, o sea, son las mismas letras y todo.
–Sí, sí, claro, sí –dijo Matías siguiendo el juego burlón de Santiago.
–Sí, sí, en efecto –terminó Santiago.
Se quedaron en silencio un rato, y luego Santiago continuó:
–Mira, la verdad es que… pues ella sí estaba enamorada de ti y se vio con todo lo que pasó luego, desde ese güey… ¿cómo se llamaba el güey con el que según estaba saliendo cuando tú empezaste a andar conmigo?
–Guillermo, creo.
–¡Ah, sí, Guillermo!, y pues… todo lo que hizo para llamar tu atención y, bueno, la salida que decidió tomar no fue la más sencilla ni mucho menos, pero no quedaba ni en tus manos ni en las de nadie así que… ni qué decir.
–Sí, ni qué decir… –terminó Matías.
El celular de Santiago sonó, el tono de su correo. Lo tomó y vio que era Umberto.
–Uhm… me acaban de hacer llegar un caso, Umberto, habré de chambear.
–¿Hoy? Pero es domingo.
–Bueno, no he abierto el correo. Además, después de ayudarnos con lo nuestro pues no puedo decirle, Ay, es que me da hueva y quiero rascarle los huevos a mi hombre. No, pues no.
Matías sonrió y le dijo:
–Eres bien mamón.
–¡Pues claro!, pero soy tu mamón.
Comenzaron a besarse, así como las pasiones se comenzaron a encender, y justo cuando Matías iba a comenzar sus fricciones que tanto volvían loco a Santiago; su celular sonó. Lo llamaban, a Matías.
–¡Chale, en la mejor parte! –Dijo Santiago con decepción y jadeando. Matías se sentó sobre él sin dejar de mover la cadera y contestó.
–Sí, ¿bueno?
Santiago siempre se sorprendía de la habilidad de Matías para no hacer notar que estaban en medio del acto porque no era la primera vez que contestaba, a pesar de que Santiago le había dicho una y mil veces que no le gustaba que lo hiciera.
–Sí, soy yo… ah, okey…
En ese momento se dejó de mover. Santiago supo que era serio, pues notó que perdió firmeza casi al instante.
–¡Oh!, ya, ya… Excelente, sí, sí, sí, muchas gracias… muchas gracias, de verdad, sí, está aquí conmigo, yo se lo diré enseguida… sí…
Estaba sonriendo pero llorando también. Santiago frunció el ceño y justo cuando Matías dejó su celular y lo abrazó, se estrechó contra él llorando de felicidad, le preguntó:
–¿Qué pasó, Mati?, ¿qué pasó?
Matías se reincorporó un poco y lo volteó a ver a los ojos, aún llorando pero alegre, muy contento, y le dijo:
–La familia Bolaño nos aceptó, Santi, aceptaron que adoptáramos a la bebita de la que la mujer está embarazada. ¡Vamos a tener una hija! Sólo quieren que respetemos el nombre que le quieren poner.
–¿Y qué nombre quieren?
–María Magdalena.
Santiago lo vio un momento y le dijo:
–Vamos a tener una hija…
–¡Vamos a ser una familia! –Terminó Matías.
Santiago no dijo nada, casi se puso a llorar junto con Matías, pero solamente lo abrazó y ambos se estrecharon tanto como pudieron, como si se quisieran convertir en una sola persona. Sabían perfectamente que no lo harían, no se volverían uno, pero sí serían una familia. Y, desde hacía mucho, Santiago sintió esa felicidad, una sensación cálida en el pecho que no cambiaría por nada en el mundo.