
… Matías se notaba muy nervioso pero al mismo tiempo de verdad quería la ayuda de su amigo, era cierto que necesitaba saber algo.
–Okey… está bien, Mati, está bien… sólo déjame ir por unas cosas y te ayudo.
Matías esperó pacientemente, y luego vio regresar a Santiago con una mochila pequeña.
–¿Dónde quieres que hagamos esto? –Le preguntó Santiago.
–¿Hay algún requerimiento especial?
–No.
–Uhm… vamos a mi cuarto, ¿va?
Subieron las escaleras. La puerta que estaba frente a las mismas, era la habitación principal, a la derecha había otras dos puertas confrontadas y el pequeño pasillo terminaba en una pared blanca, como toda la casa. La puerta de la derecha era una oficina, y la de la izquierda era la habitación de Matías. Era una habitación cuadrada. A la izquierda, viendo la habitación desde la entrada, había un clóset, al frente una silla entre el mismo y la cama, a la derecha una puerta que dirigía al baño, y más allá de la puerta un escritorio de metal negro. En las paredes tenía varios posters de figuras del deporte, había unas mancuernas bajo la cama, ropa deportiva en el suelo, seguramente sucia.
Santiago caminó al escritorio. Le gustaba estar ahí, su habitación era como conocerlo más a profundidad. En el escritorio había una fotografía enmarcada de ellos dos cuando eran más chicos, cuando aún iban en secundaria. La vio y la tomó para verla más de cerca. Santi sonrió añorante.
–Es mi favorita –dijo Matías para llegar por atrás y recargar su cabeza en el hombro derecho de Santiago para ver la foto con él–, es muy bonita, ¿no?
–Sí, estamos bien pinches guapos –dijo Santiago.
–Sí que sí, los más pinches hermosos.
Santiago sonrió. Matías subió a su cama y se puso en mariposa, Santiago hizo lo mismo dando la espalda a la pared, quedó frente a Matías. A su lado izquierdo ahora quedaba la puerta del baño, al lado la de entrada, y atrás de Mati, el clóset.
–¿Sabes oraciones o algo así?
–Sí, unas… ¿por qué? –Preguntó Matías.
–Las oraciones son como mantras. No sé si has visto a esos que meditan y así que mientras están posición de loto y cierran los ojos, le hacen Ooommmm, y así. Bueno, se supone que esos ruidos tienen una vibración especial en el cuerpo que les permite meditar. Las oraciones son igual, tienen una fuerza especial. Te digo porque, si tienes miedo, puedes rezar, y eso te ayuda a calmar los nervios. También te lo digo por experiencia.
–Okey –dijo Matías seriamente observándolo. Luego, Santiago le echó agua en la cara–… ¿gracias?
–Es agua bendita, Mati.
–Ah… ¿Qué es esto?
–Una medalla de San Benito, nos protegerá de malos encuentros. Ahora, te digo de una vez, yo no invoco, sólo escucho, si no escucho nada… nada se podrá hacer. Si algo malo viene, tendré que decir a Umberto que venga a bendecir la casa si llegase a ser necesario. Me van a hablar a mí, y me dirán el mensaje para ti, ¿okey?
Matías afirmó con la cabeza.
–Bien… pondré una de mis favoritas.
–¿Si pones de tus canciones favoritas es más probable que escuches algo?
–No, pero me gusta, y tú eres mi persona favorita así que… favorito y favorito.
Matías le sonrió y eso le hizo derretir el corazón a Santiago.
–Bien… ahí vamos –finalizó y dio reproducir.
La canción sonó en su oído, Santiago entrecerró los ojos y prestó atención de la mejor forma que pudo, siempre queriendo abrir los ojos para ver a Matías, siempre queriendo estrecharlo contra sí mismo, volver a rosar esos labios. ¿A qué sabrán? Se preguntó, ¿sí habrá abierto la boca? Porque eso pareció, eso era casi evidente, porque yo solamente le estaba quitando un poco de helado y… See the white in their eyes Caroleans are marching on, Put their lives in God’s hand for their kingdom and fatherland, See the white in their eyes Caroleans are marching on… fuera de la voz del gran Joakim Brodén y el insuperable acompañamiento melódico de Sabaton, había otra percusión sonando que venía de afuera de la habitación. Santiago abrió los ojos para toparse con los de Matías y luego volteó a la puerta. Comenzó a sudar. Matías se percató de eso y volteó preguntándose qué pasaba, pero él no escuchaba nada. Matías vio una sombra proyectarse sobre el suelo, acercarse, una sombra femenina. Santiago suspiró, se preparó en caso de que fuera a ser necesario y… jaló aire. No lo podía creer. Matías vio cómo abría los ojos y se notaba la perplejidad en su rostro, abrió también la boca en ese gesto de no entender algo que tratamos de entender. Santiago volteó hacia Matías, con las cejas arqueadas en incomprensión, sin poder hablar aún, con la emoción en la garganta.
–¿Por qué no me dijiste?
Matías se quedó callado, solamente lo veía con los ojos como platos y con lágrimas ya formándosele.
–Es por es que no me contestaste… ella… tu mamá –Volteó hacia la mamá de Matías, quien le sonreía. Matías sólo veía que Santiago confirmaba con la cabeza, volteaba hacia donde él veía pero no había nada que sus ojos pudieran ver, solamente el clóset. Vacío. No veía ni escuchaba lo que Santiago sí podía.
–¿Está aquí? –Preguntó Matías llorando y sin voz, en un susurro.
–Te está abrazando –dijo viendo a Matías, Santiago también con los ojos enrojecidos pero aguantando el llanto–, solamente ha esperado y se está despidiendo. Va a cruzar la luz –decía Santiago mientras Matías lloraba ya con el gesto torcido en una mueca de dolor–, dice ella que lo siente, siente no haber llegado a tu cumpleaños –Matías comenzó a llorar con gemidos de dolor, había espasmos en sus hombros, se soltó en llanto–, dice que feliz cumpleaños y que está muy orgullosa de ti, que te ama y… –Santiago se calló y vio sobre el hombro de Matías. Matías volteó una vez más pero no vio nada.
–¿Qué?
Santiago solamente bajó la cabeza, vio sus manos, tenía los labios apretados y parece no querer decir nada, parecía que se había quedado mudo.
–Santi, ¿qué pasó?
–Ya se fue ella, a descansar a la luz. Dijo que… dijo que… –Santiago suspiró, levantó la cabeza con el semblante más serio que Matías jamás le había visto en la vida, y le dijo–: dijo que no tenías de nada de qué avergonzarte, que ella nunca te hubiera criticado porque yo te… –su voz se rompió y se quedó mudo. El gesto de Matías se transfiguró de tristeza a sospecha.
–¿Qué quieres decir con eso?
–Me dijo que te ibas a enojar… –dijo Santiago desviando la mirada.
–¿Que me iba a enojar? ¡Que me iba a enojar?
–No era mi intención molestarte…
–¡Cállate! –le gritó Matías entre lágrimas y con enojo en su haber, coraje y tristeza acompañando–, yo no soy un raro como tú –finalizó terminantemente para salir de la habitación y quedarse en el pasillo.
Santiago bajó la cabeza y la meneó negativamente. ¿En qué estaba pensando? Era obvio que le pasaría eso, sin embargo, no se culpó, no fue algo que él haya dicho porque quiso, fue ella, su madre, la que mandó el mensaje. Él solamente fue el portador. Tomó sus cosas y las puso de vuelta en la mochila, no sin antes lanzar una bendición a la habitación. Matías le daba la espalda. Él no quería que esto acabara así pero no había de otra.
–Lo siento, no quise hacerte enojar ni molestarte, Matías. Espero te vaya bien –dijo para dirigirse a las escaleras, y justo ahí, Matías lo tomó del brazo, lo jaló casi con violencia hacia él y lo besó en los labios. Santiago se sorprendió de sobremanera y luego cerró los ojos. La sensación que nacía de su boca se transmitía a todo su cuerpo, era una poderosa oleada que lo dejó ciego, sordo y mudo, concentró todas sus energías en el beso. Abrió la boca y dejó entrar a Matías. El corazón le latía muy rápido, tenía esa sensación en el pecho y en el estómago, la emoción, los nervios, la energía a punto de explotar. Se separaron. Matías ya no estaba enojado, estaban jadeando los dos, uno en la cara del otro. Santiago no sabía qué decir ni qué hacer.
–No te vayas, no te vayas –le dijo muy cerca. Pegaron sus frentes–, no te vayas, perdón, tenía miedo de que ella se diera cuenta porque pensé que le partiría el corazón pero… pero tiene razón, tienes razón… Siempre has sido tú, siempre has sido tú al que quiero.
Santiago separó la cabeza, le limpió las lágrimas con los pulgares, le levantó la mirada tomándolo del mentón y le dijo:
–Te amo.
Matías guardó silencio, lo vio a los ojos, y le dijo:
–Te amo.
Y chocaron los dientes enfurecidamente, se mordían con delicadeza y luego con rudeza amatoria, trataron de fusionar sus cuerpos en uno solo, la explosión había comenzado ya. Sin separarse, sin dejar de besarse, se fueron a la habitación de Matías y ahí se quitaron el uno al otro la playera. Santiago se tomó un segundo, pasó las manos sobre los hombros de su amante, sobre sus pectorales, sobre su abdomen y llegó al pantalón. Se sentó en la cama, Matías estaba de pie, observando, pasando sus manos sobre el cabello de Santiago. Desabotonó el pantalón y bajó todo de un jalón, sin saber cómo ni qué hacer muy bien, tomó el sexo de Matías con una mano y luego cerró los ojos y se lo introdujo en la boca. Sentía el cuerpo de aquél temblar tanto como el suyo mismo. Había un sonido sordo en su cabeza, no podía pensar, estaba sudando y estaba jadeando. Matías se separó y lo empujó a la cama, le besó el cuello, le besó el pecho, le besó el abdomen; y cuando se disponía a desnudarlo, Santiago se acobardó.
–¡No!, ¡espera, espera, espera!
Matías se quedó sobre él, pegó su pubis al de Santiago, y le preguntó:
–¿Por qué?
–No puedo, no puedo, tengo pena, me avergüenza…
Matías lo besó para que guardara silencio y el otro respondió su beso y lucharon con la lengua para tratar de dominar a la lengua ajena.
–Santi, no tengas pena –dijo entre oleadas de placer que, sabía, Santiago también sentía–, tú eres perfecto, perfecto… –dijo bajando de nuevo, quitándole la ropa, haciendo lo mismo que Santiago había hecho con él. Santiago no podía pensar, sentía que todo le daba vueltas, sentía que todo se reducía a esa reducida zona de su cuerpo que, al mismo tiempo, sentía en todo su ser, sentía que no podía estar más feliz. Observó que Matías regresaba arriba, Santiago recorrió su espalda, recorrió todo y apretujó aquellos glúteos que siempre veía a escondidas y con culpabilidad pero que ya eran suyos, lo sabía muy bien. Matías con una mano se mantenía elevado y la otra la bajó para juntar los dos sexos y, los dos, sin otra cosa más que ver que el rostro invadido de sensaciones que jamás habían experimentado y que el uno al otro se estaban regalando; sintieron unirse sus almas en una sola. Una y otra vez.
Al día siguiente, despertaron acostados sobre sus costados, mirándose el uno al otro. Santiago recorrió su cuerpo con un dedo mientras Matías le sonreía. Estaban agotados, no durmieron en toda la noche, los gemidos que cada uno había emitido eran música para sus oídos. Al llegar debajo de nuevo, recorrió con los dedos los pastizales recortados de Matías, llegó al tronco, vio que cerraba los ojos y comenzaba a jadear y que Matías hacía lo mismo con él una vez más. Santiago, por primera vez en su vida, se sintió plenamente humano, completo, feliz, y pensó que sí, que la vida era hermosa, porque su vida era Matías.