
–No, mi pareja, Matías, a él sí le gustaba todo esto y me platicaba de estas cuestiones. Me encantaba escucharlo, se apasionaba de verdad, los ojos le brillaban, y de por sí le brillaban solitos y hablando de cosas que le gustaban… eran hermosos. Eran vida…
El gesto de Santi es serio, es penétrate, es extrañado, rememora, siente de nuevo, se resiente, es consciente con el recuerdo, la memoria, el pasado que vive en él. Luce tan lejano como el centro de la galaxia, e igual de enigmático. No parece ver al suelo, sino al cielo, y sus ojos brillan como si viera al amor de su vida, a Matías: con esa intensidad, esa profundidad, esa inexplicable razón de ser.
–Lo siento mucho –dice Julión.
Santiago parece salir de su trance y hace un gesto de aprobación.
–Gracias… es por eso que esto va a funcionar… va a funcionar…
Comienza a examinar la pequeña pirámide a detalle pero buscando algo, un fallo, algo diferente; ya no se pierde en su cabeza, sino que se concentra en lo que tiene en frente.
–Si debemos encontrar el cuerpo, necesitamos encontrarlo en algún lugar de aquí pero… cómo lo vamos a descubrir.
–¿Y si está dentro de la roca?
–No creo –le dice Umberto a Santiago–, más bien debajo.
–O en otro lado –dice Julión viendo a su rededor–, podría ser esto la parte ceremonial pero, quizá, el cuerpo está en otro lado pues querían distraer a quien pudiera venir a dañar al cuerpo.
–Pero –dice Umberto a Julión–, ¿por qué proteger a alguien así?
–Ya sabe –le dice Julión–, le ofreces un sacrificio a cambio de perdonar a los demás.
Santiago no puede ponerse el audífono por la lluvia, por lo que toma una hoja, la arranca del árbol y ahí envuelve el teléfono después de secarla lo más posible para llevarla cerca de su oreja. El intenso sonido de la lluvia que cae no lo deja escuchar bien pero algo será, porque nunca ha experimentado si con el ruido de la misma podría ayudarle; sabe que es con música, así que eso hace. Se pega la bocina a su oído y escucha… Undetected, unexpected, Wings of glory, Tell their story, Aviation, deviation, Undetected, Stealth perfected!… Santiago voltea a todos lados. La oscuridad se transforma en tinieblas por la lluvia que es un velo gris y pálido, plata como la luna que no alcanzan a ver. Arriba, escucha que le dicen. Voltea, y ve volando por el cielo, iluminado y vuelto sombra por el relámpago que surca los cielos encapotados en ese momento, un pájaro de un lado al otro.
–Esa hija de puta está aquí –informa Santiago a los otros dos, quienes se acercan entre sí, así como se acercan a Santiago.
–No se separen.
–Santi, sigue escuchando, yo me encargo de lo demás –Santiago sólo observa a Umberto de reojo sin entender exactamente a lo que se refiere, pero hace caso. Entre los tres se dan la espalda para así ver todo lo que suceda alrededor.
–Necesitamos encontrar el cuerpo de la hija de su puta madre –dice Julión entre dientes con una actitud fiera y un gesto casi furibundo, muy lejos de mostrar el más mínimo temor.
–Dale tiempo a mi muchacho.
–No lo digo por él, lo digo por todos. ¿Qué vamos a hacer? ¿La fuerza de Dios puede contra ella?
–La fuerza de Dios puede contra todos.
–Pues dile que te dé esa fuerza.
Aleteos es lo que escuchan, aleteos muy fuertes. Muy cerca. De no ser por la lluvia, verían las hojas barrerse en el suelo, el polvo elevarse, las hojas en los árboles moverse, asustadas. Se quedan estáticos, sólo mueven la cabeza. Si no ven nada, no hay por qué moverse. Si no saben a dónde moverse, no hay sentido en actuar. Santiago clava la vista al frente, la mirada al punto más lejano y oscuro. Las gotas de luz se iluminan fugazmente. Hay un arcoíris. Entrecierra los ojos y apaga la lámpara.
–¡No seas idiota! –Dice Julión pero Santiago lo ignora, no le importa.
Enfoca la mirada, la agudiza, la clava en el frente, en la oscuridad del frente. Otro relámpago surca los cielos e ilumina brevemente su haber, el de los tres. Todas las sombras son proyectadas asesinas, son todas malas y crueles. Son todas de terror. No escuchan nada más que el sonido de la lluvia, que suena como una poderosa batería. Eso le recuerda a Santi. Entonces, otra canción empieza. Belial, Behemoth, Beelzebub, Asmodeus, Satanas, Lucifer… relámpago… Y ve la enorme silueta, una silueta de tamaño humano apenas a un par de centímetros de su mismo rostro. Una sombra más grande porque le tiene miedo, una sombra como si un hombre se hubiera puesto una gran cobija sobre la cabeza y la dejara caer. Oscuridad pura. Relámpago. Ve su rostro de forma fugaz. No humana, oh, no lo es: su cabeza ovalada tanto como sus ojos pero estos casi perpendiculares al alargamiento de su misma cabeza. No tiene nariz, y tampoco es boca lo que tiene, sino un pico triangular color sangre. Sus ojos en la penumbra siguen brillando rojos como sangre coagulada putrefacta y muerta. Muerta. Es un gran búho.
Bajo tus pies, escucha que le dicen casi en susurro, como si no quisieran que se enterara la gran ave. Santiago susurra:
–En el nombre del Padre –Umberto voltea hacia él–, del Hijo–, enciende su lámpara y se proyecta en primer plano el ave que se desfigura: sus ojos se vuelven negros como sangre muy vieja y hecha costra, su pico de pájaro se vuelve una boca alargada con 3 colmillos puntiagudos y con facha de popotes alargados, su plumaje se desvanece y se vuelve una piel pálida y blanca del color del tuétano, de un hueso corroído, no tiene nariz–, y del Espíritu Santo…
–Amén –termina Umberto.
Con la daga de plata, Santiago se deja caer, deja que la gravedad haga acción en su cuerpo totalmente, justo porque no habría forma de ser más rápido, al mismo tiempo que una poderosísima luz se proyecta desde atrás. La luz del sol, de mil soles, blanca totalmente, enceguecedora; si un humano tratase de verla, se quedaría ciego y se volvería estatua de sal.
Santiago deja de escuchar ruido, todo sonido se ha desvanecido en una nota grave y sostenida a la eternidad, constante, siempre constante. Ve a su alrededor, puede hacerlo. Ve la criatura que sigue luciendo físicamente como ave, pero ahora es negra en su totalidad y tiene colmillos. Es la vampiresa, y la puede ver nítidamente por la luz que viene detrás de él, que sabe de dónde viene, pero no voltea porque sabe que no está listo. Como Umberto siempre le señaló, le indicó con gran hincapié y sería una estupidez traicionar la enseñanza de su maestro en este momento: hay cosas para las que no estamos preparados, por eso la divinidad no nos las concede. Ten cuidado, escucha en su propia mente, la voz de Umberto, no te adentres en aquello que no es para ti.
Las gotas están paralizadas, y la daga de plata se ha adentrado en la tierra pero sabe que apenas ha atravesado el pecho de la criatura. Está en el punto de la muerte, el punto de no retorno pero que aún no es definitivo. Hay tanta luz que parece ser de día. Todo se ha congelado donde está. Ha entrado en algún lado que no es el suyo. Este no es su mundo. Le cuesta ver la realidad así.
–Tan lenta, pero tan real –es una voz difícil, como la de un hombre fingiendo ser de mujer, pero sin duda alguna de mujer, una nota muy baja hecha por una soprano. La más baja posible dentro de la posibilidad de la voz hecha para las notas altas angelicales. Santiago controla el impulso de salir corriendo lo más rápido, de siquiera levantar la cabeza, no debe hacerlo. Trata de controlar su respiración pero sale temblorosa como si aguantara el llanto. Nunca había sentido tanto pánico. Le cuesta pensar, enfocarse, ver algo. Todo es un remolino en su cabeza, todo es un remolino a su alrededor, como si estuviera fuertemente bebido, todo da tantas vueltas y regresa a su lugar como giraría un pulsar en el espacio exterior. Todo es tan fugaz pero constante porque por la velocidad todo desaparece de su sitio pero regresa al mismo al instante. La realidad se vuelve una caricatura de esas que se mueven gracias al cambio rápido de página. Inicia y acaba una y otra vez, una y otra, una y otra, una y otra, una y otra…
–Tú eres ella –dice con voz aguda, de niño. Su voz es de cuando apenas había conocido a Matías, esa voz impúber y blanca. Su voz tierna; pero, en realidad, es sólo la perversión de la suya, como si a muy joven edad le hubieran cortado su tejido testicular y voz fuera un canto de perversión, en lugar de belleza; la belleza disfrazada de aversión.
–Y tú quieres hablar conmigo –le contesta. Al escucharla siente cómo se orina, no puede evitarlo, tiene un pavor que lo hace llorar, temblar, cagarse.
–¿Estás seguro que no me verás?
Sabe que si voltea arriba verá a la muerte, podría toparse con la muerte.
–¿Qué le pasó a Matías? –Pregunta acobardado como quien hablaría si tuvieran la boca del cañón en su cerebro.
Ve unos pies blancos y esqueléticos frente a él, en su campo de visión. Son tan horrendos que defeca aún más, son tan terribles que llora más desenfrenadamente, tiene el ceño en un paroxismo de terror inhumano, totalmente animal. Está a punto de perder la cordura.
Escucha la voz de ella en su oreja buena:
–Lo que lo llevó a la muerte fue la posesión. Él fue poseído por un ángel. Ahora, empuja esa daga, y enfrenta tu destino.
Santiago se aferra a la daga y empuja con todas sus fuerzas, lentamente todo recupera su movilidad, y de un momento a otro, se ve pecho tierra, una cubetada de sangre lo llena, la lluvia cae, y grita, grita sin control. Umberto trata de calmarlo pero Santiago se libera de él y se queda en la lluvia, se quita toda la ropa, la lava con la intensidad del agua que cae y así se queda respirando, tratando de aterrizar en la realidad. No puede pensar, no puede sentir, no puede respirar. Desnudo, da la media vuelta, a sabiendas que el agua mezclada con sangre aún cae de él y ve cómo Umberto y Julión desentierran el cuerpo de una muchacha perfectamente conservado a pesar de sus más que obvios cientos de años bajo tierra húmeda en este lugar.