
Ernesto Palma F.
La inteligencia emocional es la capacidad de reconocer y entender las emociones de uno mismo y las de los demás, y la capacidad de utilizar esa información para gestionar el comportamiento y las relaciones. La inteligencia emocional es ese «algo» que hay en cada uno de nosotros que es un poco intangible. Influye en nuestra forma de gestionar nuestro comportamiento, de sortear las complejidades sociales y de tomar decisiones personales que nos permitan obtener resultados positivos.
La inteligencia emocional utiliza o explota un elemento fundamental del comportamiento humano que es distinto de nuestro intelecto: el coeficiente emocional (CE). No hay ninguna conexión conocida entre el Coeficiente Intelectual (CI) y el Coeficiente Emocional (CE). No podemos predecir el CE de una persona partiendo de su nivel de inteligencia. La inteligencia cognitiva, o CI, no es flexible.
Nuestro CI, excepto en el caso de un evento traumático, como una lesión cerebral, viene determinado en el momento del nacimiento. No nos volvemos más listos aprendiendo cosas o adquiriendo informaciones nuevas. Nuestra inteligencia es nuestra capacidad de aprender, y es la misma a los quince, que a los cincuenta años. El CE, sin embargo, es una habilidad flexible que puede aprenderse. Si bien es cierto que algunas personas son, por naturaleza, más emocionalmente inteligentes que otras, es posible desarrollar un elevado CE aunque no se haya nacido con él. El CE constituye la base de una serie de aptitudes fundamentales; influye prácticamente en todo cuanto hacemos y decimos cada día.
El CE es tan importante para el éxito que es responsable del 58 por ciento del rendimiento en todo tipo de empleos. Es el indicador de rendimiento más importante en el trabajo y el impulsor más determinante del liderazgo y de la excelencia personal.
Independientemente del CE que tenga una persona, esta puede trabajar para mejorarlo, y si tiene un CE bajo puede llegar a igualar al de sus compañeros de trabajo. Una investigación llevada a cabo en la Escuela de Negocios de la Universidad de Queensland, en Australia, descubrió que las personas que tienen un CE y un rendimiento laboral bajo, son capaces de ponerse a la altura de aquellos compañeros que destacan en ambos; simplemente, deben trabajar para mejorar su CE. Hoy en día, si se quiere tener éxito profesional y sentirse realizado, hay que aprender a maximizar las aptitudes personales de CE, ya que sólo los que consiguen una combinación única de razón y emoción, logran los mejores resultados.
Si se quiere desarrollar un CE elevado es necesario comprometerse con un plan de inteligencia emocional que asegure la continuidad y perseverancia en los ejercicios destinados a crear nuevas rutas neuronales y por lo tanto a autogenerar profundos cambios en la arquitectura emocional.
Las habilidades de inteligencia emocional —como las emociones— se contagian. Esto significa que nuestras habilidades de CE dependen mucho de las personas y de las circunstancias que nos rodean. Cuanto más interactuamos con personas empáticas, más empáticos nos volvemos. Cuanto más tiempo pasamos con gente que habla abiertamente de las emociones, más capaces somos de identificar y comprender las emociones.
Esto es precisamente lo que hace que la inteligencia emocional sea una serie de habilidades que es posible aprender, y no sólo un rasgo inalterable con el que unos cuantos han tenido la suerte de nacer.
La «plasticidad» es el término que utilizan los neurólogos para describir la capacidad del cerebro para cambiar. El cerebro puede desarrollar nuevas conexiones del mismo modo que nuestros bíceps pueden desarrollarse si los ejercitamos varias veces por semana.
El cambio es gradual, y cuanto más practicamos nuestra rutina, más fácil nos resulta levantar pesas, por ejemplo. Sin embargo, el cerebro no puede desarrollarse visiblemente como los bíceps porque está limitado por el cráneo. Las neuronas desarrollan nuevas conexiones para acelerar la eficiencia del cerebro sin aumentar su tamaño. Si usted es de los que grita cuando se enfada, tendrá que aprender a elegir una reacción alternativa. Deberá practicar esa nueva reacción varias veces antes de que logre reemplazar su impulso. Pero cada vez que lo consiga, se reforzará el nuevo camino neuronal. Con el tiempo, la necesidad de gritar será tan débil que le resultará fácil ignorarla. Algunos estudios han evidenciado un cambio duradero en el CE más de seis años después de la adopción de nuevas aptitudes.
Hay un viejo proverbio chino que dice: «Dale a un hombre una caña de pescar, y pescará un pez a la semana. Enséñale qué cebo tiene que utilizar, y pescará un pez al día. Enséñale cómo y dónde tiene que pescar y podrá comer pescado toda su vida». La otra cara de este proverbio es que el hombre o la mujer sin caña, sin cebo y sin conocimiento de cómo y dónde tiene que pescar, corre un riesgo de hambruna. De forma parecida, quienes son emocionalmente ignorantes, que no tienen mucha idea de cómo y en qué medida las emociones afectan a su vida, tendrán muchos y obstáculos para alcanzar el éxito. Por el contrario, quienes utilicen las herramientas y las estrategias adecuadas para controlar sus emociones, estarán en mejores condiciones de alcanzar sus metas profesionales y personales. Lo mismo puede aplicarse a los individuos, las organizaciones e incluso a países enteros.
Las personas que aspiran a mejores estándares de calidad de vida requieren conocer y trabajar en mejorar su coeficiente emocional (CE). Es una tarea que exige tiempo, dedicación y esfuerzo, pero vale la pena por sus enormes beneficios en la salud y la satisfacción que otorga el éxito en todos los ámbitos de la vida.
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