
Dra. MarĆa Cozumel Butrón OlguĆn
El mismo dĆa que ocurrió la tragedia en la escuela primaria de Uvalde, Texas, MĆ©xico registraba el dĆa mĆ”s violento y el Secretario de Salud declaraba que la salud mental se atiende āde manera integral en la familiaā, para justificar la desaparición de los hospitales psiquiĆ”tricos, dejando en el abandono las polĆticas pĆŗblicas en materia de salud mental.
A esta triste y lamentable alineación de eventos, se suma el renovado debate en la Unión Americana, sobre el tema de la venta indiscriminada de armas, mientras el centro de la atención pĆŗblica se desplazaba a las discrepancias históricas sobre el acceso ilimitado a armas de alto poder, por parte de personas que podrĆan representar potencialmente un peligro para la sociedad norteamericana. En estos dĆas, polĆticos y gobernantes han expresado sus posturas coyunturales sobre la posibilidad de extremar la regulación del acceso al armamento, dejando de lado el verdadero centro del problema: la ausencia de polĆticas pĆŗblicas para brindar atención psico-emocional a los integrantes de las comunidades mĆ”s vulnerables.
MĆ”s lamentable aĆŗn, la situación en nuestro paĆs, en el que la violencia generalizada se ha asimilado como condición normal, se minimizan la expresiones de descomposición social al grado de considerarlas āherencia del pasado neoliberalā, āefectos colaterales de enfrentamientos entre delincuentesā, āexageraciones de la prensaā, ācomplots de los conservadoresā, y un lamentable etcĆ©tera. MĆ”s allĆ” de las lecturas polĆticas o ideológicas, ni siquiera los grupos de especialistas y menos aĆŗn los responsables del sector salud, han seƱalado la importancia de atender a la población en materia de salud emocional.
SerĆa mucho esperar que se asignaran recursos extraordinarios para desplegar una intensa campaƱa de salud mental y disponer de personal especializado en cada centro de salud, clĆnicas, hospitales de todos los niveles y escuelas, para que la población afectada por los efectos del confinamiento durante la pandemia y por la crisis económica, pudieran ser atendidos y ofrecer alternativas de salud mental que eviten eventos de violencia, suicidios, adicciones y conductas propias de la desesperación, la angustia y la frustración.
En este punto debemos resaltar la importancia de la sociedad civil organizada, que juega un papel fundamental, ya que su experiencia y conocimiento del tejido social, permitirĆa un mayor acercamiento con la población y facilitarĆa la coordinación de tareas entre los diferentes niveles de gobierno, para la implementación de los programas de salud emocional.
Por otra parte, es necesario que las autoridades educativas incorporen en los planes y programas de estudio de todos los niveles educativos, los aspectos relacionados con la educación emocional de niƱas, niƱos y adolescentes. Existe evidencia cientĆfica que demuestra la correlación del aprendizaje de habilidades socioemocionales y el mejoramiento de la salud mental y fĆsica de las y los alumnos, con efectos trascendentes en la disminución de conductas inapropiadas en los entornos escolares, familiares y sociales.
Salvador Ramos, el joven asesino de Uvalde, era ciudadano norteamericano, de ascendencia mexicana y radicado en una comunidad considerada como predominantemente latina. Era un joven aficionado a los videojuegos violentos, que padecĆa abandono de sus padres y era vulnerado en su entorno escolar.
La combinación idónea para desarrollar una mentalidad criminal y violenta. Nadie se percató de la evolución psicopatológica de Ramos. Hoy, las familias de las vĆctimas se centran en la actuación de la policĆa local, que pudo haber evitado la muerte de muchos niƱos. Lo cierto es que la tragedia sĆ pudo evitarse si se le hubiese brindado atención especializada a Salvador Ramos. Hoy es demasiado tarde para los 19 niƱos asesinados y sus familias, pero aĆŗn es tiempo de actuar para prevenir nuevos incidentes, tanto en escuelas de EUA como en nuestro paĆs.
La lamentable experiencia de Uvalde, nos lleva a reflexionar tambiĆ©n, sobre la necesidad de prestar atención a los migrantes mexicanos en territorio estadounidense. Sabemos que la economĆa de nuestro paĆs estĆ” sostenida por la enorme cantidad de recursos que ingresan como remesas enviadas por los trabajadores mexicanos que han emigrado a EUA. Sin embargo, poco o nada se hace por su bienestar psicológico y emocional, considerando las enormes dificultades que deben enfrentar cotidianamente para sobrevivir en el paĆs mĆ”s poderoso del planeta, con un idioma distinto y con enormes exigencias en materia laboral y cultural.
Finalmente, es verdad que las familias juegan un papel fundamental en la salud mental de la población, sin embargo el Estado mexicano no debe, ni puede renunciar a su responsabilidad para preservar la salud de todos los mexicanos, tanto fĆsica como emocional y debe disponer de los recursos que sean necesarios para asegurar que la niƱez y la juventud tengan acceso a la atención de especialistas, para fortalecer y desarrollar sus habilidades socioemocionales. Estamos a tiempo de formar nuevas generaciones de mexicanos que sean capaces de convivir en un marco de respeto y de ejercicio de los valores universales, en el que se erradique la violencia contra los sectores mĆ”s vulnerables, como son las niƱas y las mujeres.
Impulsemos desde nuestras Ć”reas de estudio y de trabajo, la necesidad de que se diseƱen y apliquen a la brevedad posible, polĆticas destinadas a la educación emocional de todos los mexicanos.