
Por: Ernesto Palma F.
Para tratar de entender qué sucede en países en los que sus gobernantes se apoderan del poder político y terminan arrastrando a la población hacia verdaderos desastres sociopolíticos, ampliamente documentados en los anales históricos de la humanidad, la neurociencia nos aproxima a una explicación que nos coloca en la ruta de prevenir y corregir la ruta hacia el colapso total. De acuerdo con estudios publicados por Kevin Dutton (Doctor en Psicología y miembro de la Royal Society of Medicine y la Society for the Scientific Study of Psychopathy e investigador en las universidades de Oxford y Cambridge) al cerebro humano lo pueden modificar en su estructura y sus funciones varios eventos sociales, entre ellos tener y ejercer el poder político.
Es muy común identificar que muchos personajes al ocupar un gran cargo político suelen convertirse en otras personas: su conducta se transforma, cambia su forma de pensar, de comportarse y de enfrentar sus problemas. La historia de la humanidad nos ha comprobado que mientras más poder e influencia se ostenta, los malos líderes o gobernantes muestran menos ética en sus actos y decisiones.
El poder genera erróneamente detección y evaluación de estímulos en el cerebro; por ejemplo, lleva a sobrestimar las capacidades de quien ostenta el poder, disminuyendo su autocrítica, al mismo tiempo que ignora los puntos de vista de otras personas, reduciendo el impacto negativo de sus errores y con la necesidad de aprobación de la gran mayoría de sus colaboradores cercanos. Si bien existen políticos que son la excepción, la mayoría de ellos explota la posibilidad de aprovechar el poder en su beneficio, anulando lo que consideran críticas mal elaboradas y cambiando su forma de comportamiento, sus conductas habituales y transgrediendo los frenos sociales que antes le habían funcionado.
Una conducta humana muy habitual es que al sentir un gran margen de independencia en su desempeño, la gran mayoría de los seres humanos se siente con mayor capacidad de decisión.
Son muchos los factores involucrados para que el poder provoque cambios en la conducta del líder; por ejemplo, tienen mucho que ver los primeros años de su infancia, las vicisitudes a las que se enfrentó, el contacto social que tuvo, además de los rasgos de personalidad de cada individuo, la opinión acerca de sí mismo y la situación política.
Es común ver que las capacidades y conductas positivas que tiene un político como luchador social o candidato, las pierda o las transforme cuando llega al poder. Un cerebro que ejerce poder político fisiológicamente disminuye sus filtros sociales.
Algunos factores biológicos involucrados indican que los cerebros de estos personajes expresan altos niveles de dopamina, adrenalina y testosterona; de esta manera, el común denominador de un líder hombre son: altos niveles neurotransmisores motivantes asociados a una hormona que masculiniza, lo cual favorece la expresión de un cerebro egoísta y agresivo. Estos cambios neuroquímicos impulsan conductas misóginas, ególatras, arrogantes, que gradualmente alejan al líder de los valores iniciales que el personaje solía tener y cuyo carisma lo llevó al poder.
En parte, esto explica porqué algunos varones son frecuentemente más malos políticos y tienen más historias de corrupción que las mujeres líderes. Los varones suelen perjudicar más con sus acciones a una población, ya que muestran una tendencia a la mitomanía; los políticos más destructivos son los que han actuado sin conciencia, los que a través del poder esconden sus prejuicios, traumas, pasiones, limitaciones y proyecciones sin fundamento.
El poder hace al cerebro más ávido a recompensas. Ésta es la base que fundamenta actos de corrupción; un lucro desensibiliza lo ganado, una mentira repetida varias veces quita el sentido moral de lo que se rompió.
La justificación que otorga la corteza prefrontal ante estas situaciones, puede llevar a actos graves de cinismo. Cada vez satisface menos lo obtenido y se pierden los frenos sociales. En estas condiciones, el cerebro empieza a perder control y aparecen algunos trastornos que incluso pueden ser visibles; la obsesión, paranoia, enojo constante, manipulación y posiciones irreconciliables son frecuentes cuando la situación social e histórica empeora.
El cerebro de un político con poder ilimitado pierde gradualmente la base de los escrúpulos. No expresa arrepentimiento, las normas sociales se desvanecen en sus actos.
¿Qué tiene en común la conducta de los cerebros de estos políticos?
1) Ocultan sus necesidades y ambiciones, critican crónicamente a líderes pasados que no pueden defenderse.
2) No hablan de su entorno social o familiar.
3) Explican parcialmente sus actos y los justifican cuando se sienten supervisados, observados o se encuentran bajo presión de una evaluación pública.
4) Procuran no dar detalles de sus decisiones, enarbolando posibles resultados, y minimizan las consecuencias.
5) Pueden llegar a ser violentos o caprichosos en sus círculos más cercanos, dejando en claro que ellos tienen la última decisión.
6) Su cerebro amenaza y manipula a quienes no lo adulan o representan una crítica constante hacia su trabajo o su persona.
7) Ante un conflicto o desavenencia, muestran conductas histriónicas: procurando victimizarse en la mayoría de las ocasiones.
8) Sobreestiman sus capacidades intelectuales, psicológicas, físicas o profesionales.
9) Son propensos a una doble moral.
10) Tienden a trastornos de la personalidad del tipo narcisista o a psicopatías, como la obsesión, neurosis y depresión.
El cerebro de los líderes políticos está expuesto a una gran cantidad de factores estresantes, lo cual incrementa de manera muy importante los niveles de cortisol, los predispone a un mayor desgaste y desequilibrio metabólico, y no sólo son más propensos a envejecer rápidamente, sino también a deteriorar su salud física y mental en tiempos más cortos.
El poder político y el liderazgo pueden modificar algunas redes neuronales en su activación, también los niveles de varias sustancias químicas en el cerebro, lo cual implica que el líder político debe ser consciente de estos cambios para utilizarlos a favor de la población y del país que representa. El cerebro de un líder, un gobernante o un político, debe ser consciente de su responsabilidad y de que la vida de muchas personas está directamente relacionada con el resultado de sus decisiones.
Las legislaciones fundamentales de países en riesgo de padecer gobiernos populistas y autoritarios, debieran contemplar mecanismos para remover a tiempo a los gobernantes cuya actuación pública y decisiones den señales de que su salud mental se encuentra afectada por el ejercicio ilimitado del poder político y por lo tanto se encuentran incapacitados para continuar en el cargo. Esto evitaría daños irreparables a la vida democrática, a la economía, al patrimonio, a la salud, a la educación, a la vida y a la seguridad de varias generaciones de sus habitantes.
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