
Por: Lorena González
Hace poco, una excompañera de trabajo me pidió de la forma más casual del mundo (cosa común entre colegas) mi apoyo para redactar la invitación a la despedida de solteros de una sobrina y su futuro esposo. Se encontraba un poco conflictuada por una simple y sencilla razón: los felices novios querían dinero, no regalos.
El problema era obvio, nos da pena pedir efectivo incluso a los más cercanos, aunque me parece una demanda bastante práctica y funcional para compensar el tremendo gasto que implica emparejarse durante y después del “sí, acepto”.
La solución la encontré en el viejo recurso de disfrazar el sablazo con emotividad, algo así como “puedes desearles éxito y buenos deseos con una aportación voluntaria el día del evento”. Claro, sobreentendiendo que la invitación la hace un tercero porque a los novios hay que protegerlos del qué dirán (guiño, guiño).
Resulta que a la novia le gustó el trabajo que hicimos -mi colega en diseño y yo en copy- ni cuenta se dio que fue cosa de tres mensajes instantáneos. Lo siguiente que supe fue que quería otro servicio, ahora sí con la formalidad de un cliente que llega por recomendación, la mejor publicidad por siempre.
La euforia de futura novia se le notaba en cada palabra. Amable, cordial y cercana me preguntó si podía hacer un discurso para que el padrino se sintiera seguro a la hora de la hora. Mi respuesta fue positiva ya que me ha tocado ser voz en off de una que otra madrina, la diferencia era que las novias anteriores nunca se enteraron de mis intervenciones.
Desde mi papel de redactora me pareció un proyecto lindo, podía ayudar a alguien a encontrar las palabras precisas para un momento inolvidable y con suerte sacar una que otra risa o lagrimita, según quisiera el susodicho.
Por otro lado, me puse a pensar en la exigencia de un evento así, la necesidad de que todo, absolutamente todo sea perfecto, la idealización de un momento que, si bien es un parteaguas, no ejemplifica al verdadero matrimonio, ese que se construye con el tiempo, las realidades, las distancias y las cercanías, fuera de una fiesta donde todo brilla y transpira emoción.
Confieso que sentí presión y compromiso con aquella chica preocupada por su padrino, su discurso y quién sabe cuántas cosas más. Debía hacer un buen trabajo porque ella sabía que detrás de cada palabra estaría yo, una desconocida que participaba nada más y nada menos que de su boda.
Me hizo recordar algo que a veces pongo en duda, mi labor tiene sentido y, a escondidas o no, puede significar la complicidad de dos amigos, la historia de un enlace y la sonrisa de una novia que logró ser perfecta ese día.
Lorena González es copywriter y editora en La Textería, agencia que fundó hace 5 años para marchantear letras, puntos y comas. Viaja cuando puede, abraza cuando la dejan y ama a su hijo ferozmente. IG y FB: @latexteriamx / latexteria.com.mx