
POR: GWENN-AELLE
Habían discutido. Fuerte pero en voz bajita, por los niños.
Fue un domingo, como tantas veces, parece que los domingos en familia propician las peleas. Habían ido a comer a casa de los suegros y había sido igual que siempre, cuñados y cuñadas destrozándose el uno al otro entre sonrisas melosas y zarpazos disfrazados de palmaditas en el hombro, suegra vigilando que todos coman su comida y alaben su comida y pidan la receta de su comida y suegro acaparando la conversación, llenando vasos y pasando botellas, que “el que no aguanta la bebida, no sirve”.
Y claro, al llegar a casa, después del silencio del coche en el que cada uno había rumiado sus desavenencias, la bronca había empezado.
Y claro, con eso de contener las voces, con eso de los excesos de comida y de bebida, con eso de la contención de emociones y de palabras fustigadoras durante toda la comida, pues se habían ido a la cama tensos, muy tensos.
Y entonces él que nunca había sido violento, la obligó
Y ella que nunca había sido sumisa, lo dejó violarla