Foto de Pawel Janiak en Unsplash

DE UN MUNDO RARO / Por Miguel Ángel Isidro

Los lamentables acontecimientos registrados a lo largo de este fin de semana en distintas ciudades de Jalisco, Guanajuato y Baja California, en donde grupos de civiles armados realizaron tiroteos, bloqueos de vialidades y quema de locales y vehículos, me remitió a un episodio vívido hace 12 años en la frontera tamaulipeca.

Era un frío viernes de noviembre. La mañana transcurría con normalidad, cuando aproximadamente a las 11 de la mañana, se registró un enfrentamiento armando  entre elementos de la marina y un convoy de camionetas con presuntos sicarios sobre el Boulevard Pedro Cárdenas, a la entrada del Fraccionamiento Victoria. 

En el lugar quedó abandonada una camioneta pick up cuyo piloto resultó muerto,  al parecer víctima del fuego cruzado entre marinos y sicarios.

En la ciudad se sabía desde hace varias semanas de un despliegue de fuerzas militares en búsqueda de lograr la captura de Antonio Esequiel Cárdenas Guillen, alias “Tony Tormenta”, jefe de plaza del Cártel del Golfo. Además de retenes de control en los principales accesos de la ciudad, durante varias noches el sueño de los matamorenses era perturbado por el tableteo de helicópteros militares efectuando vuelos rasantes con poderosas lámparas de rastreo, en su búsqueda frenética del afamado capo y su brazo armando, Los Escorpiones.

Eran los años de la infame “Guerra contra el Narco” del panista Felipe Calderón. En distintas ciudades tamaulipecas el patrullaje de tanquetas y vehículos artillados del Ejército y la Marina así como de la tristemente célebre Policía Federal Preventiva eran ya parte del paisaje cotidiano en zonas urbanas y caminos rurales.

Al filo del medio día se supo a través de las redes sociales que el civil fallecido durante el primer choque armado de ese viernes correspondía a Carlos Guajardo, reportero de nota roja del periódico Expreso, quien se encontraba cerca del lugar y se aproximó a tratar de efectuar una cobertura. Su arrojo le costó la vida. Pero ésa sería apenas la primera de las escaramuzas que tendrían lugar ese fatídico viernes 5 de noviembre de 2010.

A unos cuatro kilómetros del primer enfrentamiento, en pleno centro de la ciudad se encontraba un bar denominado La Quinta Avenida. La ubicación del establecimiento, a escasas dos cuadras de la plaza principal de la ciudad lo convertía en punto de reunión frecuente o fortuito de comerciantes y profesionistas de la zona: desde médicos o abogados que buscaban refugio tras su jornada de trabajo al calor de los whiskies y las cervezas o burócratas municipales que acudían al sitio más cercano para poder departir un rato y de paso checar en los televisores del lugar los encuentros deportivos de cada temporada: fútbol soccer, americano o beisbol.

Entre sus parroquianos frecuentes había algunos profesionistas jubilados, como “El Profe” Armando Garza, quien aparecía impecablemente vestido apenas abrían las puertas del lugar, pasadas las doce del día. Los dos cantineros de planta -un par de hermanos chiapanecos a los que los parroquianos apodaban como “Pituka y Petaka”- apenas veían llegar al maestro jubilado y ya sin preguntarle le destapaban su primera cerveza del día y le acercaban una pila de periódicos que eran parte de su ritual cotidiano: leer de cabo a rabo El Bravo de Matamoros, El Universal y El Norte. “No tengo mi día sin mis cucharadas de Catón”, decía sonriente “El Profe”.

Para las tres de la tarde, en la barra y las mesas de La Quinta Avenida se encontraban una docena de clientes. Algunos de ellos estacionaron sus autos en la parte posterior del local.

“Parece qué hay fiesta en el pueblo”, dijo sonriente al llegar el doctor Enrique Guerra, un gastroenterólogo que apenas cerraba el consultorio se sumaba a la barra de la Quinta Avenida. La frase del galeno se refería a un uso común entre la comunidad fronteriza: cuando se sabía de alguna balacera o bloqueo se mencionaba, a modo de clave, que había “fiesta” en tal o cual punto de la ciudad.

Poco antes de las cuatro de la tarde, se comenzó a escuchar en pleno centro de la ciudad un acelerado movimiento de vehículos. De repente, todo el perímetro del primer cuadro de la ciudad de Matamoros se encontraba bajo bloqueo de militares y marinos y casi con puntualidad inglesa, a las cuatro de la tarde comenzó una infernal balacera; disparos de varios calibres se escuchaban en la proximidad de las calles Quinta y Rayón, y alternadamente, en algunos puntos más lejanos.

“Por lo menos la pelotera nos agarró en el mejor lugar”, dijo alguno de los clientes del bar. “Hubiera estado de la chingada quedarme encerrado en mi casa o en la oficina”, remató, entre las risas nerviosas de los presentes.

Mientras que en la televisión algunos canales como Multimedios y Foro TV comenzaban a dar algunos escuetos reportes sobre los enfrentamientos en Matamoros, de repente, la electricidad fue suspendida. La señal de los teléfonos celulares y los radios Nextel (tan en boga en esos años) comenzó a ser irregular. Algunos clientes pidieron usar el teléfono del bar para reportarse en sus respectivos hogares. Los cantineros les confirmaron la mala noticia: nadie podía salir ni entrar al primer cuadro de Matamoros, ni siquiera a pie.

Ya menos relajados que al principio, los contertulios comenzaron a escuchar varias detonaciones bastante cerca del lugar. “Parece que están aventando granadas”, dijo alguno. De repente se oyó un estruendo seco. “No la chinguen, eso fue una bazuca”, aseguró “El Profe” Garza.

“Si quieren tomar algo, no hay problema, todos ustedes son clientes y podemos cobrarles cuando regrese la luz”, dijo el encargado del lugar. “No la chingues, compadre, para el susto lo menos que nos puedes dar es una ronda gratis”, respondió un agente aduanal al que todos conocían nada más por su apodo: “El Colorado”.

Desde el interior del bar se alcanzó a escuchar el tableteo de los helicópteros. “No mamen, están bajando marinos a rapel y vienen todos armados”, avisó uno de los cantineros chiapanecos, que alcanzaba a ver el exterior desde una pequeña ventana en la cocina. Parecía que la cosa iba para largo.

Poco a poco la luz del sol se fue apagando, pero aún continuaban los gritos y disparos en el exterior. A las nueve de la noche, sorpresivamente entraron por la puerta trasera del bar un par de marinos con chalecos antibalas, fusiles de asalto y con el rostro cubierto por pasamontañas.

“Tranquilos, señores, esto ya se acabó. Sabemos que son once personas las que están aquí adentro; permanezcan sentados y lejos de las ventanas y nosotros les indicaremos cuando sea seguro retirarse de este lugar”, dijo el que parecía estar al mando, con voz firme como de trueno.

Casi una hora más tarde, les permitieron a los clientes de La Quinta Avenida salir del bar poco a poco, en grupos de tres. A los que traían sus propios vehículos les permitieron salir por la calle Quinta en dirección al norte. La calle es de un solo sentido, pero la  vialidad seguía bloqueada a la altura de la calle Rayón, apenas media cuadra más adelante.

Al día siguiente Matamoros era el epicentro de las noticias a nivel nacional. En un enfrentamiento que se prolongó durante más de 8 horas, elementos de la Marina abatieron a “Tony Tormenta” y a cuatro de sus escoltas, quienes se guarecían en un local ubicado en pleno centro de la ciudad fronteriza, y que fungía como laboratorio de discos y películas piratas a la vez de búnker.

La estrategia del hermano de Osiel Cárdenas Guillén para evadir los operativos esa simple y hasta ese día le había resultado efectiva: apenas sus halcones detectaban algún convoy acercándose, sus sicarios se encargaban de armar tiroteos y bloqueos en distintos puntos de la ciudad, mientras que el capo era llevado por un solo vehículo hasta su escondite en la calle Rayón, donde era resguardado discretamente. Mientras “la fiesta” se armaba en distintos puntos de la plaza, el jefe de escondía a un par de cuadras de la Presidencia Municipal.

Al parecer los marinos lograron establecer cuál era la rutina a seguir y lograron coparlo en su escondite. Sin embargo varios grupos de sicarios con armas largas trataron de aproximarse al lugar para rescatar a su patrón, lo que ocasionó que el enfrentamiento se prolongara. El fuerte estruendo escuchado la tarde noche anterior fue producto de un bazucazo impactado en la fachada principal de los locales donde Cárdenas Guillén se ocultaba. El sitio parecía escenario de un atentado terrorista, como en las películas.

Y al igual que seguramente ocurrirá con los recientes episodios escenificados en Jalisco, Guanajuato y Baja California, la narrativa de los hechos se tejerá desde distintas ópticas.

Desde la parte oficial, lo ocurrido en Matamoros se trató de un operativo exitoso que culminó con el abatimiento de un “objetivo prioritario”.

Para los ciudadanos de a pie, fueron horas de terror e incertidumbre, acrecentada por la falta de información-intencionada o producto de la falta de planeación- por parte de las autoridades.

Para la familia del reportero Carlos Guajardo representó la pérdida de un hermano, padre y esposo.

Para algunos parroquianos de La Quinta Avenida el episodio quedó en un puñado de anécdotas: tras salir del lugar, “El Colorado” abordó su camioneta Ford Explorer hasta su hogar. A la mañana siguiente se dio cuenta que la unidad tenía dos impactos de bala en el techo y en interior encontró los restos de dos proyectiles. “No sé a quién cobrársela, si a los mañosos o a los marinos”, contaba en la barra del bar entre tragos de  Buchanan’s.

Al “Profe Armando” también le tocó su parte. De entrada, le costó un enorme trabajo convencer a su  esposa de la increíble historia de quedarse “atorado” en el bar; pero además, en la balacera resultó afectado un local de su propiedad que estaba equipando para rentarlo como lavandería. “No la chingues, compadrito, me lo dejaron hecho queso. Ni a quién reclamarle”, se quejaba.

Historias que se han vuelto parte de una lastimosa cotidianidad en nuestro México desde hace casi dos décadas.

Y lo que nos falta…

Twitter: @miguelisidro

SOUNDTRACK PARA LA LECTURA

Eulalio González “Piporro” (México) / “Agustín Jaime”

Alemán (México) / “Rucón”

Ritmo Peligroso (México) / “Hermana trampa”

La Santa Cecilia y Bunbury (Estados Unidos/ España) / “Tragos amargos”

Por miguelaisidro

Periodista independiente radicado en EEUU. Más de 25 años de trayectoria en medios escritos, electrónicos; actividades académicas y servicio público. Busco transformar la Era de la Información en la Era de los Ciudadanos; toda ayuda para éste propósito siempre será bienvenida....

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