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DE UN MUNDO RARO Por Miguel Ángel Isidro


Creo que la primera vez que caí en cuenta de una de las tendencias más recurrentes de nuestro folclore político nacional fue durante los albores del gobierno de Carlos Salinas de Gortari, cuando hacía mis pininos como reportero.

Recuerdo particularmente una gira presidencial por el lejano ejido de Huexca, municipio de Yecapixtla, Morelos. Eran las primeras ediciones de la llamada Semana Nacional de la Solidaridad. Debe haber sido por ahí de 1992. El traslado en autobús era azaroso; tomaba casi dos horas desde Cuernavaca, e incluía un largo tramo de terracería.

Enmedio de la nada, se había construido un escenario para un gran evento masivo en el que el Presidente de la República haría entrega de escrituras públicas a beneficiarios del Programa Nacional de Seguridad, y muy al estilo de aquellos tiempos —que no son muy distintos a los actuales— toda la maquinaria oficial se movilizaba para arropar la llegada del Primer Padrote de la Nación.

Tras más de dos horas de espera, la placidez de la mañana se interrumpió por el sonoro tableteo de tres helicópteros Hércules de la SEDENA, de los que descendieron el Presidente y su comitiva. Y entonces pude notar ese sutil detalle: toda la tropa de funcionarios, segundones y achichincles parecían ir uniformados con lo que era la usanza del régimen: pantalones de loneta o algodón color caqui o gris —de preferencia Dockers— mocasines de color café, camisa clara de algodón —ahí vi por primera vez esa usanza de lucir logotipos bordados de la dependencia de adscripción del usuario en el pecho—, y discretos relojes negros, tipo Casio en la muñeca.

Ya había tenido referencias de otros usos similares en sexenios anteriores: las guayaberas de Luis Echeverría, las camisas cazadoras de López Portillo; los trajes grises de Miguel de la Madrid. Y es curioso decirlo: en los círculos políticos el efecto imitación en la indumentaria tiende a ser usado como símbolo de aceptación o pertenencia, o incluso de superioridad hasta el resto de los mortales.

Todavía recuerdo el chiste comentado por algunos amigos abogados cuando uno de sus compañeros pasantes, tuvo que salir de emergencia de una ceremonia de graduación para asistir a un velorio en su pueblo natal, ubicado en el poblado morelense de Jonacatepec. El novel abogado llegó al funeral en pleno rosario, trajeado solemnemente a pesar del calor abrasante del verano sureño. Se hizo un breve silencio a su entrada, y antes de reanudarse los rezos se escuchó una voz entre los dolientes: “Pinche Genovevo, quién lo viera, hasta parece diputado del PRI…”

Durante el sexenio de Ernesto Zedillo no me pareció que se impusiera particularmente moda alguna, salvo aquella de cambiar los pesados anteojos de pasta o carey por unos ligeros y muy discretos lentes de acrílico sin marco. Me daba la impresión que hasta algunos funcionarios que no tenían problemas con la vista se mandaron a hacer los suyos, nomás por no desentonar con la moda sexenal.

Después llegaría Vicente Fox con su estilo desenfadado. Más que Presidente parecía ser el alcalde de un municipio rural, con sus botas de charol, sombrero estilo tejano y su característica hebilla con las tres letras de su apellido.

En aquel tiempo se dio la famosa “ola azul”, con la que el Partido Acción Nacional se vio favorecido con importantes triunfos en gobernaturas y alcaldías. Varios alcaldes panistas adoptaron el estilo pretendidamente ranchero de Fox y hasta llegué a ver a alguno portando hebillas con sus iniciales. Y ya entrados en el faroleo, muchos de sus achichincles portaban botas exóticas de todo tipo de pieles de alto costo: anaconda, tiburón, venado.

Durante el sexenio de Felipe Calderón no percibí particularmente alguna moda en especial en la indumentaria de los funcionarios, aunque si un obstinado y excesivo uso del color azul en todo tipo de obras y mobiliario urbano. En los municipios panistas era común ver guarniciones de banqueta, postes y hasta palacios municipales pintados de azul.

Y por ahí no faltó algún alcalde despistado que, emulando al michoacano, se aventó la puntada de uniformarse de policía, paramédico o hasta bombero, aún cuando los trajes les quedaran grandes.

Un detalle particular del mandato de Enrique Peña Nieto, desde su gestión como gobernador del Estado de México fue el uso de corbatas rojas cuando la ocasión reclamaba vestimenta formal, y de camisas de algodón del mismo color en modalidad “casual”. También fue en ese mandato en el que comenzó el uso de distintos tipos de chalecos entre alcaldes y funcionarios de distinto nivel: desde los de tipo fotógrafo (con diversas bolsas o compartimentos), hasta los llamados “Michelin”, de material sintético acolchado, que dan la impresión de estar inflados.

Durante el gobierno de Andrés Manuel López Obrador, más que una tendencia a imitar el estilo de vestir del mandatario (que normalmente es muy discreto, hay que decirlo), entre sus huestes se multiplicó el uso del chaleco guinda, muy al estilo del uniforme de los llamados “Servidores de la Nación”. En algunos eventos resulta difícil distinguir cuáles chalecos o camisas pertenecen a alguna dependencia del gobierno federal y cuáles al partido en el poder (Morena), pero para el caso pareciera dar lo mismo. De repente me da la impresión que algunos personajes deben tener atuendos de doble vista que simplemente invierten dependiendo de la ocasión: de lo que se trata es de estar a tono con la cargada, sobre todo en estos tiempos de furor por el baile de las corcholatas.

Recuerdo también que en algunos estados se dan usos de atuendo muy particulares. En mis tiempos como reportero en Tamaulipas me tocó ver cómo todo el ejército burocrático pasó de las corbatas verdes, que fue la moda impuesta por el entonces gobernador Eugenio Hernández Flores, por las corbatas anaranjadas de su sucesor Egidio Torre Cantú, quien adoptó dicho color en homenaje a su hermano, el malogrado candidato priísta Rodolfo Torre Cantú, quien recurrentemente usaba dicho color para hacer patente su afición al equipo local: los Correcaminos de Ciudad Victoria.

En el siguiente sexenio el panista Francisco Javier García Cabeza de Vaca impuso su propia moda: camisas y sombreros con su monograma personal, consistente en una cabeza de vacuno al estilo del emblema del equipo de los Cuernos Largos de Texas. Habrá que ver si le permiten hacerle el bordado correspondiente al informe que le habrán de asignar en el remoto caso de que la justicia, mexicana o norteamericana logren echarle el guante.

Modas van, sexenios vienen, pero en el fondo, nuestra anquilosada fauna política sigue poniendo en evidencia una de sus más notorias debilidades: el culto a la personalidad y el entronizamiento de la figura del patrón o patrona en turno.

¿Qué esperpentos de la moda nos depara la sucesión en 2024?

Honestamente, no lo sé. Y tampoco sé si quisiera saberlo…

Twitter: @miguelisidro

SOUNDTRACK PARA LA LECTURA:

Ricky Luis
(México)
“Los trajeados”

Maldita Vecindad y los Hijos del Quinto Patio
(México)
“Apariencias”

Fenómeno Fuzz
(México)
“Beach boy”

Los Huracanes del Norte
(México)
“El ranchero chido”

Por miguelaisidro

Periodista independiente radicado en EEUU. Más de 25 años de trayectoria en medios escritos, electrónicos; actividades académicas y servicio público. Busco transformar la Era de la Información en la Era de los Ciudadanos; toda ayuda para éste propósito siempre será bienvenida....

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