Por Oscar Daniel Araiza Lona

En Tierra otoñal todo es anaranjado.

Cada día es como el anterior. Podría decirse que no amanece, que no anochece; sino que existe un ocaso eterno. Los árboles resguardan voces del pasado; al caminar junto a ellos puedes escuchar cuchicheos, risas, lamentos y pasionales cánticos que resuenan como ecos.

El andar en Tierra otoñal es un deleite. Los senderos conservan un poco de terracería que alimenta la paleta de colores ocre que sugiere el espectáculo visual cotidiano. Casi no hay lugar para venas urbanas de asfalto ni colosos de acero y hormigón.

Huele un poco a hierba: puedes captar su aroma si te detienes cerca de algún remanso del río que corre a mi derecha. Si sigues más allá de donde se desvía el arroyo y continúas de frente hacia las parcelas cubiertas con los restos de la cosecha, puedes percibir un atisbo a tierra seca.

Habitualmente no es cálido, ni tampoco frío. Pero no necesitas suéter ni chal. Aunque siempre se antoja un cafecito.

Hay un camino que te saca de Tierra otoñal y le lleva al pueblo de Todas las casas.

Es el más largo, aquel que al final tiene un pedacito de fría banqueta. No es difícil seguirlo. Si vas de frente al sol, te calentará lo suficiente, pero no te abrasará ni te cegará. Sólo te indicará la ruta a seguir para llegar a un entrañable recuerdo. Pero si no puedes ver, confía en el maíz.

De cuando en cuando puedes cruzarte en el camino que los zanates tienen trazado para ir de un lado a otro de la vía de terracería, que, de hecho, es todo. Sin embargo, debes saber que, si escuchas con demasiada atención a los zanates, estos te pueden confundir y hacer creer que son voces de tus personas queridas. Sigue el aroma de los tamalitos si el oído te traiciona. 

Si vas al pueblo de Todas las casas, que tu andar sea calmo; hacia donde sea que vayas. No corras. Tienes suficiente tiempo.

Recuerda que si ya llegaste a donde hay asfalto, es seguro que estés cerca.

Si tienes la fortuna de pasar a lado de una casa con una estufita prendida, puedes regocijarte con el aroma calientito de las tortillas. Puede oler a café de olla o a un molito sabroso. Puedes seguir el dulzón aroma del floripondio que hay en algunas jardineras que, se mezcla muy bien entre todos los demás, pero puede hacer que te extravíes en el camino.

Cuando llegues al pueblo de Todas las casas, no olvides que no debes entrar a donde no te llaman. Si no sabes dónde es, no te olvides de los pétalos del sol que han cortado para ti y de la esencia de tus tamalitos. Los vientos venideros te harán saber dónde es.

El calor que sientes al llegar lo debes guardar muy bien, porque te hará falta al regreso. Es para resguardarte del frío que a veces se cuela entre las arboledas distribuidas en este o este lado del camino.

No corras, ya te lo he dicho. Ahora anda. Llévate a mi perro, se llama Xolo. Te aseguro buena compañía. Seguro sabe por dónde ir.

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