
DE UN MUNDO RARO / Por Miguel Ángel Isidro
Para cuando usted lea estas líneas, ya habrá tenido lugar la autoproclamada “marcha en defensa del INE”, convocada por distintos frentes opositores en rechazo a la iniciativa de reforma electoral propuesta por el presidente Andrés Manuel López Obrador.
Sin necesidad de ser pitoniso ni recurrir a las artes adivinatorias, es de anticiparse que en los siguientes días se generarán información sobre opiniones en dos claros sentidos; por un lado, de parte de quienes magnificarán la asistencia a dicha movilización y sus presuntos alcances; y en el sentido opuesto, quienes cuestionarán la capacidad de convocatoria de los organizadores y la legitimidad de sus intenciones al oponerse a la iniciativa presidencial.
Sea cual sea la corriente de opinión donde usted se ubique, podemos señalar que todos los mexicanos aspiramos a que nuestro sistema electoral sea confiable y a la vez, que o se gaste tanto dinero en organismos y procesos electorales.
Sin embargo, el clima de polarización que se vive en México ha desviado la discusión de su punto neurálgico, y algunos han tratado de poner el rechazo a la iniciativa presidencial de reforma política en el mismo costal que un presunto repudio generalizado a la presente administración federal. Pero de igual manera, el presidente López Obrador y sus seguidores han optado por la circunscribir cualquier crítica a sus propuestas en el ámbito de la ya cada vez más desgastada cantaleta del pleito entre “liberales y conservadores”.
Viéndolo en términos llanos, el debate va más allá del propio Instituto Nacional Electoral (INE) y lo que representa.pero también hay que advertirlo: ninguna reforma política será efectiva si no se da un avance sustancial en materia de transparencia gubernamental.
No importa qué partido gobierne; bajo distintos mecanismos hemos visto que el dinero público continúa llegando por vías poco claras al sistema electoral; más allá de las prerrogativas, los distintos partidos han encontrado mecanismos para extraer recursos del erario para canalizarlos a sus campañas y candidatos.
No importa si es a través de empresas factureras, diezmos arrancados a las nóminas oficiales, comisiones cobradas en efectivo o en especie a empresas beneficiarias de provedurías, obras o contratos públicos; o bien a través de burdos sobres de papel manila convertidos en “aportaciones”, la realidad es que la triangulación y desvío de recursos públicos continúa siendo el principal cáncer que carcome la credibilidad de nuestro sistema político.
La eventual elección de consejeros y magistrados a través de votación abierta podría ser un mecanismo ideal para romper el cerrado círculo en el que una pequeña cúpula de tecnócratas y académicos con filiaciones políticas claramente identificadas han encontrado la forma de hacer de los órganos electorales su coto de territorio y mando, pero por otro lado, ¿quién garantiza la viabilidad de ese nuevo modelo? ¿Quiénes van a organizar, vigilar y contar esos votos? ¿Cómo garantizar que los partidos no se entrometan en ese proceso?
La aún inmadura democracia mexicana requiere de la construcción de un servicio profesional de carrera, más allá de la pretendida “popularidad” de algunos cuadros que podrían tener mucho arraigo entre el electorado, pero poco conocimiento y experiencia en un terreno tan complejo como es la materia electoral. Lo ideal sería que en los órganos electorales no sólo estuvieran representadas distintas corrientes políticas, sino que se constituyan instituciones con un perfil verdaderamente multidisciplinario que permita afrontar con mayor claridad las múltiples necesidades que implica un proceso electoral.
No sólo el INE debe ser “tocado”; México requiere de una profunda reingeniería de sus instituciones públicas, para que tanto en el terreno legal como el operativo brinden un servicio transparente y de calidad en beneficio de la ciudadanía.
El problema es que para alcanzar tan noble aspiración, se requiere de un periodo de tiempo mayor al que le resta a la presente administración sexenal, que de manera anticipada y evidentemente innecesaria se enfrenta ya sudando las calenturas de la sucesión presidencial.
Por supuesto que al Presidente López Obrador le asiste el derecho político, legal y ciudadano de proponer una reforma política congruente con los principios de su autoproclamada Cuarta Transformación, pero la constitución de un nuevo andamiaje electoral requiere del concurso de todas las fuerzas políticas, independientemente de su filiación ideológica y del tamaño de sus militancias.
No hay democracia perfecta. Desde las épocas de la Revolución Francesa Voltaire sostenía que el Estado tiene la obligación de respetar la diversidad de opiniones y proveer a todos los ciudadanos los derechos de libertad, vida y propiedad. Pero se debe entender que el debate va más allá del INE o de lo que ganen o dejen de ganar sus consejeros: se trata también de recuperar la credibilidad del Estado como depositario de las mejores causas en beneficio del interés colectivo. Pero ése concepto no se puede concebir desde una mentalidad obsesionada por la importancia de cuántas plazas, avenidas o zócalos se deben llenar.
Ya en su gestión como Jefe de Gobierno del entonces todavía Distrito Federal, López Obrador cometió un error táctico al desdeñar las movilizaciones ciudadanas que exigían mejoras en materia de seguridad pública.
En el momento actual, el Presidente tiene en sus manos la oportunidad de conciliar los intereses de las distintas fuerzas políticas para lograr una reforma electoral de pleno consenso, pero al parecer prefiere llevar el debate al callejón de los codazos y los puntapiés entre sus seguidores y sus contrarios.
Ahora el balón entrará a la cancha del Poder Legislativo. Ya veremos hasta dónde se estira la liga.
Por lo pronto, pareciera que tanto para “progresistas” como para los “conservadores”, la democracia es ya lo de menos. Todos han caído en trance ante el batir de los tambores de la danza sucesoria.
La historia los juzgará.
Twitter: @miguelisidro
SOUNDTRACK PARA LA LECTURA
Kaiser Chiefs
(Inglaterra)
“I predict a riot”
Duran Dura
(Inglaterra)
“Meet El Presidente”
Los Violarores
(Argentina)
“Más allá del bien y del mal”
Todos tus muertos
(Argentina)
“Políticos”