El problema de tomarse el futbol tan en serio viene de no tomarse el futbol tan en serio. La frustración de la afición mexicana por no ver a su selección entre la élite de este deporte es comprensible, y es que el contexto de México en la atmósfera futbolística no tiene paragón. Todo el mundo sabe quién es México en la historia de este deporte, pero no por sus logros.
México es, después de Brasil, el país con más participaciones en un mundial; es el único país con dos mercados igual de poderosos a nivel afición y a nivel consumo, más de 100 millones de seguidores entre México y territorio estadunidense; fue el primer país en albergar dos mundiales, ahora será el primero en hacerlo tres veces; solo México puede contar que en su cancha más emblemática se coronaron Pelé y Maradona; en los últimos 8 mundiales, México es el país que más afición lleva a las justas mundialistas, al grado de que no hay partido en un mundial en el que no se vea una bandera mexicana; también México es uno de los países que mejor paga a los jugadores de su liga local; ¡México es la selección que más camisetas vende en el mundo! Por todo esto hay razones para comprender que en México el futbol se tome tan en serio.
Sin embargo, al mismo tiempo, el futbol no se toma en serio.
En México el futbol no le pertenece a clubes deportivos o asociaciones. La liga le pertenece a corporaciones y grupos de empresarios que un día compran un equipo y al día siguiente le cambian el nombre y lo cambian de ciudad; le pertenece a oligarcas que se adueñan de dos o tres equipos de futbol manejados a su conveniencia financiera como quien juega Turista o Monopoly cualquier tarde; inventan o cambian reglas cada seis meses para protegerse entre sí y cínicamente denominan acuerdos como el “pacto de caballeros” para impedir que los jugadores se contraten con quien mejor le convenga. El control de la Selección Nacional se reparte equitativamente entre las dos poderosas televisoras del país a los ojos de todos: una como administradora de lo que pase a nivel de cancha y la otra de lo que pase a nivel financiero.
El golpe de quedar por primera vez en cuarenta años en la primera fase del mundial ha roto el soso ciclo en el que se enfrascó México durante los últimos ocho mundiales, el de superar el tercer partido para caer en el cuarto de manera épica, siempre con la sensación de que se pudo hacer más, siempre con la esperanza de que un gran técnico o un gran jugador se convierta en el héroe que logre por sus virtudes lo que otros no pudieron.
Esta vez, el Ángel de la Independencia se preguntará por qué no llegó nadie a festejar como ha ocurrido por lo menos una vez cada cuatro años.
Ahora se trata de echar culpas, anquilosada forma de pensar cuando las cosas no salen bien. El director técnico, sobre todo, se somete al juicio sumario, conocedor e intenso de prensa y afición. Einstein decía que “Locura es hacer lo mismo una y otra vez esperando obtener resultados diferentes”. Si 36 años el resultado es exactamente el mismo es porque todo se ha hecho igual, el entrenador es lo de menos. Es decir, fueron unos locos.
Cómo quisiera Senegal, Marruecos, Corea o Australia tener la mitad de los recursos con los que cuenta México. La misma Argentina o Uruguay, que ya son potencia, desearían contar con esos presupuestos o infraestructura.
De tal que es muy comprensible que la afición de México espere más del deporte que ama, solo que obtener más significa planear más, trabajar más y ejecutar mejor. Obtener otras cosas significa cambiar el cómo se hacen las cosas.
Tomarse el futbol tan en serio conlleva tomárselo en serio de verdad.