Les fantômes c’est un peu ça
C’est la douleur du manque(1)
Serie « Balthasar »

                                                                                                                  

Ana no sabía.

 Cuando compró su refrigerador, nadie le comentó que era especial. Lo compró porque estaba bonito, tenía buenas repisas, congelador vertical, puertas brillosas, ahorro de energía y buen precio. Fue todo un lío meterlo a su cocina porque el espacio era casi más chico que el refrigerador en sí, pero valía la pena. Se fue dando cuenta de que llenaba muchísimo más que sus necesidades básicas. Ciertas cosas, como  los jitomates, los pepinos o el jamón desaparecían muy rápido pero otras duraban y duraban y duraban. Poco a poco en casa surgió la idea de que se trataba de un refrigerador mágico: las repisas del plástico especial que traen los refris eran frías pero no heladas y permitían que la vida siguiera en ellas y las puertas mantenían líquidos embotellados tan frescos que parecían venidos directamente de algún río o viñedo.  

Para prueba estos botones: un manojo de cebollitas de cambray de las que tienen un tallo verde largo largo largo y una botella de champaña de vidrio oscuro y etiqueta elegante. 

Esas cebollas se habían comprado de manera completamente normal para usarlas en el asador algún domingo, –de preferencia el domingo más cercano a la compra–, venían de un mercado normal, de un puesto normal, tenían tallos verdes normales y olían a cebolla normal. No había tampoco nada especial en esa champaña se había comprado en una tienda normal, pagando un precio normal y había llegado a casa en una bolsa normal y luego se había guardado el refrigerador, de manera… normal.

Las cebollas nunca se usaron, la champaña nunca se bebió, por lo menos al día de hoy no se han usado y no se ha bebido.

El tallo verde de las cebollitas es claro que se fue enrollando sobre sí mismo y fue tomando un color  marrón, se secó un poquito, los bulbos perdieron un poco de su jugosidad, la etiqueta de la botella de champaña está un poco sucia, un poco rasgada en una esquina, pero ahí siguen. 

Me dirás que eso no tiene nada extraordinario, será que no te ha tocado –igual que a mí– sacar del refri alguna verdura ya que se te olvidó y que no aguantó tanto o que no te ha tocado –igual que a mí– sacar el jamón que se puso como baboso y que francamente no sirve ya ni para los perros. Lo que tienen de especial estas cebollas y esta champaña es que llevan año y medio guardados: las cebollas están retoñando y el vidrio de la botella del champaña vibra un poquitito cuando la mueves de lugar, suben las burbujas buscando escape.

Víctor murió a los dos días.

La comida del asador nunca llegó, la ocasión para tomar esa champaña tampoco. Ana dice que parecen ser inmortales. Yo que lo miro todo desde  fuera sigo pensando en lo mágico del refrigerador.  Las cebollitas y las burbujas son especiales, sí, porque son de esas cosas que guardas después de que alguien muere, como el suéter café, el par de huaraches, un libro, cosas, muchas cosas, sólo cosas.  Pero éstas son más especiales porque deberían de haber muerto tal vez no el día en que se canceló lo del asador, pero deberían de haberse podrido las cebollas, deberían de ser sólo cáscara negra, y la champaña, pues la champaña ya no debería de burbujear.

No sé si el asador se ha vuelto a usar, sólo sé que se ha vuelto a festejar en esa casa, pero más con refresco que con alcohol, aunque sí hubo una gran fiesta de conmemoración con mucha cerveza de muchas marcas diferentes para el primer aniversario de la muerte de Víctor, amante y conocedor de las chelas. 

Sí, hay ciertas cosas que no tocamos después de que alguien muere y que se quedan acumulando polvo, acumulando tristezas, acumulando también sonrisas porque después de un rato los recuerdos son buenos, ya no lloras tanto, ríes un poco cuando hablas de tu muerto, de tu fantasma. 

Esas cebollas y esa botella no sé cuánto tiempo se vayan a quedar en el refri mágico porque se necesita un pinche valor para agarrarlas y sacarlas y ¿luego sacarlas a dónde? ¿al jardín?  Tal vez las cebollas puedan crecer, pero ¿luego qué, crecen y te comes a los bebés-cebolla sin llorar? ¿Y el champaña qué, lo abres y el corcho no hace puf sólo hace plop? ¿Te quieres arriesgar en serio a ver qué pasa? Y, obvio, claro, evidentemente, al basurero no pueden ir, no son basura, son un poco Víctor, son un poco Ana. 

 Y entonces el refri definitivamente tiene que ser mágico para que poco a poco estas repisas se acostumbren a ser el suelo amoroso que recibe la simiente de esas cebollas y que se transforme  en enredadera, suba, complete y acaricie la botella, porque la botella, pues sí, tiene que quedar arriba, está llena de burbujas y entonces flota, sencillamente. 

Y la vida tiene que ser mágica para que Ana sin olvidar a Víctor pueda seguir creciendo también como enredadera también acariciando y también flotando.

1 “Los fantasmas con algo parecido
Son el dolor de la ausencia”
Traducción muy aproximativa.

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