AGLAIA BERLUTTI / OUROBOROS
La escritora Rachel de Queiroz, era una mujer amable. Ella misma insistÃa que su manera de ver el mundo era a través de cierta ternura insondable. Desde sus inicios, de Queiroz asumió la literatura como un tránsito entre ese secreto a dos voces que es la mirada del escritor hacia el mundo que le rodea y el diálogo Ãntimo, imposible de clasificar y, sobre todo, definir a primera vista. Esa complejidad latente, que se desdibuja bajo una visión de lo cotidiano casi idÃlica. Tal vez adquirida desde el dolor —la escritora tuvo una vida complicada y durÃsima— o quizás, comprendida a través de décadas de utilizar la palabra como reflejo de la realidad que se sugiere y suele pasar desapercibida.
De Queiroz nació en Fortaleza (Brasil) en 17 de noviembre de 1910 y se trasladó a RÃo de Janeiro huyendo de la sequÃa y el hambre. De ese tránsito traumático, la autora recordó durante toda su vida el miedo perenne, la sensación de encontrarse en mitad de una lucha a ciegas contra un destino aciago. En una de sus escasas entrevistas, recordó que «llegar a RÃo de Janeiro fue contemplar otra dimensión del mundo de pequeños dolores en el que habÃa vivido hasta entonces». Esa percepción sobre el descubrimiento —de sà misma y el entorno— fue uno de los elementos más reconocibles en su obra y más allá de eso, en su necesidad de concebir su capacidad literaria como un recorrido Ãntimo. Una ternura amable y profunda sobre su propia identidad.
Tal vez por ese motivo, la vida de la escritora sea un caleidoscopio de estilos y búsquedas a través de la página y la palabra: en diferentes momentos de su vida. De Queiroz se dedicó al periodismo, la enseñanza, el teatro y la polÃtica. Una especie de tránsito de conciencia más parecido a una novela —una de las suyas, para más inri— que a la lenta biografÃa que podrÃa suponer podrÃa tener una autora de su importancia. En su natal Brasil, de Queiroz no es sólo famosa, sino también un icono reivindicativo. A través de las décadas su obra y sobre todo su influencia sobre la percepción de la literatura escrita por mujeres en un paÃs de acendrado machismo, le ha brindado un lugar perdurable en la historia artÃstica de su paÃs. Y más allá de eso, una voz elocuente sobre lo que significa la expresión literaria que debe enfrentarse a la discriminación y a la segregación que intenta aplastarla.
La escritora escribió su primera novela a los 19 años, mientras sufrÃa de una gravÃsima y misteriosa enfermedad que los médicos de la época confundieron con una tuberculosis mortal. Durante los meses de postración y aislamiento, de Queiroz escribió hasta la extenuación, a menudo en medio de violentos cuadros febriles que la autora describió como «dolorosos hasta la extenuación». El resultado fue una crónica durÃsima sobre la crudeza de su tierra natal, escrita con una distancia objetiva sorprendente para su edad.
Con O quince, la jovencÃsima escritora no sólo luchó contra sus propios demonios, sino que, además, analizó la visión sobre la pobreza y la violencia social de un Brasil desigual y durante casi un año, luchó por hacerla llegar a un editor sin lograrlo. Mujer, muy joven, un relato duro y crudo sobre el paÃs real que nadie querÃa mirar: de Queiroz tuvo que batallar contra esa percepción limitadÃsima sobre la literatura femenina en Brasil… y perdió.
Pero la escritora no se dio por vencida y con una tenacidad que serÃa quizás el elemento más reconocible de su obra en el futuro, siguió insistiendo. Por último, sus padres costearon la publicación del libro, luego de sorprenderse por el poder y la madurez emocional de la obra de su hija. El esfuerzo rindió sus frutos casi de inmediato: la primera edición de apenas cien ejemplares de O quince se convirtió en la revelación del año en Brasil.
Su calidad literaria sorprendió a crÃticos y público. De pronto, de Queiroz se convirtió no sólo en una prometedora escritora, sino que también, en sÃmbolo de una realidad oculta y vergonzosa. Años después, el mundo literario de su paÃs reconocerÃa a O quince como una obra que marcó un antes y un después en la manera de contar al Brasil de la provincia, que, hasta entonces, nadie habÃa querido mirar y relatar.
Aunque fue reconocida periodista —como la mayorÃa de los escritores brasileños— de Queiroz fue, ante todo, una cronista de enorme talento para retratar las escenas y circunstancias que identifican al Brasil de su época. Durante buena parte de su vida conjugó la prensa y la literatura en un cuidadoso equilibrio que le permitió explorar ambos géneros a profundidad. Como escritora siempre en evolución, de Queiroz no se conformó y mucho menos se detuvo en la mirada oblicua del escritor sobre la realidad y sus dolores, sino que además profundizó y elaboró una cuidadosa mirada sobre la capacidad de la palabra para actuar como espejo —reflejo— del sufrimiento colectivo.
Fue esa insistencia, esa apasionada defensa de la escritura como medio de lucha, lo que convirtió la obra de la autora en trascendental no sólo para el momento cultural en que nació sino para la historia de las letras de un paÃs marcado por un gravÃsimo sesgo discriminatorio.
En 1977, de Queiroz se convirtió en la primera mujer en entrar en la academia brasileña, rompiendo una tradición de casi sesenta años de exclusivo dominio masculino. No obstante, en su discurso de agradecimiento no tuvo palabras para resaltar su logro o para hacer otra cosa que insistir en su visión sobre Brasil: «La pobreza es una cicatriz que se oculta en medio de playas radiantes y una belleza salvaje», leyó ante un público incómodo que le escuchó entre murmullos y carraspeos. Para de Queiroz, narrar a Brasil era algo más que sus maravillosas descripciones sobre el dolor social a cuestas: HabÃa algo más profundo, elemental y perdurable en su concepción de Brasil como paÃs, identidad y herencia.
De Queiroz siguió escribiendo hasta los últimos años de su vida y con la misma calidad de su juventud: No resulta sorprendente que la que se considera su mejor novela —la más madura y perfecta— haya sido escrita a los ochenta y dos años. Memorial de Maria Moura no sólo es una conclusión a la vida de una escritora obsesionada con lo social y con la necesidad de mirar la verdad desde su sencilla crudeza sino también, con esa profunda convicción social que marcó la vida de la escritora. Hija de un juez de provincias y consciente del peso de la escritura como puerta hacia la comprensión de la realidad brasileña, de Queiroz siempre insistió en la capacidad liberadora de la literatura. De la necesidad de contemplar el paÃs a través de esa mezcla de pureza regeneradora de sus crónicas y también, esa firme convicción suya sobre la necesidad de la justicia social.
También desde esa dimensión colectivista y polÃtica, de Queiroz se enfrentó a lo establecido. Ayudó a fundar el Partido Comunista de Ceará —su pueblo natal— en una época en las que las mujeres no tenÃan voz ni presencia consistente en el poder. De inmediato, fue estigmatizada como «agitadora» por la policÃa de Pernambuco y pasó más de una década, perseguida de cerca por los diferentes gobiernos. No obstante, incluso su relación con la ideologÃa socialista también fue compleja y dura, como si de Queiroz no encajara en ningún lugar de las fuerzas polÃticas tradicionales. Luego de un fuerte debate, su novela João Miguel fue censurada y prohibida por sus compañeros del partido comunista, lo que provocó que se pasara al bando trotskistas. La incandescencia polÃtica la siguió a todas partes: sus obras fueron quemadas junto a las del escritor Jorge Amado —y curiosamente por las mismas razones, a pesar de sus diferencias estructurales— y luego, terminó detenida durante tres meses debido a su largo historial de luchas callejeras.
Multipremiada en su paÃs y fuera de él, descreÃda de la izquierda en la que tantas esperanzas puso, convertida en sÃmbolo de la literatura como forma de fortaleza social, de Queiroz decidió vivir una vejez tranquila en la que continuó escribiendo sin parar. Quizás, la mejor manera de describir esa tranquilidad —de espÃritu y de pluma— de la escritora sea la forma en cómo rechazó la cartera de educación en su paÃs en el año 1958, «Yo soy sólo una periodista. Y eso quiero seguir siendo toda mi vida», le respondió al entonces presidente de la República, Janio Quadros.
Y siguió escribiendo cada dÃa, apasionada y poderosa, no sólo en la palabra sino en el ideal —personal, Ãntimo y en ocasiones misterioso— que la sostuvo desde su juventud. Como la joven de diecinueve años que escribió una novela en medio del miedo a morir, la mujer adulta en que Rachel de Queiroz se convirtió, siguió en búsqueda de una mirada hacia el paÃs desconocido. El que habitaba su mente. El que le brindó sentido a su obra y quizás, a su propia vida.