Foto por Kelly Sikkema en Unsplash

Después de una junta me sentaba frente a la computadora. En la pantalla sólo había un nombre corto y unas letras, característico del layout minimalista del Teams. A través de los auriculares se escuchaba a mi jefe decirme en lengua extrajera, tan bruscamente como siempre “Entonces dime, sí puedes o no. Para buscar un reemplazo para esa junta”. Sentí un nudo en la garganta. El día anterior me habían metido impromptu a una junta donde prácticamente era hablar de un montón de cosas que desconocía.Hice lo que se pudo. Pero en diez años no había tocado el tema en cuestión. La junta se repetiría mes con mes, menos de 30 minutos. Odié echar la culpa al otro jefe, pero mordí mis labios y tuve que decirle en la misma lengua extranjera que si me hubiesen mostrado el contenido de la junta con anticipación hubiera podido preparar lo necesario para poder interpretar adecuadamente. Aunque agregué para no sonara tanta a una excusa (maldita culpa) que entendía que el otro usuario no se tomara el tiempo de mostrarme la información, siendo que tenía mil cosas más que atender.

Después de esa breve conversación, mi extremista mente ya estaba trazando la vía de escape. Poco me faltó para empezar buscar trabajo en portales web. Por mientras escuchaba a mi padre decirme “pero si no tuvieras que pagar tu auto no tendrías porqué estar aguantando estas cosas” (mismo padre que me dijo “ah, pero ya te habías tardado en empezar a comprar tu auto”). Y por otro leía al “Doc” (entrecomillado porque no es mi médico, sí tiene un doctorado, aunque hablo de él más cercanamente; no por ironía), que a veces sentía que en mi trabajo se “pasaban de lanza” conmigo).

Este ha sido el trabajo más largo que he tenido. No ha sido en el que más he aprendido, ni ha sido en el que he ganado más. Ha sido en el que más a gusto me he sentido (no sé si porque los jefes no han sido tan déspotas o porque pago una cuota de dos mil pesos mexicanos por mes en esa subscripción llamada “tranquilidad”, o mejor dicho, “antiepilépticos”). No siento esa incomodidad de no saber qué hacer con mi vida, ni siento la ansiedad de comprar compulsivamente. Mis ganas de comer grandes cantidad de comida como una especie de FOMO consumista, autoindulgente, y un tanto autodestructivo, empiezan a desaparecer. Mis años en la zona de la “doble excepcionalidad” van pasando al olvido. Tal vez en mis años más vulnerables y formativos, saliendo de la preparatoria, hubiese pasado a ser miembro de MENSA, y pude haber conocido a otros que igual que yo estábamos en el mismo dilema y en la misma depresión (mis exámenes de habilidades punteaban siempre arriba del 99% de las personas que lo presentaban). Y no tengo ninguna duda de lo que Jamie Loftus señala en su podcast: hubiese estado rodeada de gente intolerante, con un complejo de superioridad ante otros, proclives a ser bullys virtuales sin el deseo de autorregularse pues si la cabeza les da para eso, lo van a utilizar a su favor (sin ofender a cualquier mensista que no le quede el saco).

Para evitar tomar una decisión muy radical (como las que usualmente tomaba), con la aritmética más básica, calculé que la junta en la que tuve inconvenientes, ocupó más tiempo en mi cabeza de lo que duró en realidad. A decir verdad, la junta sólo representa el 0.26% de mi mes. En tres años sólo la he hecho 2 veces. Echar a la borda todo por un porcentaje tan pequeño es tan estúpido como lo es obtener una tarjeta para entrar a un grupo de Whatsapp donde mientras se advierte que los miembros están arriba del 98% de la población, se mueven los hilos para encontrar a alguien vulnerable.

Y así como el mundo generalmente (aunque existiendo sus excepciones) se mueve con una acumulación de pequeños momentos, una pequeña piedra en el zapato no hará que desaparezcan todos los kilómetros recorridos.

Por Arantxa De Haro

Escritor amateur, multidisciplinario por pasatiempo, aficionado a los idiomas

Deja un comentario

0
    0
    Tu carrito
    Tu carrito está vacíoRegresar para ver